La Cocina | Review

La Cocina de Alonso Ruizpalacios es una crítica social que expone la explotación laboral y los conflictos culturales de los inmigrantes en Estados Unidos. Un filme que se destaca por sus actuaciones, su atmósfera tensa y una impresionante dirección. 
La Cocina (2024)
Puntuación:★★★½
Dirección: Alonso Ruizpalacios
Reparto: Rooney Mara, Raúl Briones, Anna Diaz, Motell Gyn Foster y Oded Fehr
Disponible: Max 

La mayoría de las películas que toman como punto de partida o escenario un restaurante suelen ser chick-flicks o historias de autosuperación personal. Contadas con los dedos de una mano son aquellas que reflejan las vicisitudes de un empleado dentro de este mundo tan demandante. La más reciente que viene a mi memoria es Bowling Point. Pero incluso aquella propuesta inglesa, filmada en un solo plano secuencia, presentaba una perspectiva desde una posición alta dentro de la estructura de una cocina, y nunca desde quienes ocupaban los puestos de menor jerarquía. La nueva película de Alonso Ruizpalacios, La Cocina, no solo revierte en su trama todos esos clichés melodramáticos característicos de estas películas (quizás ya lo hacía la obra de teatro en que se basa), sino que aprovecha este universo para realizar una crítica social desde la óptica del empleado. La cinta muestra lo que hay detrás del proceso productivo de la elaboración de un platillo o de la experiencia en un restaurante, y evidencia la explotación de la mano de obra para que estos lugares funcionen de forma casi ininterrumpida.

La trama de la película tiene como protagonista a Pedro, un cocinero que trabaja en un restaurante ubicado en Nueva York, El Grill, un ambiente muy particular y con personajes interesantes. La cámara de Ruizpalacios, a través de planos secuencia, planos medios y sonidos que van desde el de una máquina de tickets hasta cánticos a capella, logra que el local se convierta en un personaje más: claustrofóbico, pero de cierta manera extravagante. Los primeros minutos de la película se dedican a que el espectador conozca este espacio. Una vez establecidos los límites, nos envuelve en esta atmósfera casi kafkiana. ¿Pero es esto un elemento sensorial o tiene algún propósito en la historia?

En este sentido, es importante resaltar las transiciones de la cinta. Si bien podemos describir que se genera un ambiente descriptivo con el plano secuencia, este siempre antecede a un plano medio o cerrado de uno de los personajes principales (Pedro, Julia o Sanborn). A nivel visual, esto nos indica que gran parte de la perspectiva de los acontecimientos y del entorno proviene de aquellos que trabajan en este comedor: cocineros, pinches, meseros. Por ello, la atmósfera de la cinta constantemente transmite una sensación de tensión y encierro, a pesar de los ligeros toques de comedia y situaciones extravagantes.

Este es quizás el acto más arriesgado pero interesante de su director, pues la parte técnica no es solo una herramienta ornamental, sino un vehículo de empatía hacia el espectador, quien siente las dificultades y la deshumanización laboral, especialmente en el sector de servicios y restaurantes.

Sin embargo, el discurso de la cinta no se queda solo en lo sensorial. En una primera lectura, La Cocina aborda el significado de ser inmigrante en Estados Unidos, algo determinado por un conjunto de factores culturales y sociales que resultan en marginación, vulnerabilidad y precariedad laboral. Estos inmigrantes son contratados en lugares donde la explotación es el pan de cada día y donde los patrones, aprovechándose de su desesperación por subsistir, imponen las condiciones más deshumanizantes. La película también refleja los conflictos internos de los inmigrantes, quienes llevan dentro de sí dos culturas completamente diferentes.

Esta problemática se plasma visualmente con una paleta monocromática, que representa los sueños aplastados de sus personajes y, por ende, la aceptación involuntaria de una vida gris, donde el único objetivo es trabajar para subsistir. Incluso la narrativa lo refuerza a través de una secuencia en la que algunos personajes comparten sus mayores sueños, los cuales quedan relegados al ámbito de los descansos y fuera del restaurante. Con esto, el director y guionista traslada hábilmente a la narrativa elementos que fortalecen esta crítica social. No es casualidad que la película esté ambientada en Nueva York y tenga un elenco multicultural, con protagonistas mexicanos, iraníes y puertorriqueños. Esto se resalta en una de las secuencias más graciosas de la cinta, donde los personajes de la cocina se insultan en su lengua natal.

Pero el discurso no se limita a estos personajes. Tenemos a Julia, quien, a pesar de ser estadounidense y hasta idealizada por sus colegas latinos (en una escena que ofrece uno de los momentos más peculiares de la película y que refleja algunas perspectivas externas hacia la cultura extranjera), también representa a un grupo vulnerable dentro de la sociedad estadounidense. Incluso hay otros personajes secundarios y esporádicos que, con su presencia, resaltan la intención de hacer que el discurso de La Cocina sea más global e inclusivo. Así, la película se convierte en un retrato, con una atmósfera tensa, del aprovechamiento de las clases sociales bajas a través de la explotación.

En este escalamiento, la cinta encuentra sentido como un retrato, a través de un microcosmos, de la relación bilateral entre Estados Unidos y México (o incluso América Latina). Esta relación no es solo comercial, sino también cultural y social, representada por la clásica promesa de “papeles” para el inmigrante cuando ya lleva tiempo de residencia. En particular, se observa cómo los latinoamericanos ven a los estadounidenses, cómo estos perciben a los latinos (reflejado en una subtrama sobre el robo de dinero en el restaurante) e incluso cómo algunos individuos, con tal de conservar su estatus de poder, son capaces de negar y despreciar sus propias raíces (representado en el gerente del restaurante, Luis).

Sin embargo, no todo es perfecto en La Cocina de Ruizpalacios. Hay elementos, como la relación entre Pedro (Raúl Briones) y Julia (Mara), que, aunque tienen una progresión lógica en el contexto que se dibuja, se sienten a medio cocer, faltando profundidad para consolidar su vínculo. No obstante, el enfoque en la perspectiva de clase sobre el “romance” termina por cubrir esta carencia narrativa. El mayor problema de Ruizpalacios viene quizás hacia el final de su metraje, donde desordena un poco sus arcos narrativos, perdiendo el foco principal.

Las actuaciones son espectaculares, destacando principalmente Raúl Briones en uno de los mejores papeles de su carrera por el nivel de emociones que maneja su personaje, y Anna Díaz (Estela o Sanborn), quien, aunque no es el personaje principal, resulta fundamental. Su papel introduce al público al restaurante El Grill y es uno de los personajes que más guía al espectador, siendo quizás la voz más consciente en este universo tan peculiar. Díaz ejecuta este papel de maravilla.

El chef del cine, Ruizpalacios, se avienta otro platillo de lujo y de excelencia técnica. Como un bateador con promedio arriba de 300, la ha vuelto a sacar del parque, consolidándose con cuatro películas al hilo, de buenas a excelentes, como uno de los mejores directores mexicanos contemporáneos. Nos entrega una de las mejores películas mexicanas del año 2024 y un retrato que, aunque no estará exento de críticas, podría abrir una conversación sobre las condiciones laborales, no solo de los inmigrantes en EE. UU., sino también de los trabajadores del sector restaurantero y de la explotación laboral en cualquier industria.

En pocas palabras, esta cinta no la va disfrutar tu jefe que paga las horas extras con pizza, que te hace firmar una hoja en blanco cuando te contrata, que te dio de alta con un salario más bajo en el IMSS y que probablemente cree que el pobre es pobre porque quiere.

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