Parthenope, lo nuevo de Paolo Sorrentino, es un retrato visualmente deslumbrante y narrativamente fragmentado sobre una mujer que atraviesa décadas de amores y desilusiones en Nápoles, convirtiéndose en un símbolo de la ciudad misma.
Parthenope (2024)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Paolo Sorrentino
Reparto: Celeste Dalla Porta, Silvio Orlando, Dario Aita, Daniele Rienzo, Gary Oldman e Isabella Ferrari
Estreno en cines
Paolo Sorrentino regresa a la gran pantalla con Parthenope, una película que encapsula su estilo visual grandilocuente y su inclinación por lo onírico. Coescrita junto a Umberto Contarello, la obra nos presenta la vida de Parthenope, una mujer que atraviesa décadas de experiencias, amores y desilusiones en el corazón de Nápoles. A través de una estética exuberante y una narración fragmentada, Sorrentino ofrece una reflexión sobre el tiempo, la identidad y la inexorable pasión por la libertad. Sin embargo, más allá de su esplendor visual, Parthenope plantea preguntas sobre el significado del destino, el papel de la ciudad en la vida de sus habitantes y la fusión entre mito y realidad.
En Parthenope , Sorrentino se esfuerza por mantener la misma atmósfera líricamente desquiciada durante más de dos horas, con la ayuda de dos colaboradores diferentes. El primero es la ciudad de Nápoles, como una cinta de colores desplegada entre el cielo y el mar. El segundo es la estrella de 26 años, Celeste Dalla Porta, quien es prácticamente una recién llegada a la gran pantalla (tuvo un pequeño papel en la última película de Sorrentino, La mano de Dios , y ha trabajado en televisión).
La joven heroína Parthenope pretende ser increíblemente hermosa, y nadie negará que Dalla Porta cumple con ese requisito. Su actuación en la película se acerca más a un modelo que a una actuación en el sentido habitual: recorre las escenas lanzando miradas irónicas, tiernas y cómplices, insinuando sentimientos profundos sin revelar del todo cuáles podrían ser. Pero esto también encaja con la concepción del personaje, que en realidad es menos un personaje que un símbolo: representa a Nápoles, o la idea misma de la belleza, de una manera casi impersonal.
Al llegar a la mayoría de edad en la teóricamente tumultuosa década de 1970, Parthenope ama el mundo, pero mantiene las distancias: incluso cuando se deja seducir por uno de sus muchos admiradores, el éxtasis nunca dura. Su única pasión perdurable es el estudio, en el que destaca, y su rudo mentor académico (Silvio Orlando), cuyo vínculo con ella es platónico en el sentido más estricto.

El nombre de la protagonista no es una elección casual. Parthenope proviene de la mitología griega y hace referencia a una de las sirenas que intentaron seducir a Ulises con su canto. Al fracasar, según la leyenda, se arrojó al mar y su cuerpo fue arrastrado hasta la costa donde posteriormente se fundaría la ciudad de Nápoles. Este simbolismo impregna el personaje de un aura trágica y predestinada. Como la sirena, Parthenope es una figura atrapada entre la atracción del pasado y la imposibilidad de cambiar su destino. A lo largo de la película, su viaje personal se presenta como una búsqueda constante de libertad, pero también como una resignación ante la melancolía de lo inevitable.
Sorrentino parece sugerir que Parthenope no solo es una mujer, sino una metáfora de la propia Nápoles: un lugar de belleza y desolación, un canto que seduce, pero también condena. Más allá de ser el escenario de la historia, Nápoles emerge como un personaje vivo en “Parthenope”. Su belleza decadente y su caótica vitalidad reflejan los estados emocionales de la protagonista. Es una ciudad que seduce y hiere, que promete libertad pero también atrapa en un ciclo interminable de desilusión.
Sorrentino filma Nápoles con una mirada que oscila entre el amor y la ironía. Los espacios abarrotados, los contrastes entre lo sagrado y lo profano, las ruinas que coexisten con la modernidad, todo contribuye a construir una atmósfera donde la ciudad es tanto un refugio como una condena.
Términos como “alegoría” y “realismo mágico” son indudablemente aplicables. Pero una mejor descripción sería que la película se desarrolla en el mundo que evoca la publicidad de lujo: glamuroso y autoirónico, donde el deseo de tu corazón puede estar a la vuelta de la esquina, siempre que no anheles nada más que un collar o una copa de champán.
La diferencia aquí radica en que no hay un producto específico que vender, aparte de Parthenope, que, por un lado, es un objeto de deseo multiusos. El otro nivel es el irónico, lo que implica que ser visto desde esta perspectiva resulta al menos tan aislante como gratificante, aunque su eficacia como defensa contra la acusación de sexismo dependerá del observador y como juzgue la mirada del cineasta.

El diseño de producción y el vestuario son fundamentales en la construcción del universo visual de Parthenope. Sorrentino y su equipo apuestan por una estética que combina la sofisticación del cine clásico italiano con la sensibilidad contemporánea.
Cada atuendo refleja la evolución de la protagonista, desde los vestidos ligeros de la juventud hasta las prendas que denotan una mayor madurez y resignación. La paleta de colores, dominada por los tonos cálidos y los contrastes vibrantes, refuerza la idea de que la belleza es efímera, pero imprescindible.
Uno de los momentos más polémicos de la película involucra una escena en la que un cardenal y Parthenope protagonizan un acto que juega con el mito de la sangre de San Gennaro. Escena que ha provocado que Iglesia Católica en Italia haya calificado la escena de sacrílega y ofensiva. Sin embargo, Sorrentino no es ajeno a la provocación. En “La gran belleza” y “The Young Pope”, ya había explorado los excesos y contradicciones del mundo religioso con una mirada que oscila entre la fascinación y la irreverencia. En Parthenope, esta crítica se intensifica, sugiriendo que la religión, al igual que la ciudad, es una fuerza que encadena y libera al mismo tiempo.
Por otro lado, la película también aborda una relación de carácter semi-incestuoso entre la protagonista, Parthenope, y su hermano mayor, Raimondo. La narrativa presenta a Raimondo (Daniele Rienzo) como una figura frágil y obsesionada con su hermana, lo que sugiere una tensión incestuosa que influye significativamente en el desarrollo de la trama. Esta dinámica compleja añade una profundidad al relato, ya que el dardo se lanza para explorar temas como el deseo prohibido y las consecuencias emocionales que derivan de las relaciones familiares transgresoras.
Es verdad que la cinta carga con algunos tramos un tanto aburridos, sobre todo en la mitad, cuando a Parthenope se le asigna al menos un mentor masculino mayor de lo estrictamente necesario. En cuanto al remate absurdo del clímax, funciona como un ‘¿qué está pasando?’. En este punto, parece estar más pensada para ser recordada que para explicar.
Parthenope es un film que encapsula la esencia del cine de Sorrentino: visualmente deslumbrante, emocionalmente ambigua y narrativamente audaz. Su protagonista, como la sirena de la que toma su nombre, es un eco del deseo y la melancolía, atrapada entre la nostalgia del pasado y la incertidumbre del futuro.