Drop, dirigida por Christopher Landon, es un thriller de alto concepto que explora el terror digital a través de una madre acosada por mensajes amenazantes durante una cita.
Drop: Amenaza anónima (2025)
Puntuación: ★★★
Dirección: Christopher Landon
Reparto: Meghann Fahy, Brandon Sklenar, Violett Beane y Jacob Robinson
Estreno en cines
En Drop, el uso del teléfono en una comida no solo es una grosería social, sino una amenaza letal. Dirigida por Christopher Landon —quien ya había jugado con premisas excéntricas en Happy Death Day y Freaky— la película se plantea como un thriller hitchcockiano de escala íntima, aunque pronto demuestra estar más interesada en el estilo que en la sustancia. Lejos de evocar el rigor narrativo de un Rear Window, Drop se aproxima más a una especie de carrusel audiovisual que, aunque a veces logra provocar vértigo y sorpresa, termina saturando por su exceso de ornamentos formales y su superficialidad temática.
A primera vista, el planteamiento parece intrigante: una madre soltera atrapada en un restaurante giratorio de lujo, acosada por mensajes misteriosos enviados vía AirDrop por alguien que, sin duda, está en el mismo lugar. El film se inscribe en una tradición de thrillers de “espacio cerrado”, como Phone Booth o Red Eye, donde la tensión surge precisamente de las restricciones físicas impuestas al personaje. Sin embargo, Drop se muestra menos interesada en explorar el potencial psicológico de esa limitación, y se enfoca más por cómo vestirla visualmente con trucos de edición, pantallas superpuestas y una estética cercana al videoclip.
El argumento gira en torno a Violet, interpretada con convicción por Meghann Fahy, quien regresa al mundo de las citas tras la muerte de su exmarido abusivo. En su primera cita —un encuentro cuidadosamente ambientado en lo alto de un rascacielos de Chicago—, Violet no puede evitar revisar la cámara de su casa para asegurarse de que su hijo está dormido. Esta dependencia tecnológica, presentada como una herramienta de protección, pronto se convierte en una vulnerabilidad explotable. Alguien empieza a enviarle extraños y amenazantes “digiDrops” (como la película llama a los AirDrops), generando una tensión progresiva que culmina en una amenaza directa: debe matar a su cita o su hijo morirá.

Aquí surge la primera grieta lógica del filme: ¿por qué Violet simplemente no apaga la función de AirDrop? Pero Landon, trabajando con un guion de Jillian Jacobs y Chris Roach, opta por dejar estas preguntas sin respuesta, apostando en cambio por el vértigo de la acción y la urgencia dramática. La película se convierte en un juego de “¿quién está detrás del mensaje?”, y aunque inicialmente hay algo de diversión en el proceso detectivesco informal que emprenden Violet y su cita Henry, la historia rápidamente se torna oscura y coercitiva, sacrificando verosimilitud por sobresalto.
El estilo visual es tanto una virtud como un problema. Landon utiliza pantallas divididas, sobreimpresiones de texto y una edición frenética para reflejar el estado mental de Violet, atrapada entre lo que ve en su teléfono y lo que ocurre a su alrededor. En algunos momentos, esta elección genera imágenes potentes —como cuando las transmisiones de cámara parecen reemplazar las paredes del baño donde Violet se esconde— pero pronto se vuelve repetitiva, restándole impacto a medida que el recurso se normaliza. Esta sobredependencia de efectos digitales, en lugar de enriquecer el suspenso, lo diluye, haciendo que lo que debería sentirse claustrofóbico termine sintiéndose artificial.
Uno de los aspectos más problemáticos de Drop es su tratamiento del trauma. Violet es presentada como una sobreviviente de violencia doméstica, y aunque el film abre con una escena intensamente perturbadora, la profundidad emocional de esta experiencia es apenas explorada. El trauma parece más un detonante narrativo que una dimensión psicológica real del personaje. Fahy hace lo posible por dotar de complejidad a su rol, pero el guion raramente le ofrece los matices necesarios para convertir a Violet en algo más que una víctima reactiva dentro del engranaje del thriller. Así, lo que podría haber sido una reflexión crítica sobre el miedo, el control y la exposición constante en la era digital, se reduce a una mecánica de causa y efecto entre estímulo tecnológico y respuesta emocional.
Donde Drop sí funciona con una inteligencia narrativa es en su uso del humor. Personajes secundarios como los camareros del restaurante, en particular el improvisador Matt (Jeffrey Self), funcionan como válvulas de escape dentro de la tensión acumulada. El equilibrio entre el drama de Violet y la ligereza de estos personajes es tenue pero efectivo en ciertos pasajes, recordando que Landon tiene una habilidad comprobada para mezclar el terror con la comedia absurda.

El tercer acto, es la parte donde ocurre la acción, con algunas revelaciones abruptas, haciendo sacrificar la atmósfera y el juego de sospechas que le daba fuerza al primer tramo de la película. El intento de escalar el conflicto termina debilitando la tensión inicial, como si la cinta no confiara en la solidez de su propio concepto. En lugar de profundizar en la crítica implícita sobre la vigilancia cotidiana o el peligro de la hiperconectividad, Drop opta por el efectismo y el desenlace melodramático.
En su mejor versión, Drop podría haber sido una actualización crítica y estilizada del thriller de alto concepto, adecuado a una era dominada por la ansiedad digital y la ilusión de control a través de la tecnología. Pero su incapacidad para sostener esa propuesta hasta el final, y su tendencia a privilegiar el artificio por encima de la introspección, hacen que la película se sienta como una notificación insistente: brillante y llamativa, pero finalmente vacía.