Un mejor papá | Review

Un mejor papá es una emotiva película que explora la sanación emocional a través de una amistad virtual inesperada. Un filme que se sostiene por las interpretaciones entrañables de Barbie Ferreira y John Leguizamo.
Un mejor papá (2024)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Tracie Laymon
Reparto: Barbie Ferreira, John Leguizamo, French Stewart y Lauren ‘Lolo’ Spencer
Estreno en cines

Un mejor papá, es la ópera prima de Tracie Laymon, está  narra una improbable amistad virtual que se convierte en catalizador de un sutil pero profundo viaje de autodescubrimiento. A través de un dispositivo narrativo que en otras manos podría haber caído en el sentimentalismo cliché, Laymon construye un relato íntimo, donde la conexión humana —en su forma más inesperada— se convierte en el eje de una historia tan conmovedora como necesaria.

Protagonizada por una luminosa Barbie Ferreira (Euphoria) y un contenido y magnético John Leguizamo, la película se nutre de las interpretaciones sólidas de ambos actores, que dan vida a dos almas solitarias cuya conexión trasciende la distancia y la biología. Con una dirección que equilibra vulnerabilidad y contención, Laymon —ya reconocida por sus galardonados cortometrajes como Mixed Signals y Ghosted— despliega aquí una madurez narrativa inesperada para un debut en largometraje.

Inspirada en un episodio real de la propia vida de Laymon —una búsqueda en Facebook para reconectar con su padre biológico que desemboca en la creación de un lazo con un homónimo desconocido—, la película destila una autenticidad emocional que desactiva cualquier atisbo de extravagancia en su premisa. Desde su inicio, Un mejor papá establece una tonalidad ambigua, teñida de tristeza, humor y resignación. Con una narrativa notable, conocemos a Lily (Ferreira), una joven cuidadora de veinticinco años cuya vida está marcada por el abandono, primero de su madre adicta y luego de un padre narcisista incapaz de verla como algo más que una extensión de su propio ego. En una escena tan dolorosa como eficaz, Lily descubre que su pareja la engaña —su reacción, un seco “¡No hay problema!” acompañado de lágrimas discretas sobre la almohada, condensa todo un historial de silencios forzados y afectos no correspondidos.

El guion de Laymon retrata a Lily no como víctima pasiva, sino como alguien que ha aprendido a sobrevivir detrás de una fachada de cordialidad y humor. Una secuencia en la consulta de su terapeuta, tan oscura como irónica, revela un catálogo de agravios familiares presentados con una naturalidad que raya en la disociación emocional. Aquí, Ferreira brilla con una interpretación que rehúye el melodrama, proponiendo en su lugar una tristeza contenida, filtrada por una ternura latente.

La atmósfera visual —con una paleta de tonos apagados y la música melancólica de Jacques Brautbar— refuerza esta sensación de aislamiento, mientras la puesta en escena sitúa a Lily como figura central en un mundo que apenas parece notarla. No obstante, la película no se regodea en la desdicha: el punto de inflexión llega cuando, tras ser repudiada por su padre biológico, Lily escribe impulsivamente a otro Bob Trevino que encuentra en redes sociales. Lo que sigue no es tanto un giro narrativo como una apertura emocional: una relación platónica, improbable pero profundamente necesaria, comienza a gestarse.

El Bob de Leguizamo, es un hombre de mediana edad atrapado en la rutina y el duelo latente; su matrimonio, aunque basado en el cariño, ha encogido bajo el peso de una pérdida no revelada. Laymon esquiva cualquier tentación de construir una tensión romántica: Bob es transparente con su esposa, y Lily no busca más que comprensión. La relación que florece entre ellos se apoya en gestos mínimos pero profundamente humanos —un “me gusta” en una publicación, una conversación nocturna, una foto compartida—, y lo que podría parecer un recurso narrativo trivial se transforma en un acto de validación crucial para ambos personajes.

La química entre Ferreira y Leguizamo es palpable, pero no ruidosa: se manifiesta en miradas, pausas, en la complicidad de dos personajes que han dejado de esperar grandes cosas del mundo, pero que, al encontrarse, descubren que aún queda lugar para la esperanza. En este sentido, Laymon demuestra una sensibilidad poco común para retratar vínculos afectivos que escapan a las etiquetas convencionales. La dirección nunca subraya ni dramatiza más de la cuenta: confía en sus intérpretes, y ellos, en reciprocidad, entregan actuaciones cargadas de humanidad.

Un mejor papá no es una típica historia de reencuentro familiar, ni tampoco una fábula moral sobre el perdón. Es, más bien, un canto a los afectos improbables, una celebración de lo inesperado como vía de redención. En un mundo donde la virtualidad a menudo es acusada de deshumanizar, Laymon nos recuerda que incluso un simple clic puede encender una chispa de ternura genuina. 

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