Salve María | Review

Salve María, de Mar Coll, es un perturbador thriller psicológico que desmonta la imagen idealizada de la maternidad al retratar el colapso emocional de una madre primeriza.
CRFIC 2025 | Salvae María (2024)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Mar Coll
Reparto: Laura Weissmahr, Oriol Pla, Giannina Fruttero y Magali Heu

En Salve María, la cineasta catalana Mar Coll traza un mapa emocional escarpado y sombrío, adentrándose en uno de los últimos tabúes de la representación cinematográfica: la maternidad como experiencia ambivalente, inquietante, incluso terrorífica. Lejos de la exaltación habitual que tiñe los retratos maternales en el cine mainstream, Coll opta por el claroscuro: su cámara, rodando en 35mm, persigue a María Agirre (una devastadora Laura Weissmahr) a través de entornos urbanos fríos y rurales agrestes, escarbando en su desconcierto y su creciente desasosiego posparto, como si la maternidad no solo desgastara su cuerpo, sino también su cordura.

María, escritora primeriza y madre reciente, transita un puerperio sin red, despojada de la dulzura que se supone debería habitarla. El bebé, aquí no es una promesa de luz, sino un peso, una interrupción, una alienación. Frente al ideal materno repetido hasta el cansancio en manuales de crianza, grupos de apoyo y discursos religiosos, María se siente inadecuada, rota, incapaz de sintonizar con ese amor instintivo y sacrificial que le han dicho. Coll, fiel a su estilo, no la juzga: simplemente la sigue, silenciosa pero atenta, mientras sus fisuras internas se agrandan.

La presencia de Nico (Oriol Pla), su pareja, apenas altera esa deriva emocional. Hombre bienintencionado pero torpemente ausente, representa una masculinidad aún pasiva frente a la maternidad, espectadora más que cómplice. Su indiferencia estructural—camuflada bajo la excusa de un trabajo absorbente y la postergación indefinida de su licencia—es un eco del mandato patriarcal que, mientras idealiza a la madre, la abandona en el encierro doméstico. Así, la casa se vuelve una celda, y el cuerpo, un espacio colonizado por la fatiga, el llanto y el vómito constante del niño. Todo resulta precario, incluso las ventanas, que ni siquiera se cierran, como si la intemperie también se colara por las grietas del alma.

En este terreno devastado por la rutina y el insomnio, se cuela un elemento perturbador: el caso real de Alice Espanet, una mujer que asesinó a sus gemelos de diez meses. Para María, esa noticia no es simplemente un titular sensacionalista, sino un espejo inquietante. Comienza a recortar artículos, a escribir textos febriles, a perder pie con la realidad. La identificación con Espanet no es literal ni explícita, sino alegórica: María coquetea con el abismo, no porque desee repetir el crimen, sino porque entiende—y teme—la desesperación que lo motivó.

Este es el giro decisivo del filme: la deriva íntima se convierte en un thriller psicológico de bordes fantásticos. Coll conjuga el delirio con la melancolía, el miedo con la lucidez. No es gratuito que María lea Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez, ni que el guion convoque nombres como Plath, Rich o Beauvoir: todas ellas, escritoras que se atrevieron a mirar al monstruo de frente, a desmantelar los mitos que oprimen a las mujeres bajo la máscara del amor incondicional.

Pese a la eficacia del guion—coescrito con Valentina Viso—y la fuerza expresiva de Weissmahr, el film no escapa a ciertas limitaciones: al centrarse tanto en los síntomas visibles del malestar (el cansancio, la frustración, la culpa), deja en segundo plano otras causas estructurales que explicarían más profundamente la disociación emocional de María. El neoliberalismo doméstico, el narcisismo social y la cultura del rendimiento también erosionan la maternidad, haciéndola parecer un desvío en lugar de una transformación radical. En este sentido, el desenlace, más evasivo que revelador, parece rendirse ante la imposibilidad de reconciliación.

Aun así, Salve María se impone como una obra audaz y necesaria. Su título, con resonancias religiosas, ironiza con la imagen sacra de la Virgen madre, pero también rescata a María como figura trágica y heroica: una mujer que, en su dolor, se atreve a imaginar otros modos de ser madre, o incluso a cuestionar si desea serlo. En tiempos donde el cine suele edulcorar la experiencia materna o reducirla a clichés, Coll abre una herida en la pantalla y nos obliga a mirar dentro.

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