Verano infernal | Review

Verano Infernal fracasa como homenaje y sátira del slasher clásico, al ofrecer muertes fuera de cámara, personajes planos y cero tensión. Su intento de mezclar comedia y horror carece de ritmo, atmósfera y verdadera irreverencia.
Verano Infernal | Review(2024)
Puntuación:★★
Dirección: Billy Bryk y Finn Wolfhard
Reparto: Fred Hechinger, Abby Quinn, Billy Bryk y Finn Wolfhard
Disponible: VOD Google Play

Desde sus inicios en los años setenta y ochenta, el cine slasher ha sido un género de reglas claras y placeres viscerales. Su esencia no radica en la innovación narrativa, sino en el dominio del ritmo, la atmósfera y, sobre todo, en la precisión con la que se ejecuta el espectáculo sangriento. Sin embargo, Verano infernal, ópera prima de Finn Wolfhard y Billy Bryk, fracasa de manera estrepitosa en comprender —y mucho menos replicar— las dinámicas elementales que hacen funcionar este tipo de cine. El resultado es una película que ni asusta ni divierte, y que apenas sobrevive gracias a la entrega actoral de Fred Hechinger, quien, irónicamente, parece ser el único que entiende qué tipo de película está intentando hacerse.

Ambientada en el escenario más trillado —aunque todavía fértil— del género, un campamento de verano, la película pretende ser un homenaje irónico y autorreferencial al slasher clásico, al estilo Viernes 13, mezclado con los ritmos cómicos de Superbad. Pero el supuesto homenaje rápidamente se convierte en una parodia sin filo, incapaz de provocar risas, sobresaltos o tensión. Su propuesta estética se reduce a un pastiche superficial, donde los referentes se usan como muletas y no como trampolines creativos.

Uno de los errores más graves es la decisión —probablemente estilística, pero completamente contraproducente— de omitir las muertes gráficas. En un slasher, no mostrar los asesinatos no es una elección sofisticada, es una traición al ADN del género. Aquí, los crímenes suceden fuera de cámara, sin coreografía, sin impacto visual, y sin la creatividad macabra que convierte al asesino en un ícono. No hay ni brutalidad explícita ni sugerencia inquietante. Hay, en cambio, cortes abruptos y un montaje sin tensión, como si la propia película tuviera prisa por deshacerse de sus personajes sin saber muy bien qué hacer con ellos.

La dirección de Bryk y Wolfhard, aunque entusiasta, se siente amateur. Las escenas nocturnas, que deberían ser vehículos para la creación de atmósfera, están mal iluminadas y peor encuadradas, y el ritmo narrativo naufraga entre diálogos sin gracia y una estructura episódica que se desmorona en su propio desinterés. Los personajes —caricaturas de la Generación Z como la bruja TikToker, el queer teatralizado o la diva sin causa— nunca se consolidan como individuos, ni siquiera como arquetipos funcionales dentro del slasher. La película intenta satirizar sus estereotipos sin aportar ni subversión ni empatía, y termina reforzando clichés sin alma.

El guion, por su parte, es torpe en su progresión y pueril en su humor. Las líneas cómicas rara vez aciertan, y cuando lo hacen, no basta para compensar una trama desarticulada donde el asesino aparece más como un accidente narrativo que como un motor dramático. Tampoco hay un manejo efectivo del suspense: el fuera de campo se convierte en un recurso perezoso más que en una herramienta narrativa.

Lo más frustrante de Verano Infernal es que, a pesar de su evidente amor por el género, sus creadores no logran comprender que la clave de un slasher no está solo en el guiño, sino en el impacto. Incluso cuando se busca el cruce entre comedia y horror —un terreno delicado donde maestros como Wes Craven triunfaron— se requiere una precisión tonal que aquí brilla por su ausencia. La película quiere ser una carta de amor a un género, pero lo abraza tan débilmente que apenas lo roza.

En su núcleo temático, el personaje de Jason encarna la idea del adulto joven aferrado a una nostalgia improductiva, una obsesión por revivir el pasado que termina por desdibujar su presente. Paradójicamente, esa misma idea parece atravesar la película en sí: un artefacto diseñado para recuperar una estética perdida, pero sin la convicción ni la energía necesarias para renovarla o resignificarla. Así, la cinta se convierte en el equivalente cinematográfico de tocar la guitarra alrededor de una fogata sin cuerdas: se insinúa la melodía, pero nunca se escucha.

Verano Infernal es una película que parece más preocupada por mostrarse “meta” que por ser efectiva. Y en un género donde la eficacia es la medida de todo, ese error es mortal.

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