El debut de Eva Victor, es un retrato íntimo y honesto de la vida después de un abuso. Con una narrativa fragmentada y un humor seco, la cineasta evita el sensacionalismo para explorar cómo el trauma persiste en lo cotidiano.
Lo siento, cariño (2025)
Puntuación:★★★★½
Dirección: Eva Victor
Reparto: Eva Victor, Naomi Ackie, Louis Cancelmi, Kelly McCormack y Lucas Hedges,
Disponible: VOD Google Play
El debut de Eva Victor, se erige como una obra singular dentro del cine contemporáneo sobre el trauma, una película que se niega a repetir la fórmula narrativa de mostrar el “gran acontecimiento” como núcleo absoluto, para, en cambio, explorar con sutileza y humor incómodo lo que significa habitar la vida después de lo sucedido. Victor evita el didactismo y el sensacionalismo: su apuesta consiste en desmontar el mito de la víctima inmovilizada, devolviéndonos a una protagonista que, aunque marcada por un hecho irreversible, insiste en seguir viviendo con todas sus contradicciones, equívocos y pequeñas victorias.
Agnes, interpretada con punzante ironía y ternura por la propia Victor, no es mostrada como un cuerpo arrasado por la desgracia, sino como un sujeto complejo que oscila entre la autodefensa sarcástica y la vulnerabilidad desnuda. La estructura fragmentaria, dividida en capítulos, permite observar la persistencia del trauma como un eco temporal: no se trata de un instante que clausura la vida, sino de un rumor que resuena en el presente, a veces ensordecedor, a veces apenas perceptible. Al desordenar la cronología, la directora traduce en lenguaje cinematográfico la forma en que la memoria irrumpe: no como línea recta, sino como un espiral que regresa, interrumpe y descoloca.
Lo más notable del filme, es la forma en que se cuestiona la representación habitual del abuso. En lugar de insistir en la exhibición del dolor como espectáculo, Victor escoge lo cotidiano, lo banal incluso, para situar allí las huellas de lo irreparable. Una conversación con una amiga, un encuentro casual con un vecino, un comentario trivial en el trabajo: son esos gestos aparentemente menores los que revelan cómo el trauma se infiltra en cada espacio vital. La película no habla de una “muerte” definitiva de la protagonista, sino de cómo su vida se recompone en capas desiguales de resistencia, rabia, ironía y ternura.

La amistad con Lydie (Naomi Ackie) funciona como eje afectivo y contrapunto narrativo. Su relación, construida con una química palpable y un humor íntimo, evita los clichés de la amistad femenina retratada desde la condescendencia. Aquí la complicidad es refugio y también confrontación, capaz de sostener a Agnes en los momentos de mayor oscuridad. En la mirada silenciosa de Lydie comprendemos lo que el guion rehúye de verbalizar: que el daño no solo hiere a la víctima directa, sino que contamina los vínculos, los afectos y la confianza.
En lo formal, Victor demuestra un control admirable del tono. Su cámara, austera y sin alardes, sabe cuándo aproximarse al rostro de Agnes para capturar la tensión de lo no dicho y cuándo alejarse para situarla en escenarios cotidianos que parecen demasiado grandes o demasiado pequeños para contener su angustia. El humor, por momentos cáustico y por momentos absurdo, recuerda a la obra de Phoebe Waller-Bridge, aunque aquí está impregnado de un trasfondo más sombrío. La música de Lia Ouyang Rusli, delicada y persistente, acompaña sin subrayar, otorgando a la película una respiración melancólica.
Críticamente, Lo siento, cariño se enfrenta a un dilema que pocas películas logran sortear: cómo representar el trauma sin reducir al personaje a él. Al elegir no mostrar explícitamente la agresión, Victor plantea una ética de la representación que prioriza la experiencia subjetiva de Agnes sobre la necesidad de una reconstrucción “objetiva”. Lo que importa no es el “qué ocurrió” sino el “cómo se vive después”, y en esa diferencia radica su radicalidad.
Es claro, que el filme no es perfecto; como por ejmeplo, algunos personajes secundarios caen en caricaturas excesivas, como la rival laboral o la escena del médico insensible, que parecen introducir una comicidad menos orgánica al tono general. Sin embargo, esos desajustes no opacan el hallazgo central de la película: un retrato de la supervivencia que no romantiza ni condena, sino que observa con honestidad las fisuras que el dolor deja en la existencia.
En definitiva, Lo siento, cariño un testimonio cinematográfico de gran potencia: fresco, desafiante y profundamente humano. Eva Victor entiende que el trauma no se supera ni se clausura, sino que se negocia con el tiempo, con los afectos y con uno mismo. Su película se convierte así en una obra imprescindible para pensar no solo el abuso y sus consecuencias, sino también la capacidad del cine de abrir espacios de empatía y reflexión sin caer en la explotación del sufrimiento.