Enemigos | Review

David Valero, explora la relación entre víctima y acosador cuya dinámica cambia cuando el agresor queda tetrapléjico tras un accidente. El film se adentra en un espacio donde la violencia se vuelve lenguaje cotidiano, pero también donde surge la posibilidad del perdón.
Enemigos (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: David Valero
Reparto: Christian Checa, Hugo Welzel, Estefanía de los Santos y Luna Pamiés 
Disponible en Prime Video

David Valero se adentra en un terreno narrativo conocido pero siempre incómodo: la violencia adolescente y sus consecuencias. Su punto de partida es directo y reconocible —el acosador y la víctima, el verdugo y el humillado—, pero la película pronto revela que lo que le interesa no es repetir la lógica binaria de la venganza, sino explorar qué ocurre cuando el poder cambia de manos y lo humano irrumpe en el lugar donde solo parecía haber odio.

La historia de Chimo (Christian Checa) y Rubio (Hugo Welzel) se asienta en un barrio donde la violencia no es un accidente, sino un modo de habitar el espacio. El acoso que sufre Chimo no se reduce a golpes o insultos, sino que se prolonga en lo digital —con el video de su humillación circulando en internet— y en el tejido íntimo de su familia, donde la frustración y el dolor se acumulan en silencios incómodos. En ese microcosmos, la moto amarilla que Chimo recibe como regalo no es solo un objeto de deseo, sino también el símbolo de una frágil conquista personal que será rápidamente arrebatada por su enemigo.

Valero retrata con precisión esa espiral de impotencia: el protagonista incapaz de denunciar, la madre que llora, la hermana que recrimina, el abuelo que permanece ajeno. No se trata únicamente de la incapacidad de reaccionar, sino de un ciclo de violencia que produce parálisis, un aprendizaje del sometimiento. La cámara se detiene en los gestos mínimos, en la mirada baja, en la cojera de Chimo que Rubio convierte en un arma de burla, evidenciando cómo el cuerpo mismo se vuelve un campo de batalla.

El giro de la trama ocurre cuando Rubio, el agresor, queda tetrapléjico tras un accidente con la moto robada. La inversión de fuerzas abre el dilema central: ¿qué hacer cuando el verdugo queda reducido a víctima? Chimo tiene la oportunidad de vengarse, y Valero construye la tensión en torno a esa decisión. Lo notable es que la película rehúye la tentación del castigo ejemplar. La escena en que Chimo entra al apartamento de Rubio, lo enfrenta y exige una disculpa, funciona como un duelo íntimo donde lo verdaderamente revelador no es el sometimiento físico, sino la posibilidad de desnudar al agresor de su máscara de arrogancia. La tetraplejia no humaniza automáticamente a Rubio, pero la persistencia de Chimo en buscar algo más que odio abre un resquicio inesperado: la fragilidad compartida.

En ese punto, Enemigos dialoga con obras como La educación de Charlie Banks o incluso con el documental Bully (2011), pero se diferencia en su apuesta por el retrato íntimo y austero. Valero se ciñe a los fundamentos del drama urbano, evitando artificios y moralinas. Alicante no aparece como postal, sino como escenario áspero y verosímil, un espacio denso donde la violencia parece naturalizada. La fotografía insiste en lo cotidiano —calles estrechas, gimnasios de barrio, hospitales— y la música rap funciona como eco poético de lo que los personajes no logran verbalizar: rabia, dolor, deseo de reconocimiento.

En términos interpretativos, Christian Checa sostiene el relato con una actuación contenida, más expresiva en los silencios y las miradas que en los diálogos. Su Chimo es un personaje que crece en el matiz, de la parálisis inicial a la búsqueda de una identidad propia, y su arco emocional resulta convincente. Hugo Welzel, por su parte, logra encarnar a un agresor sin matices de redención fáciles, un personaje cuya hostilidad persiste incluso en la derrota, lo que obliga al espectador a preguntarse si la humanidad en él es recuperable o no.

Lo más interesante de Enemigos es su negativa a ofrecer una salida pulcra o un desenlace del todo plausible. Sí, el guion puede caer en cierta obviedad cuando contrasta hogares con y sin amor, o en una conclusión demasiado calculada; pero en última instancia, lo que permanece es la experiencia de haber acompañado a Chimo en un proceso donde la venganza se transforma en reflexión. El film no pregunta únicamente qué harías con tu enemigo, sino qué harías contigo mismo cuando tu odio te devuelva un espejo inesperado.

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