Nia DaCosta reinterpreta el clásico de Ibsen con estilo y audacia visual, trasladando la acción a la Inglaterra de los años cincuenta y convirtiendo el drama en una intriga queer y sofisticada. Tessa Thompson deslumbra, pero su frialdad emocional distancia al espectador.
Hedda (2025)
Puntuación: ★★★
Dirección: Nia DaCosta
Reparto: Tessa Thompson, Imogen Poots, Tom Bateman, Nicholas Pinnock y Nina Hoss
Disponible en Prime Video
En un momento histórico donde los clásicos se reescriben para reflejar nuevas formas de poder, Hedda de Nia DaCosta intenta algo más ambicioso que una simple actualización de Henrik Ibsen: busca desenterrar el fuego reprimido bajo el corsé de la alta sociedad y traducirlo al lenguaje visual del exceso moderno. Sin embargo, lo que emerge de esta reinterpretación no es tanto una renovación como una combustión irregular, un intento de iluminar la desesperación femenina que termina deslumbrando más por su brillo que por su profundidad.
Ambientada en la Inglaterra de los años cincuenta, la película transforma el drama psicológico de Hedda Gabler en una fastuosa coreografía de deseo, clase y represión. Tessa Thompson encarna a Hedda con una mezcla magnética de cálculo y fragilidad, moviéndose entre habitaciones saturadas de luz dorada y conversaciones cargadas de tensión pasiva. El hogar —ese espacio de confort y prisión— se convierte aquí en una jaula luminosa, un escenario donde la protagonista juega con los demás como piezas de un tablero emocional. DaCosta parece obsesionada con el poder del artificio: la música jazzística de Hildur Guðnadóttir, la fotografía impecable de Sean Bobbitt y el vestuario meticulosamente diseñado no solo describen el mundo de Hedda, sino también su máscara.
El cambio más significativo de la adaptación —convertir a Eilert Løvborg en Eileen, una escritora brillante interpretada por Nina Hoss— no solo moderniza la trama, sino que introduce un subtexto queer que altera la dinámica de la historia original. Hedda ya no manipula a un antiguo amante masculino, sino a una mujer que encarna la libertad que ella misma ha renunciado a vivir. En esa tensión entre represión y deseo, Hedda encuentra su pulso más contemporáneo. Sin embargo, DaCosta no lleva esa idea a su conclusión emocional; el filme coquetea con el subtexto sin profundizar en él, dejando que la sensualidad y el conflicto existan solo como gestos estéticos.

Ahí reside el doble filo de la película: su virtuosismo formal ahoga su verdad emocional. DaCosta demuestra un dominio visual admirable —el movimiento fluido de la cámara, los encuadres cargados de simbolismo, la atmósfera sofocante de la casa como metáfora del patriarcado—, pero el guion se disuelve en su propio refinamiento. Cada mirada y cada diálogo parecen calculados, como si el deseo y la culpa estuvieran demasiado bien iluminados para ser creíbles. A medida que la historia avanza, la Hedda de Thompson deja de ser un enigma trágico y se convierte en una figura de pura malicia, una antiheroína tan fría que su desesperación se vuelve inaccesible.
La película encuentra su verdadero corazón, paradójicamente, en Nina Hoss. Su interpretación dota de humanidad y furia a una Eileen que canaliza el dolor de todas las mujeres aplastadas por el orden social. En contraste, Hedda se desintegra entre el histrionismo y el nihilismo, víctima de una lectura que confunde destrucción con profundidad. El duelo entre ambas —emocional, intelectual y erótico— concentra lo mejor de Hedda: la mirada feminista y desencantada que DaCosta intenta esbozar en medio de su despliegue visual.
Aun con sus fallas, Hedda confirma a Nia DaCosta como una directora de riesgo estético, capaz de mover la cámara como si fuera un pincel y convertir la represión en un espectáculo visual. Pero su versión de Ibsen es más una fantasía de poder que una tragedia moral. Donde Ibsen diseccionaba los engranajes invisibles de la sociedad, DaCosta ofrece una galería de espejos: brillante, provocadora y, al final, hueca. Es una película hermosa de mirar y difícil de sentir, una Hedda que se consume en su propio fuego sin dejar cenizas.
¡Qué reseña tan erudita! Me encanta cómo describe la película como una fantasía de poder donde el formalismo casi ahoga la emoción. Parece que el autor se pierde en la coreografía visual y se olvida de si la coreografía tiene sentido. Tessa Thompson es, sin duda, magnética, pero ¿es realmente una tragedia o solo una fiesta de estética alta con un toque de nihilismo? Y esa Eileen… ¡qué giro modernizante y queer! Aunque la directora DaCosta demuestra un dominio visual asombroso, como si pintara con la cámara, me inclino a pensar que se ha quedado a mitad de camino, sin encontrar la profundidad que busca. Una joya visual, sí, pero difícil de sentir más allá de la estética.