La mujer de la fila | Review

La mujer en la fila retrata el viaje emocional y social de una mujer de clase media que, al luchar por su hijo preso, descubre la dureza y la solidaridad del mundo carcelario. Con un realismo sobrio y humanista, Ávila filma la caída de los prejuicios y la aparición de vínculos inesperados.
La mujer de la fila (2024)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Benjamín Ávila
Reparto: Natalia Oreiro, Amparo Noguera, Alberto Ammann y Federico Heinrich
Disponible en Netflix

La mujer en la fila es, ante todo, una película sobre el desmoronamiento gradual de una identidad y la reconstrucción forzada de otra. Benjamín Ávila elige la historia de Andrea —una mujer de clase media que jamás imaginó habitar el universo simbólico de una cárcel— para examinar las fisuras de un sistema judicial desigual, la brutalidad cotidiana que cae sobre los cuerpos de las mujeres que esperan, y la forma en que la vergüenza social puede moldear, o deshacer, una vida entera. En su centro late un drama íntimo, pero el film respira en clave social: es un retrato de clase que observa los límites del privilegio cuando la maquinaria del Estado cae con fuerza sobre un hijo, sobre un apellido, sobre una familia.

La película sorprende por su honestidad despojada, un realismo limpio que evoca a los Dardenne sin imitarlos. Ávila apuesta por una cámara que acompaña más que explica, por una narración que observa sin subrayar, por un ritmo que deja respirar tanto la angustia como la solidaridad. Su mayor virtud está en la proximidad: en esas filas interminables, en las requisas humillantes, en las reuniones de madres que se autoorganizan; allí el film alcanza una verdad social que rara vez se ve en el cine latinoamericano reciente. No hay aquí pornomiseria ni lacrimógenos fáciles: hay mujeres sosteniendo a otras mujeres en un sistema que no las contempla.

Ese desplazamiento de Andrea —del mundo inmobiliario y ordenado al caos reglado pero hostil del penal— es el corazón político de la película. El film observa cómo se desmoronan los prejuicios de clase, cómo la vergüenza inicial (“qué dirán”, “no pertenezco aquí”) se transforma en una forma inesperada de solidaridad. Andrea se cree distinta y, sin embargo, descubre que el sufrimiento la vuelve igual. La escena de la fiesta organizada por La Veintidós funciona como puente emocional y cultural: ahí, donde la música de Sandro une lo que la sociedad separa, se despliega la tesis humanista de Ávila.

Pero la película también reconoce que el realismo social no siempre basta para sostener un relato amplio, y abre subtramas que buscan mayor alcance narrativo: el romance con Alejo, los tintes policiales, el coqueteo con el thriller judicial. Si bien ninguna estropea el tono general, es cierto que algunas rozan el estereotipo o la superficialidad. Son concesiones que, si bien restan hondura, no rompen la honestidad de fondo: el film sabe dónde está su centro y vuelve siempre a él.

El giro final —ese límite que obliga a Andrea a preguntarse cuánto puede soportar, cuánto está dispuesta a sacrificar por su hijo— devuelve la película a un territorio emocional de enorme intensidad. Ávila entiende que lo verdaderamente desgarrador no es la injusticia institucional, sino el dilema íntimo: el amor como destino y condena.

Natalia Oreiro ofrece una de sus actuaciones más sólidas y humanas. Su Andrea es vulnerable, rígida, orgullosa, y profundamente real. Oreiro evita la sobreactuación y trabaja desde lo mínimo: una mirada rota, una postura encorvada por la culpa, un gesto que intenta disimular el miedo. El film se apoya casi enteramente en ella, y ella responde con una verdad emocional que sostiene toda la construcción dramática.

El cierre con fotografías reales y la voz de Oreiro cantando Canción de simples cosas instala la película en un plano ético: recuerda que lo visto es ficción, sí, pero anclada en historias que siguen ocurriendo. La mujer de la fila es un melodrama social que encuentra en la sobriedad su mayor fuerza; un retrato de la épica cotidiana de quienes luchan desde la fila, desde el aguante, desde un amor que no sabe de legalidades ni reputaciones.

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