Wake Up Dead Man: Un misterio de Knives Out | Review

Rian Johnson apuesta por la película más grave y contenida de la saga Knives Out, desplazando el juego festivo hacia un misterio teñido de fe, culpa y fanatismo. La premisa es potente, pero la ambición supera a la ejecución y el relato se enreda hasta el cansancio.
Wake Up Dead Man: Un misterio de Knives Out (2025)
Puntuación: ★★★
Dirección: Rian Johnson
Reparto: Daniel Craig, Josh O’Connor, Glenn Close, Josh Brolin, Mila Kunis, Jeremy Renner, Kerry Washington, Andrew Scott, Cailee Spaeny, Daryl McCormack, Thomas Haden Church y Jeffrey Wright
Disponible en Netflix

Rian Johnson decidió que Wake Up Dead Man: Un misterio de Knives Out fuera la película “adulta” de la trilogía. La más grave, la más sobria, la que mira a la fe, a la culpa y al fanatismo sin el guiño constante al espectador. La intención es clara y, en el papel, incluso estimulante: un misterio imposible incrustado en una iglesia, un pueblo pequeño como caldo de cultivo del autoritarismo moral y un detective que llega tarde, casi como si el propio filme dudara de su necesidad. El problema es que entre lo que Johnson quiere decir y lo que efectivamente termina diciendo hay un vacío considerable.

Esta tercera entrega abandona gran parte del tono lúdico que definía a Knives Out y, en menor medida, a Glass Onion, para apostar por una atmósfera gótica, cargada y solemne. Hay ecos de Poe, de John Dickson Carr, del crimen como pecado original. El misterio promete ser más profundo, más incómodo, más corrosivo. Pero la promesa pesa más que el resultado. Johnson parece fascinado por la idea de hacer “la Knives Out seria”, pero no termina de encontrar la forma de sostener esa gravedad durante casi dos horas y media sin caer en el agotamiento.

Aquí aparece uno de los grandes problemas del filme: la sensación de ejercicio de estilo prolongado más allá de su punto de combustión. Johnson domina el género, nadie lo discute. Sabe cómo dosificar información, cómo sembrar pistas falsas, cómo manejar el tempo del engaño. Pero Wake Up Dead Man se enreda en sus propios nudos narrativos. Cuando todas las cartas temáticas ya están sobre la mesa —la fe instrumentalizada, el liderazgo autoritario, la hipocresía religiosa— la película insiste en seguir girando sobre sí misma, estirando el misterio hasta volverlo excesivo, casi asfixiante.

Johnson parece haber quedado atrapado en una saga que no está a la altura de su talento. No porque las películas sean malas, sino porque son menores frente a lo que el director ya demostró poder hacer. Resulta difícil no preguntarse si esta dedicación casi exclusiva al universo Knives Out no termina siendo una forma elegante de autoplagio: variaciones cada vez más complejas sobre una fórmula que ya funcionó mejor en su versión original.

Donde la película encuentra oxígeno es en Josh O’Connor. Su Jud Duplenticy —boxeador reconvertido en sacerdote, castigado a un pueblo chico tras un estallido de violencia— es el personaje más humano y menos afectado del relato. O’Connor actúa con una contención que contrasta de forma saludable con el tono más excéntrico de Daniel Craig y la brutalidad ampulosa de Josh Brolin. Por momentos, Wake Up Dead Man parece más interesada en Jud que en Benoit Blanc, y esa decisión, aunque arriesgada, es una de las más acertadas del film.

El Monseñor Wicks de Brolin, con su cristianismo belicoso y su retórica de odio, es una figura demasiado obvia pero funcional. La sombra del trumpismo es tan clara que roza lo esquemático, aunque Johnson logra algo que antes no siempre conseguía: integrar su comentario político dentro de la trama sin convertirlo en un meme cinematográfico. Aun así, el subtexto religioso nunca termina de profundizarse. Se enuncia, se señala, se denuncia, pero rara vez se problematiza con verdadera complejidad dramática.

El reparto coral, marca registrada de la saga, vuelve a estar subutilizado. Glenn Close y Kerry Washington parecen divertirse, Andrew Scott aporta presencia, pero Cailee Spaeny y otros talentos quedan reducidos a piezas funcionales del rompecabezas. Son personajes que existen para servir al misterio, no para enriquecerlo emocionalmente. El crimen, finalmente, importa más como mecanismo que como herida.

Formalmente, la película es correcta, incluso elegante, pero también artificial. Filmada en el Reino Unido pese a estar ambientada en el norte del estado de Nueva York, hay una sensación persistente de decorado, de estudio, de producción de prestigio Netflix sin verdadera textura. No hay el brillo plástico de Glass Onion, pero tampoco una identidad visual memorable.

Al terminar Wake Up Dead Man queda una sensación incómoda: la de haber visto algo competente, incluso entretenido, pero sorprendentemente olvidable. Dos semanas después, muchos detalles se evaporan. No por saturación de consumo, sino porque la película no deja imágenes, ideas o emociones verdaderamente persistentes. Y eso, para un cineasta como Rian Johnson, es quizás el reproche más duro.

La saga sigue funcionando como pasatiempo sofisticado para streaming, como reunión de estrellas jugando a matar y mentir con elegancia. Pero el cineasta que hizo Brick y Looper parece aquí atrapado en una franquicia que ya no le permite volar. Wake Up Dead Man confirma que Johnson sigue siendo solvente, inteligente y capaz, pero también evidencia los límites de una ambición que se queda a medio camino entre el comentario serio y el entretenimiento confortable. Una película que promete una revelación y entrega, en el mejor de los casos, una distracción bien ejecutada.

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