Autos, mota y rocanrol | Review

El Festival de Avándaro marcó un antes y un después en la historia de la música en México y Latinoamérica, al convertirse en el punto de partida de los grandes festivales que hoy conocemos. El filme recupera ese episodio desde el falso documental, combinando humor y memoria histórica.
Autos, mota y rocanrol (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: José Manuel Cravioto
Reparto: Alejandro Speitzer, Emiliano Zurita, Ianis Guerrero, Ruy Senderos y Enrique Arrizon,
Disponible en Prime Video

A ver, mis jovenes millennials y centennials: mucho antes de que ustedes pudieran disfrutar de sus festivales de música hipercaros, con bebidas y alimentos que te los cobran al triple, con una montaña de patrocinadores en cada stand, con baños portátiles y gel antibacterial, todo este rollo empezó en 1971 cuando, en el intento de revivir la carrera de automóviles de Avándaro con tal de atraer patrocinadores, lo que pasaría a ser un festival de música de 12 bandas de rock combinado con un rally accidentalmente se volvió el precursor en México y Latinoamérica de este tipo de espectáculos sonoros. No había ni baños, ni seguridad, ni siquiera logística, pero lo que se hizo así fue historia, pues básicamente, de no ser por el Festival de Avándaro, no existiría ni un Vive Latino, Corona Capital, Pal Norte, Rock al Parque, ni Lollapalooza ni Coachella hubieran tenido ediciones en Latinoamérica, y ni siquiera los famosos raves hubieran existido, pues aquel evento fue el detonante para que, en un futuro, las marcas y empresarios buscaran espacios para atraer al público juvenil con el objetivo de que pudieran escuchar música que era tachada de perjudicial para los sectores más conservadores.

La película Autos, Mota y Rock and Roll, a manera de un falso documental, retrata la creación de este icónico evento; si bien podría parecer, a simple vista, una comedia al estilo del “nuevo cine mexicano”, nada más lejos de la realidad, pues incluso está más cerca de este tipo de cintas con un humor con más cabeza (como Corina) de lo que aparenta su publicidad.

Mucho del material que se filmó para Avándaro cayó en manos de Telesistema Mexicano (Televisa), razón por la cual los registros de making of de la documentación de la creación del festival han quedado en gran parte perdidos. José Manuel Cravioto, al conocer que parte de la realidad ha sido borrada derivado de las vicisitudes y estigmas de la época del evento, utiliza el falso documental y el apoyo del único sobreviviente de la idea general del festival (Justino Compeán). En muchas ocasiones, los directores se atreven a utilizar distintos subgéneros sin tener claro el objetivo, e incluso cuando están basados en hechos reales y la producción corre a cargo de uno de los involucrados en estos hechos, puede ser un lavado de cara. Por fortuna, sus creadores justifican su estilo y producción como una manera de recuperación histórica de un acontecimiento importante en la cultura mexicana.

Lo interesante de la película es que sabe perfectamente el terreno donde se encuentra parado y las reglas; sabe que la recreación de la realidad le permite tener ciertas dosis de humor y que, por el evento que relata —un concierto tan caótico como fue Avándaro—, la experiencia fílmica no solamente se limita a explicar su origen, sino que, a través de la fotografía, el sonido y, especialmente, la edición, recrea el relajo y el caos que fue el festival. Así, no solamente el espectador tendrá esta sensación de estar informado de manera dinámica, sino que, por lo menos a través de la magia del cine, podrá vivir de manera sensorial una parte de este evento de rock. Esta mezcla genera que la cinta no se tome tan en serio y que estas libertades produzcan momentos de comedia de situación que terminan por encajar con el estilo que propone la cinta; sin embargo, jamás tienden a caer en lo absurdo.

Ese balance entre la seriedad y la dignificación de Avándaro, pero también la amenidad de su propio ambiente, se refleja en una edición acelerada pero justificada, que traslada la recreación con el material de estudio de Avándaro y con una fotografía al estilo de material perdido en las partes de ficción. Un arte que refleja esa intención de reparar esa memoria histórica perdida y dañada por los vestigios de la época y por un sistema que tenía un miedo irracional a las ideas de corte alternativo al modelo conservador.

En actuaciones se ha hecho un acierto de casting, donde cada actor encaja perfectamente en su papel y, por supuesto, evita hacer de más o de menos. No son espectaculares, pero cumplen, especialmente los roles principales, pues hay que ser honestos: sí le crees tanto a Speitzer como a Zurita que son unos mirreyes wannabes.

La parte negativa de la historia es no contar lo que ocurrió después de la censura del rock en México por casi más de una década, que se trasladó a los hoyos funky, y no fue sino hasta los ochenta que pudo regresar con el movimiento de “rock en tu idioma”. Quizás sus creadores no quisieron meter un final tan fatalista.

Quizás, a pesar de las cualidades que le da el mockumentary, la cinta tiene bastante personalidad, es amena y, como diría la chaviza, “con mucha onda”, algo difícil de encontrar hoy en día en el cine mexicano entre la marea de comedias estúpidas al estilo Derbez y las cintas con contenido violento que se van a los lugares comunes.

Y, por supuesto, para los más clavados en la escena precursora mexicana será un deleite ver la cantidad de referencias a los eventos del festival, grupos y artistas de la época (El Tri, Tinta Blanca, Peace and Love), y para que les digan a los chamacos escuincles nalgasmiadas: “Esto sí era música y no tus mamadas del Bad Bunny”.

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