El monstruo leñador | Review

Takashi Miike crea una obra que mezcla ideas de cuento de hadas con terror dejando un generoso recuento de cadáveres, cuyo mensaje poco convencional de redención moral, es un giro curioso para el cineasta japonés.
El monstruo leñador (2023)
Puntuación: ★★★½
Dirección:Takashi Miike
Reparto: Kazuya Kamenashi, Nanao, Riho Yoshioka, Shota Sometani y Shido Nakamura
Disponible en Netflix 

El ruin abogado Akira Ninomiya (Kazuya Kamenashi) es emboscado en un estacionamiento de Tokio por un maníaco enmascarado que empuña un hacha y sobrevive milagrosamente. El agresor es un asesino en serie, cuya marca desagradable es abrir los cráneos de sus víctimas y les extrae el cerebro. Pero Akira es igualmente despiadado y se obsesiona con la idea de encontrar a su agresor antes de que lo haga la policía; lo que origina es que la cinta se encamine a un enfrentamiento entre un asesino en serie y un psicópata.

Takashi Miike, crea una propuesta deliciosa para los fanáticos del género, creando momentos llenos de tensión, personajes intrigantes y unas cuantas escenas con mucha curiosidad, especialmente la primera hora de la película, ya te atrapa y estás atento a todo lo que está ocurriendo; lástima que en su tercer acto el filme se enreda en su propia narrativa, pero nunca deja ser fascinante. 

Lo curioso aquí es la forma en que el cineasta juega con varios tonos, entre ellos, el filme carga un halo de cuento de hadas, pero mezclado con momentos de terror y al mismo tiempo que se acumulan los cadáveres, todo esto para llegar a un mensaje poco convencional sobre la redención moral, que viendo la filmografía del cineasta es algo curiosa.

La película comienza con un flashback sobre una redada policial en una guarida espantosa, en la que un marido y una mujer realizan modificaciones quirúrgicas a un grupo de niños secuestrados. Uno de los niños lee un libro ilustrado titulado El monstruo leñador, una historia macabra de una criatura caníbal, que asesina en masas. Siendo este libro el que inspira el disfraz del asesino (su identidad oculta detrás de una máscara espantosa con ojos alucinantes) y, en el hacha, su arma preferida.

Lo curioso aquí, es que el primer asesinato que presenciamos no es perpetrado por el asesino del hacha, más bien, es uno ocurrido de manera fría por Akira hacia un empleado de un hospital que lo había esperado tontamente para chantajearlo a él y a su amigo, un compañero también psicópata, Sugitani (Shota Sometani). La relación de estos, es lo más intrigante del desarrollo del filme, pero la película no se toma el tiempo ni las ganas de desarrollar mejor esta relación maníaca entre estos hombres. 

Toda la escena de arranque, lo que busca mostrarnos a un Akira frío y calculador, por eso cuando ocurre el ataque del hombre del hacha, deja a nuestro protagonista sorprendido, y todavía mucho más cuando descubre en el hospital que tiene un “chip neuronal” (una modificación de comportamiento ahora ilegal) implantado en su cerebro, su vida da un giro que él no sabe como controlar, ya que es algo que no controla, y menos sabiendo que hay alguien que está detrás de él para matarlo y extirpar el cerebro.

Para complementar toda esta historia retorcida del gato y al ratón, Miike crea una obra cargada de capas llenas de colores saturados, que son finamente subrayados por una partitura llena de violines que suenan como cortes finos y sangrientos en cada momento que aparece; pero nada de esto funcionaria sin una actuación que esté a la altura, y es donde entra el trabajo de Kazuya Kamenashi, que crea un ser diabólicamente carismático, cuya sonrisa transmite una maldad fría.

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