Asiento mortal adapta la novela de Jordan Harper como un crudo western contemporáneo sobre supervivencia y vínculos rotos, donde Taron Egerton encarna a un padre moralmente ambiguo en busca de redención.
Asiento Mortal (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Nick Rowland
Reparto: Taron Egerton, Ana Sophia Heger, Rob Yang, Odessa A’zion, David Lyons y John Carroll Lynch
Disponible en Prime Video
Bajo el título Asiento mortal, Prime Video presenta en nuestra región She Rides Shotgun, la adaptación cinematográfica de la novela premiada de Jordan Harper dirigida por Nick Rowland. Más allá de la traducción algo desconcertante, la película se revela como un sólido ejercicio de cine de género que cruza la road movie, el western contemporáneo y el drama familiar, anclado en una relación padre-hija tan áspera como profundamente humana.
Nathan McClusky no es un héroe ni pretende serlo. Recién salido de prisión, con una sentencia de muerte simbólica y literal sobre su cabeza, es un hombre marcado por la violencia, la marginalidad y decisiones morales siempre en zona gris. Taron Egerton construye a este personaje desde la fisicidad: un cuerpo cansado, una mirada alerta, una brutalidad que convive con una ternura torpe cuando se trata de proteger a Polly, su hija de diez años. La película entiende que la redención no llega como revelación súbita, sino como un proceso doloroso y contradictorio, atravesado por el miedo constante a perder lo único que aún importa.
La verdadera columna vertebral del film es Polly, interpretada de forma extraordinaria por Ana Sophia Heger. La narrativa se articula desde su punto de vista, y es a través de su mirada que el espectador se adentra en este mundo hostil. Heger logra algo poco común en el cine infantil: una actuación contenida, compleja, donde la vulnerabilidad no se confunde con fragilidad. Polly aprende a robar, a mentir y a sobrevivir, pero también a observar, a cuestionar y a construir una identidad propia en medio del caos. Su crecimiento no es edulcorado ni complaciente; es un aprendizaje forzado por la violencia estructural que rodea a ambos.
Nick Rowland filma esta huida como un descenso continuo, apoyándose en paisajes desérticos que funcionan como extensión emocional de los personajes. El entorno árido, casi sin refugio, refuerza la sensación de amenaza permanente y conecta al film con la iconografía del western moderno. La acción, aunque esporádica, está filmada con nervio y precisión, evitando el espectáculo vacío: cada estallido de violencia tiene consecuencias, físicas y emocionales, que pesan sobre los protagonistas.
En su retrato de antagonistas, Asiento mortal opta por la frontalidad. Los villanos son crueles sin matices, y la corrupción policial —encarnada de forma inquietante por John Carroll Lynch— introduce una crítica directa al abuso de poder en zonas rurales. Frente a este panorama, el detective interpretado por Rob Yang aparece como una anomalía moral, un recordatorio de que incluso en sistemas podridos pueden existir individuos que aún intentan hacer lo correcto.
Es cierto que la película no busca sutilezas extremas ni giros radicales: su estructura es reconocible y, por momentos, previsible. Sin embargo, esa aparente sencillez está compensada por una puesta en escena sólida, actuaciones comprometidas y una carga emocional que se va acumulando de forma silenciosa. Como buen exponente del cine de género clase B elevado, Asiento mortal entiende sus limitaciones y trabaja dentro de ellas con inteligencia y honestidad.
Al final, lo que permanece no es la violencia ni la persecución, sino el vínculo construido entre un padre roto y una niña obligada a crecer demasiado rápido. Asiento mortal no es una película fácil ni particularmente luminosa, pero sí una experiencia intensa y humana, que confirma a Nick Rowland como un director capaz de habitar mundos incómodos y a Ana Sophia Heger como un talento excepcional a seguir muy de cerca.