El remake live-action de Cómo entrenar a tu dragón se consagra como el mejor de su tipo al mantener intacto el corazón de la historia original, mientras eleva su narrativa con actuaciones sólidas y efectos visuales de primer nivel.
Cómo entrenar a tu dragón (2025)
Puntuación:★★★★
Dirección: Dean DeBlois
Reparto: Mason Thames, Nico Parker, Gerard Butler, Nick Frost, Gabriel Howell y Julian Dennison
Estreno en cines
En un panorama saturado de adaptaciones innecesarias, remakes sin alma y revisiones estériles de clásicos animados, Cómo entrenar a tu dragón emerge como una luminosa excepción. Este live action, orquestado nuevamente por Dean DeBlois, demuestra que no todos los regresos al pasado están condenados al reciclaje vacío o al lucro fácil. Frente a la avalancha de remakes insulsos firmados por Disney –que muchas veces reducen la complejidad emocional de sus predecesoras a una estética digital hueca–, la versión en acción real de Cómo entrenar a tu dragón no sólo honra su fuente, sino que la revitaliza con una sensibilidad cinematográfica profunda, una narrativa impecable y una ejecución visual que roza lo sublime.
Sin duda, una de las mayores fortalezas del filme radica en su fidelidad sustancial al original de 2010. Esta lealtad no es un ancla que impida la evolución, sino una plataforma desde la cual se expande emocionalmente la historia de Hipo y Chimuelo. A diferencia de otras adaptaciones que traicionan el tono o desdibujan los personajes (como ha ocurrido con Lilo & Stitch o El Rey León), este remake respeta la esencia narrativa mientras añade matices significativos, particularmente en la relación padre-hijo entre Hipo y Estoico. El guion, también de DeBlois, no cae en la tentación de sobredimensionar la trama con subtramas innecesarias ni en empobrecer la acción con diálogos anodinos. Se siente pulido, sincero, y sobre todo, emotivo.
La fortaleza del filme radica en su reparto, por un lado tenemos Mason Thames, quien encarna a Hipo con una autenticidad tan sorprendente que parece nacido del mismo trazo que delineó al personaje animado. Su mezcla de vulnerabilidad, carisma y resolución lo convierte en el eje emocional del filme. Thames no imita: encarna. Este tipo de actuación es precisamente lo que tantas veces se ha echado en falta en los remakes de Disney, donde los intérpretes parecen muchas veces atrapados entre la nostalgia visual y la rigidez del guion.
Nico Parker, como Astrid, se aleja del arquetipo de interés romántico para construir una figura femenina fuerte y emocionalmente compleja. Su química con Thames aporta dinamismo y profundidad a una historia que, aunque centrada en Hipo, reconoce cada vez más la importancia de sus vínculos. Gerard Butler, retomando su papel como Estoico, no es solo un nexo con el pasado, sino un símbolo de la madurez del proyecto: su Estoico es más tridimensional, más vulnerable, más humano.

Otro gran acierto, es la dirección de fotografía de Bill Pope, quien no solo captura la majestuosidad de los paisajes naturales, sino que eleva las secuencias de vuelo a una categoría casi mítica. Volar con Chimuelo se convierte en una experiencia sensorial: vertiginosa, conmovedora y visualmente deslumbrante. Aquí no hay un exceso de CGI que aplaste al espectador; hay integración, fluidez y, sobre todo, intención estética. La dirección artística, liderada por Dominic Watkins, transforma Berk en un lugar real, palpable, que respira historia y leyenda. Y la música de John Powell, regresando con un nuevo arreglo orquestal de sus partituras originales, remueve fibras emocionales con cada compás.
Cómo entrenar a tu dragón es, en el fondo, una fábula sobre la otredad. Sobre cómo la empatía y la comprensión vencen al miedo y la tradición dogmática. Hipo representa a una generación que cuestiona las verdades heredadas, que decide escuchar antes que atacar, y que ve en lo desconocido una oportunidad antes que una amenaza. Este mensaje, más vigente que nunca, encuentra en esta versión live action una resonancia especial, al ser abordado con mayor madurez y realismo.
Frente al infantilismo estético de muchos live actions de Disney —donde la brillantez técnica suplanta a la emotividad—, Cómo entrenar a tu dragón apuesta por una sensibilidad que confía en su audiencia. No subestima a los niños, no edulcora a los adultos. Simplemente cuenta una historia con respeto, emoción y excelencia formal.
Analizando todo lo mencionado, surge la siguiente pregunta: ¿es este el mejor live action de todos los tiempos? Tal vez sí, y no lo decimos a la ligera. No es por sus dragones, ni por sus efectos especiales, ni por la nostalgia cuidadosamente ejecutada. Es el mejor porque logra lo que toda obra cinematográfica debería aspirar a hacer: emocionar, asombrar y dejar una huella. En una industria dominada por algoritmos, franquicias y fórmulas, esta película nos recuerda que la magia todavía existe cuando hay pasión, respeto y arte detrás de la cámara. Es claro que no supera al filme animado, pero lo respeta y lo comprende.
Cómo entrenar a tu dragón no es solo una adaptación fiel. Es un renacimiento cinematográfico que devuelve dignidad al formato live action, demostrando que es posible reinterpretar sin destruir, recrear sin traicionar. Y en el proceso, deja a miles de años luz a los esfuerzos de una Disney más interesada en explotar la nostalgia que en reimaginar el arte.