Ron Howard con Eden, busca retratar un intento fallido de construir una utopía en una isla remota, donde el idealismo se descompone en egoísmo, deseo y locura. Inspirada en hechos reales, la película muestra cómo la convivencia humana se quiebra cuando los sueños individuales chocan entre sí.
Eden | Review(2024)
Puntuación:★★★
Dirección: Ron Howard
Reparto: Jude Law, Ana de Armas, Sydney Sweeney, Vanessa Kirby, Daniel Brühl, Felix Kammerer y Toby Wallace
**Vista en screening de prensa**
No es raro que el ser humano, cansado del ruido del mundo, sueñe con escapar a un rincón apartado, lejos de las guerras, las ciudades y la corrupción. En Eden, Ron Howard toma ese deseo profundo y lo convierte en una pesadilla. Lo que comienza como una búsqueda de paz en una isla remota de las Galápagos, pronto se transforma en un retrato inquietante sobre el fracaso de la convivencia y el lado más oscuro de quienes creen venir a salvar el mundo.
Basada en hechos reales ocurridos en la isla Floreana ubicada en los Galápagos en los años treinta, la película sigue a varias figuras que llegan a este rincón del planeta con sueños distintos, pero todos teñidos de una cierta ingenuidad. Entre ellos están Heinz (Daniel Brühl) y Margret Witmer (Sydney Sweeney), una pareja que busca sumarse a la visión utópica de Friedrich Ritter (Jude Law), un médico alemán que ha decidido fundar allí una nueva sociedad, guiada por ideas filosóficas, desapego material y soledad voluntaria.
Pero ese sueño de armonía choca de frente con la realidad: el ego, la desconfianza, el deseo y el poder comienzan a filtrarse poco a poco, hasta convertir la isla en un campo de batalla emocional, especialmente cuando llega la Baronesa (Ana de Armas), con su descaro y su plan de construir un hotel de lujo, ya no hay vuelta atrás. Lo que sigue es una lenta pero inevitable caída hacia el caos.

Desde su llegada, los Witmer son recibidos con recelo. Lo que Friedrich ve como una “visita” es en realidad una amenaza a su frágil experimento existencial. Para él, cualquier otro ser humano es un estorbo en su camino hacia la iluminación. Sin embargo, la verdadera bomba de relojería se activa con la aparición de la Baronesa (Ana de Armas), una mujer envuelta en misterio que irrumpe con sus planes grandilocuentes. A diferencia del idealismo o el estoicismo de los otros personajes, ella es puro espectáculo, manipulación y deseo.
Howard, apoyado en un guion de Noah Pink que recoge testimonios contradictorios de los supervivientes, levanta una estructura narrativa inestable y pantanosa, como la isla misma. Aquí no hay héroes: hay supervivientes, ególatras, soñadores desilusionados y oportunistas. Todos parecen arrastrar heridas invisibles que se agrandan bajo el sol abrasador de Floreana. La supuesta utopía se convierte rápidamente en un microcosmos de mezquindad humana, un laboratorio de pasiones sin freno y delirios de grandeza.
La interpretación de Jude Law, encarnando a un Friedrich tan brillante como inflexible, retrata a la perfección esa transición del idealismo al narcisismo. Aislado del mundo, el personaje parece perder el norte, convirtiéndose en una figura casi autoritaria disfrazada de filósofo ermitaño. Su comunión con la naturaleza es más una pose que una convicción, y su desprecio hacia los demás, especialmente hacia los Witmer, es la expresión de una soberbia que se oculta tras un discurso moral.
En contrapunto, la Baronesa de De Armas se impone como el elemento caótico, el catalizador de todas las tensiones. Con una actuación tan seductora como exagerada, la actriz parece disfrutar cada gesto, cada frase ambigua, cada mirada cargada de malicia. Su personaje es un enigma con sonrisa de esfinge, que no necesita armas porque sabe utilizar las palabras y los silencios. Si el resto de los personajes se deslizan hacia la oscuridad sin darse cuenta, ella parece haber nacido en ella.

Visualmente, Eden está bañada por la fotografía desaturada de Mathias Herndl, que transforma el paraíso natural en un escenario gris, sofocante, casi postapocalíptico. La música de Hans Zimmer, contenida y melancólica, refuerza ese clima de pesadilla latente. Desde el principio, el espectador intuye que nada acabará bien. La convivencia es una ilusión, la armonía una promesa vacía. A medida que los días pasan, el deseo, la paranoia y la violencia se apoderan del lugar.
Sin embargo, lo que comienza como un retrato intrigante de la descomposición social y moral va perdiendo fuerza. La película, con sus más de dos horas de duración, empieza a repetirse. Howard, si bien se atreve con escenas de una crudeza poco habitual en su cine —incluyendo encuentros sexuales turbios y estallidos de brutalidad—, no consigue sostener el ritmo. La maldad, en lugar de profundizarse o matizarse, se vuelve una constante monótona, casi caricaturesca. Los personajes se convierten en piezas previsibles de un rompecabezas oscuro, sin el peso emocional necesario para que sus actos nos afecten de verdad.
Lo más problemático es que, pese a la ambición del planteamiento, la psicología de los personajes queda apenas esbozada. Su descenso al abismo se siente precipitado, mecánico. Como si la isla los devorara sin resistirse, sin lucha interna. Es una visión demasiado sencilla de la maldad: no como consecuencia de circunstancias, heridas o dilemas, sino como una elección caprichosa. Así, la comparación con El señor de las moscas pierde peso: aquí no se trata tanto de la naturaleza humana enfrentada a la barbarie, sino de un conjunto de arquetipos que se hunden porque así lo dicta el guion.
Eden es una película imperfecta pero provocadora, que invita a pensar en la fragilidad de nuestras ideas cuando se las expone al aislamiento, a la soledad y al deseo. En el fondo, lo que Howard parece sugerir es que toda utopía contiene las semillas de su fracaso, especialmente cuando nace del ego y no de la empatía. Y en ese sentido, aunque la película no alcance todas sus metas, sí logra transmitir la inquietud de una humanidad que, al buscar el paraíso, termina revelando su peor rostro.