El esquema fenicio | Review

Wes Anderson retrata la vida de un magnate europeo enfrentando su decadencia moral y el reencuentro con su hija monja. Aunque mantiene el estilo distintivo del director, la película se resiente por su narrativa sobrecargada y una falta de profundidad emocional. 
El esquema fenicio (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Wes Anderson
Reparto: Benicio del Toro, Mia Threapleton, Michael Cera, Riz Ahmed, Tom Hanks, Bryan Cranston, Jeffrey Wright, Scarlett Johansson, Benedict Cumberbatch y Rupert Friend
Estreno en cines

Wes Anderson continúa su exploración estilizada del alma masculina, una vez más protagonizada por un personaje principal obsesionado con moldear el mundo a su medida. Esta vez, se trata de Zsa-Zsa Korda, un magnate europeo interpretado por Benicio del Toro, cuyo despiadado apetito empresarial colisiona con una dimensión inesperadamente íntima: el reencuentro con su hija, una joven monja que ha decidido no solo renunciar al mundo que él representa, sino convertirse en la improbable heredera de su imperio. La cinta, revestida con el diseño visual meticulosamente idiosincrático de Anderson, funciona como una comedia de intriga que disecciona las fracturas morales y afectivas de su protagonista. No obstante, pese a su innegable atractivo estético, El esquema fenicio carece de una tesis temática robusta que unifique sus múltiples hilos narrativos y emocionales.

Ambientada en la ficticia Fenicia hacia 1950, la historia arranca con un atentado fallido contra la vida de Korda, quien sobrevive apenas al derribo de su jet privado. El mundo parece conspirar en su contra: enemigos corporativos, gobiernos hostiles, e incluso sus exesposas desean su desaparición. En medio de esta paranoia, Korda persiste con su Plan de Infraestructura Terrestre y Marítima, un megaproyecto concebido para explotar, sin contemplaciones, los recursos naturales de Fenicia. Como parte de su legado, decide contactar a Liesl (Mia Threapleton), su hija distante, quien ha adoptado los votos religiosos y vive ajena a la ambición que consume a su padre. A pesar de su inicial rechazo, Liesl se ve arrastrada a un itinerario junto a Korda y su asistente Bjorn (Michael Cera), visitando a diversos inversores mientras se enfrentan no solo a la amenaza de la bancarrota, sino a los fantasmas del pasado.

Como ocurre con frecuencia en el cine de Anderson, los vínculos familiares desgarrados funcionan como eje emocional de la historia. Desde su primera escena, la relación entre Korda y Liesl está marcada por la sospecha, el resentimiento y una sed de verdad: ella cree que él fue el responsable de la muerte de su madre. Aunque tal sospecha resulta infundada, Anderson nunca suaviza la figura de Korda, quien es retratado por Del Toro como un titán económico que ha sacrificado todo —incluido su rol paternal— en aras de su imperio. A medida que el relato avanza, padre e hija encuentran un frágil terreno común, especialmente cuando Liesl decide buscar venganza contra su medio hermano, Nubar (Benedict Cumberbatch), a quien Korda acusa del asesinato de su esposa.

El guion, coescrito por Anderson y Roman Coppola, sigue una estructura episódica que recuerda a un viaje de redención interrumpido por intrigas y traiciones. La partitura orquestal de Alexandre Desplat —aderezada con citas de Stravinsky y Beethoven— otorga una textura lírica al relato, pero la narración se siente más recargada que encantadora. El diseño de producción de Adam Stockhausen es, como siempre, un deleite visual: cada localización parece un diorama animado, con su lógica interna y su cromatismo encantador. Sin embargo, esos logros formales no consiguen ocultar la sensación de repetición: el filme reitera tropos y esquemas ya agotados dentro del universo andersoniano.

Del Toro interpreta a Korda con una ironía distante, logrando momentos de comedia sutil, aunque el personaje jamás llega a trascender el arquetipo del capitalista inmoral. Su dinámica con Threapleton resulta prometedora, pero carece de profundidad emocional. Ella, por su parte, ofrece una actuación contenida y melancólica, un eco casi inquietante de la sensibilidad actoral de su madre, Kate Winslet. Mientras tanto, Michael Cera se acopla al registro deadpan habitual de Anderson con eficacia, aunque su personaje apenas contribuye al desarrollo dramático de la trama, pero no se puede negar que Cera se roba cada escena.

El filme se puebla de cameos breves e intrascendentes por parte de actores de renombre como Tom Hanks, Willem Dafoe o Scarlett Johansson, quienes encarnan a inversores y parientes en escenas que se sienten más como guiños que como contribuciones sustanciales al relato. Es en estos momentos donde la película evidencia su mayor fragilidad: su exuberancia visual y su virtuosismo formal no consiguen compensar la ausencia de un corazón temático claro ni de una evolución real en sus personajes principales.

A nivel simbólico, el “Plan Fenicio” que da título al film no es más que una parodia grotesca de las empresas coloniales del siglo XX: una red de infraestructura minera y pesquera sostenida por explotación laboral y manipulación económica. Anderson la convierte en el escenario de una fábula sobre el declive del poder y la imposible redención de sus detentores. En ese sentido, El esquema fenicio podría haber sido una sátira afilada sobre el capitalismo tardío y sus herederos emocionales. Sin embargo, termina siendo más una galería de rarezas formales que un estudio conmovedor sobre la culpa, la herencia o la reparación.

Así, aunque El esquema fenicio mantiene la pulcritud artesanal y la firma estética inconfundible de Anderson, sufre por una sensación de repetición que socava sus propios hallazgos. Lejos de la melancolía genuina de The Royal Tenenbaums o la ternura contenida de Moonrise Kingdom, esta película transita un terreno demasiado familiar sin el ímpetu renovador que alguna vez distinguió al cineasta. Hay destellos de genialidad, sí —especialmente en su uso simbólico de lo absurdo y en su arquitectura narrativa episódica—, pero el resultado final se queda a medio camino entre la fábula moral y el espectáculo autocomplaciente.

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