Con la ayuda de un reparto de lujo encabezado por Léa Seydoux y Louis Garrel, lo nuevo del siempre fascinante Dupieux es un filme lleno de picardía mientras habla sobre la inteligencia artificial y los juegos de roles.
El Segundo acto (2024)
Puntuación: ★★★
Dirección: Quentin Dupieux
Reparto: Léa Seydoux, Vincent Lindon, Raphaël Quenard y Louis Garrel
**Vista en screening de prensa** Próximamente en Netflix
Lo nuevo de Quentin Dupieux es locura en su máximo nivel, es que realmente se puede decir que esta nueva cinta es casi un sketch lleno de tonos jocoso que acosa a los espectadores que no quieran salir de la cuarta pared. Es un gag meta vivaz, una película sobre una película, o tal vez una película sobre una película sobre una película –o tal vez solo una película, punto final– cuyo objetivo es afirmar que la realidad tal como la experimentamos dentro y fuera del cine es unitaria a pesar de los niveles de impostura o los juego de roles que le aportamos. En la que el cineasta juega de una manera que no termina de funcionar en todos los niveles, pero cuya experiencia es lo que la hace interesante.
Sin dudas lo que hace a El segundo acto atractiva e interesante es su reparto de primera categoría involucrado. La cinta inicia mostrándonos a un tipo nervioso e infeliz llamado Stéphane (Manuel Guillot) que está abriendo un restaurante en medio de la nada, llamado The Second Act (El segundo acto). Luego tenemos a dos hombres caminando hacia el restaurante: David (Louis Garrel) y su amigo Willy (Raphaël Quenard). David tiene una cita allí con una mujer hermosa, cuya dependencia le desagrada, por lo que lleva a Willy para seducirla y quitársela de encima. Esta mujer es Florence (Léa Seydoux), que está preparándose para encontrarse con David, sin saber de sus planes de endosársela a otra persona, y está tan segura de que David es el único que ha llevado a su padre con ella, Guillaume, interpretado por Vincent Lindon.
Los actores que interpretan estos papeles se salen constantemente de sus personajes y se pelean entre ellos, aunque sin que nadie diga “¡Corte!”. La acción se mueve sin problemas dentro y fuera de los niveles aparentes de ficción y realidad, tal vez como resultado de la forma novedosa en que parece estar dirigida; ya que la cinta nos aguarda una ligera sorpresa, el filme en cuestión está dirigida por una IA, una voz robótica de un avatar en una computadora portátil sostenida por un humilde corredor.
Dupieux se burla con picardía de los escrúpulos progresistas de la industria cinematográfica; no solo por el uso de la IA que tanto se quejan, sino que muchos estudios son los primeros los que la están utilizando. También hace eco en los conceptos idealistas de los actores, ya que se burla (sobre la misma base provisional e inauténtica) del activismo #MeToo, un tema que la industria se toma muy en serio, pero son los primeros en ocultar los casos que se esconden bajo la mesa. Dupieux también hace muchos chistes sobre los tristes perdedores que se quitan la vida disparándose; ahora bien, algunos pueden encontrar esto tan incómodo y polémico como cualquier otra cosa tonta sobre conciencia progresista, aunque todo esto se presenta en un tono de sátira.
El filme es una especie extraña en algunos aspectos. A pesar de su actitud cómplice y maliciosa, es extrañamente poco sofisticada e incluso poco exigente si la comparamos con los anteriores trabajos de Dupieux. Pese a toda la crítica que quiere tener en la narrativa, está nunca llega a proyectar una tensión real ni reveladora, en especial en la discrepancia entre lo verdadero y lo falso.
Al final analizando todo el paquete, pese a lo mordaz que quiera hacer o decir Dupieux, El segundo acto no tenga mucho que ofrecer, pero el suflé de la autoconciencia se eleva con bastante buen gusto, y los actores son una delicia en pantalla, especialmente en la forma que los 4 principales interactúan más con un Raphaël Quenard sacando brillo a sus diálogos es lo que hace al filme un atractivo cinéfilo obligatorio de ver.