La nueva entrega dentro de la amplia franquicia del ‘Señor de los Anillos’ es un salto hacia la animación japonesa que se agradece, donde todo lo visual brilla, pero la historia no termina de convencer.
La saga de El Señor de los Anillos ha pasado a la historia como un hito que ya es parte de la cultura general y del inconsciente colectivo de una generación entera, la cual venera con gran fanatismo no solo la obra de Tolkien, sino también la trilogía épica de Peter Jackson, colocándolas en un estándar casi inigualable. Sus sucesoras, en forma de la trilogía de El Hobbit y las dos temporadas de Los Anillos de Poder, se han quedado muy lejos de siquiera parecerse, en forma y estilo, a la obra original de Jackson. En medio de estas adaptaciones surge la entrega más reciente dentro de este universo, que da el salto al anime bajo el nombre de El Señor de los Anillos: La Guerra de los Rohirrim.
Dirigida por Kenji Kamiyama, cuya animación estuvo a cargo del estudio Sola Digital Arts, especializado en el uso del CGI y con experiencia en franquicias como Ghost in the Shell o Blade Runner. Este estudio opta por un estilo más clásico que recuerda a las aventuras narradas por el Estudio Ghibli. En esta ocasión, la historia gira en torno a Helm “Mano de Hierro”, un legendario rey de la famosa región de Rohan, quien debe defenderse de un ejército de dunlendinos y afianzar sus dominios ante la inminente amenaza. Con el tiempo, su nombre se convierte en el homónimo de la fortaleza del Abismo de Helm, escenario de los eventos de la segunda entrega de la trilogía original, Las Dos Torres.
La película se sitúa 261 años antes de que Frodo emprenda su viaje para destruir el Anillo Único, lo que, de entrada, es una excelente decisión. Al evitar recurrir a Sauron como villano y no caer en lugares comunes para los fans, lo que esto hace que podamos explorar nuevos rincones de la Tierra Media que no habían sido abordados en entregas anteriores.
El concepto de espectacularidad es algo que la película comprende y ejecuta a la perfección, ya que dedica gran parte de sus escenas más intensas a detallar los aspectos claustrofóbicos y oscuros del aterrizaje a una ciudad, así como a desarrollar extensas secuencias de batalla con una animación ágil y fluida. Sin embargo, dentro del apartado técnico resulta confuso que la cinta parece dividida visualmente en dos partes, pues en algunos momentos las escenas brillan y transmiten vida, mientras que en otros dejan mucho que desear. Esto es especialmente evidente al observar que las batallas en sí resultan predecibles, y la inclusión de ciertos personajes parece forzadas, olvidando el misticismo y el heroísmo característicos de la saga.
El conflicto de la película comienza cuando Freca, señor de Dunland, llega a Rohan con una propuesta para el rey Helm Mano de Hierro: casar a Wulf, hijo de Freca, con la hija de Helm. En los escritos de Tolkien, esta mujer carecía de nombre, rostro o presencia, convertida meramente en un objetivo de disputa que desembocaría en una guerra sangrienta. Sin embargo, en esta película se realiza un cambio importante en la historia al darle protagonismo como guerrilla.
Los guionistas deciden otorgarle un nombre, Hèra, así como un propósito y una personalidad, dándole voz a una mujer cuya trascendencia se había perdido entre los relatos liderados por hombres de la Tierra Media. Es simbólico que sea Éowyn, la famosa guerrera de la saga original, quien narra su historia, reflejando que Hèra es su gran fuente de inspiración para convertirse en la mujer que fue.
El problema radica en que, más allá de ser hombre o mujer, el personaje no tiene un arco claro. Su personalidad y objetivos son demasiado simples, terminando en la típica motivación de hacer el bien y erradicar el mal, sin ahondar en la psicología detrás de sus acciones.
Se agradece que la película profunda en la rica y violenta historia de Rohan, pero tratándose de una franquicia de esta escalada, el resultado se queda a medias, dejando mucho que desear. Finalmente, su tercer acto predecible y carente de sorpresas hace que la película sea olvidable y decepcionante.