El último respiro | Review

El último respiro narra el accidente real del buzo escocés Chris Lemons, quien quedó atrapado a 90 metros de profundidad tras romperse su cable de oxígeno durante una misión submarina.
El último respiro (2025)
Puntuación: ★★½
Dirección: Alex Parkinson
Reparto: Woody Harrelson, Finn Cole, Simu Liu y Cliff Curtis
Disponible en Prime video

Last Breath (2024), la dramatización dirigida por Alex Parkinson de su propio documental de 2019, parte de un material absolutamente fascinante: la historia real de Chris Lemons, un buzo de saturación que sobrevivió treinta minutos sin oxígeno en el fondo del Mar del Norte. La premisa, difícil de creer incluso con pruebas documentales, contiene todos los elementos necesarios para construir un thriller de supervivencia conmovedor, reflexivo y técnicamente impresionante. Sin embargo, el resultado final es una película irregular, que triunfa en la creación de tensión, pero fracasa a la hora de profundizar en sus personajes, en la dimensión humana del trauma, y en las implicaciones existenciales de un accidente tan extraordinario.

La estructura narrativa se ciñe casi por completo al procedimiento técnico del rescate. Parkinson y sus guionistas (David Brooks y Mitchell LaFortune) adoptan un enfoque procesual, donde la atención al detalle y la fidelidad a la logística del buceo de saturación suplen, al menos en la superficie, la falta de desarrollo emocional. Pero este realismo funcional tiene un costo evidente: el relato carece de alma. Lemons, interpretado por Finn Cole, es presentado con los trazos mínimos: sabemos que está comprometido con Morag (Bobby Rainsbury), que se muestra inquieta por la naturaleza del trabajo de su pareja, pero su vínculo apenas sobrevive más allá de unas pocas líneas de diálogo. No hay tiempo, ni voluntad dramática, para construir una relación significativa. Lo mismo ocurre con los demás personajes: David (Simu Liu), Duncan (Woody Harrelson), Craig (Mark Bonnar) y Andre (Cliff Curtis) se mueven con eficacia en sus roles, pero todos son herramientas narrativas antes que individuos complejos.

Paradójicamente, esta falta de profundidad humana contrasta con el enorme esfuerzo técnico de la producción. La cinematografía submarina es impecable. Nick Remy Matthews construye una atmósfera opresiva, realista, con una oscuridad casi física que transmite la angustia del entorno. La decisión de rodar en un tanque real en Malta aporta una credibilidad visual rara vez vista en este tipo de películas, evitando los errores comunes del CGI y del abuso de pantallas verdes. No obstante, la excelencia visual no logra compensar las limitaciones del guion: la película puede ser asombrosa a nivel estético, pero su vacío emocional resulta desconcertante, sobre todo considerando que se trata de una historia basada en hechos reales con enorme potencial dramático.

Uno de los principales problemas de Last Breath es su obsesión con la inmediatez. Parkinson parece decidido a mantener al espectador atrapado en una cuenta regresiva constante, como si temiera que cualquier digresión —una conversación introspectiva, una exploración del trauma o un momento de silencio— rompiera la tensión. Esto genera una experiencia intensa pero monótona: la película se mantiene a un ritmo constante, sin oscilaciones ni pausas, lo que a la larga la vuelve predecible. Incluso los momentos más impactantes —la ruptura del cordón umbilical, la pérdida de contacto, el descenso al abismo— se diluyen en un flujo narrativo que no permite que el impacto emocional decante.

Y luego está el problema del desenlace. Tras 90 minutos de tensión perfectamente orquestada, la película se desinfla con una coda torpe, casi cómica, que desentona radicalmente con el tono sobrio y angustiante del resto del film. Esa especie de epílogo romántico no solo resulta innecesario, sino que subraya la incapacidad del guion para abordar con madurez las consecuencias reales del accidente. ¿Qué pasa con el cuerpo y la mente de alguien que ha estado treinta minutos sin oxígeno? ¿Qué secuelas deja una experiencia tan extrema? La película no se lo pregunta. Y esa omisión se siente como una traición a su propio material de origen.

También se echa de menos una reflexión más amplia sobre el oficio del buceo de saturación. Si bien al inicio se nos informa brevemente de los riesgos extremos de esta profesión —comparada con frecuencia con los viajes espaciales—, la película no profundiza en el absurdo existencial de enviar seres humanos a trabajar en condiciones completamente incompatibles con la vida. La promesa de un retrato fascinante sobre los límites del cuerpo humano, sobre el carácter ritual de la inmersión o la desconexión psicológica de los buzos, se reduce aquí a un conjunto de maniobras técnicas con dramatismo superficial.

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