Gwendoline Christie y Asa Butterfield protagonizan lo nuevo del maestro Peter Strickland que crea una de sus obras más absurdas y fascinantes al crear una confección elegante y profundamente extraña sobre el “servicio de catering sónico/sonoro”.
Flux Gourmet (2022)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Peter Strickland
Reparto: Asa Butterfield, Gwendoline Christie, Ariane Labed, Fatma Mohamed, Makis Papadimitriou y Richard Bremmer
Disponible: VOD Google Play
Como sabemos el mejor adjetivo calificativo para las películas de Peter Strickland es la palabra “absurda” y ese término es un asunto serio en su filmografía, ya que los universos que plantean en cada una de sus obras se desarrollan de acuerdo con su propia lógica y leyes singulares, guiadas por la excentricidad y la perversidad; su último trabajo Flux Gourmet, es un relato sobre una residencia artística que ofrece por un mes un servicio de catering sónico/sonoro, todo un triunfo particular. Como sabemos, la película es toda una creación completamente realizada e inmaculadamente diseñada que oculta una sensación de misterio y peligro en cada plano bajo su rareza deliberada.
Flux Gourmet, es sin dudas una pieza completa dentro de la filmografía de su director, ya que nos vuelve a llevar a las obsesiones del sonido en el cine como lo fue Berberian Sound Studio o los rituales exploratorios psicosexuales de The Duke of Burgundy, pero al mismo tiempo se siente una atmósfera siniestra mezclada con la moda como lo fue In Fabric; razón por la cual este filme se siente como la culminación de las fascinaciones que Strickland ha explorado en su cine.
En Flux Gourmet, Strickland hace una exploración a las barreras entre lo comestible y lo audible, por lo cual en el filme el recurso del sonido es un personaje más, ya que la propuesta es al más puro estilo de The Sonic Catering Band, que creaban música electrónica a partir del sonido de la cocina y la preparación de ingredientes. Para comprender mejor la forma del filme, lo mejor es llegar habiendo visto algo de su director, ya que el filme es totalmente Strickland, cuya visión es única de Strickland, y nadie más la puede recrear, su deliciosa mezcla entre el salvajismo cómico y lo absurdo, rozan una delgada línea que en manos de otro director esto hubiera terminado en un circo absurdo, pero el director sabe darle un toque elegante y magnético a la trama que se eleva con la interpretación magníficamente loca y completa de Gwendoline Christie, que cada vez que la vemos en pantalla anda un atuendo cada vez más extravagante que el otro.
El filme está narrado por el personaje llamado Stones (Makis Papadimitriou), un escritor o ‘docierge’ cuyo trabajo es documentar el proceso artístico que ocurre en la residencia de catering sónico; la película se divide en cuatro capítulos. Estos corresponden a las cuatro semanas que habitan los personajes en la residencia, durante las cuales el último colectivo, un trío liderado por la carismática, pero autocrática Elle (Fatma Mohamed), su segunda ayudante Lamina (Ariane Labed) y el joven tristón Billy (Asa Butterfield), cuya relación desde el primer momento se siente tensa, especialmente cuando cada uno empiezan a cuestionar los fundamentos mismos del catering sónico.
Los puntos críticos incluyen el tema no resuelto del nombre de la banda, la tensión sexual resultante de las relaciones superpuestas entre los tres y el tema cada vez más polémico de sí se debe atenuar o no el uso del flanger. Este último es un tema particularmente candente, ya que surge por sugerencia de la matriarca de la residencia Jan Stevens (Christie).
Mientras tanto, el desafortunado Stones está plagado de problemas gástricos y flatulencias excesivas, algo que el médico del lugar (una interpretación casi demoníaca Richard Bremmer) le sugiere que cure sus problemas con una referencia a las enseñanzas de Hipócrates: “Que la comida sea tu medicina”, sonríe, mientras bebe muchas copas de vino. Alrededor de todo lo que ocurre surge entre las sombras del lugar unos jóvenes que quieren destruir el lugar debido a que Jan los rechazó por su uso de tortugas acuáticas.
Como dijimos el filme es absurdo, pero la personalidad sólida y única de Strickland, hacen que el filme sea un viaje meticuloso a un mundo tan extraño como fascinante donde el director cuestiona el mundo del arte moderno y hasta donde el ser humano cree que todo es arte. El director le agrega su mirada con su meticuloso diseño, en todo, desde el vestuario hasta el sonido. Y quizás no sea sorprendente que este último, un paisaje sonoro de textura intrincada lleno de chillidos analógicos y sonidos en bucle, se destaque.