G20 | Review

Viola Davis, en modo estrella de acción, reparte golpes como la presidenta de los Estados Unidos en G20. Una película, que en su mejor versión, aspira a ser un thriller palomitero, pero termina siendo tonto, vacío, con algunas ráfagas de adrenalina pura.
G20 (2025)
Puntuación: ★★
Dirección: Patricia Riggen
Reparto: Viola Davis, Anthony Anderson, Antony Starr, Douglas Hodge, Sabrina Impacciatore, y Clark Gregg
Disponible en Prime Video

En G20, todos los líderes mundiales están reunidos en la cumbre diplomática titular, estos son tomados como rehenes por terroristas desencantados, que son veteranos de fuerzas especiales. Solo la presidenta de los Estados Unidos, líder del llamado “mundo libre”, puede detener la amenaza. Se trata de una película moldeada claramente por sus predecesoras: Air Force One, White House Down y los momentos presidenciales de Bill Pullman en Independence Day, cintas que buscan equilibrar el encanto populista de elegir a una estrella de Hollywood como presidente con secuencias de acción robustas, aunque a menudo inverosímiles. Si bien Wolfgang Petersen y Roland Emmerich jamás fueron compositores de acción particularmente sutiles, ambos dominaban lo esencial: la escala, el ritmo y la geografía del espectáculo, justificando así el alto concepto de “el presidente toma un arma para defender la libertad”.

G20, en contraste, es una pieza genérica, torpe y desarticulada de “contenido de streaming” de alta gama, que solo consigue hacernos añorar las virtudes, hoy inusuales, de directores como Petersen y Emmerich.

Es justo señalar que G20 tiene muchos defectos, pero si hay que de mención buena, es que acierta en un aspecto fundamental de su planteamiento: el casting de Viola Davis como presidenta. Conseguir la vibra adecuada en este tipo de película es esencial; el público debe mirar a quien porta la insignia presidencial o pisa el Despacho Oval y pensar, sin dudarlo: “Sí, lo creo”. Davis, una de las tres mujeres negras en obtener el codiciado estatus EGOT, ha construido una carrera ejemplar interpretando a mujeres complejas atrapadas en situaciones imposibles. Su presencia impone, su dolor conmueve y su determinación resulta incuestionable. Tan evidente es su idoneidad para encarnar a una mandataria ficticia, que su elección parece rozar lo predecible.

La presidenta Danielle Sutton (Davis) ganó fama nacional tras ser fotografiada por Time cargando a un niño iraquí a un lugar seguro durante la batalla de Faluya. Ahora, se prepara para presentar una solución al hambre mundial en la cumbre del G20 en Ciudad del Cabo. Sin embargo, enfrenta complicaciones personales: su hija adolescente, Serena (Marsai Martin), experta en piratería informática, vulnera los protocolos de seguridad para salir de fiesta. El drama familiar se suma a la férrea oposición política que enfrenta Sutton: su propuesta consiste en introducir una criptomoneda similar a Bitcoin para revitalizar económicamente comunidades agrícolas empobrecidas en África.

Este, probablemente, sea el plan presidencial más descabellado jamás propuesto en una película que no sea abiertamente distópica o satírica. Las criptomonedas son, por naturaleza, inestables y su auge está intrínsecamente ligado a la explotación de recursos naturales, el abuso laboral y el saqueo económico de los países en vías de desarrollo. Hablar de “erradicar el hambre mundial” mediante herramientas tecnológicas sin cuestionar el sistema que perpetúa esa desigualdad es, en sí mismo, un acto de ignorancia —o cinismo— imperialista. Es irónico que la película, financiada por grandes corporaciones tecnológicas (entre ellas Amazon, propiedad de Jeff Bezos, quien podría teóricamente erradicar el hambre global de su propio bolsillo), proponga como salvación aquello que en realidad perpetúa la crisis.

G20 ni siquiera se ve ni se mueve como una película que entienda que es de acción. Más bien, parece que su metraje en 4K que fue ensamblado en una línea de edición que, a fuerza de manipulación en postproducción, intentó torpemente cumplir con las convenciones del género. Salvo por unos pocos planos generales aislados, la coreografía resulta casi indescifrable debido al vértigo de la cámara en mano y al sobremontaje frenético. La profusión de fondos generados por computadora, utilizados para recrear escenarios exteriores completos, no hace más que subrayar la falsedad del entorno, erosionando cualquier sensación de lugar en un escenario que debería inspirar prestigio y tensión.

Resulta desconsolador ver a un reparto tan capaz —no solo Viola Davis y Anthony Starr, sino también Elizabeth Marvel, Douglas Hodge, Ramón Rodríguez y Sabrina Impacciatore— desperdiciado en personajes que parecen caricaturas de cartón, cuyos arcos tienen un nulo desarrollo. 

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