Brendan Fraser se entrega por completo a la teatral adaptación de Darren Aronofsky de una obra sobre un hombre que se come a sí mismo hasta morir, cuyo resultado es el trabajo más floja del director.
La Ballena (2022)
Puntuación: ★★★
Dirección: Darren Aronofsky
Reparto: Brendan Fraser, Sadie Sink, Hong Chau, Ty Simpkins y Samantha Morton
Disponible: Estreno en cines
Darren Aronofsky no tiene contemplación alguna al mostrarnos el relato de un hombre que se suicida en cámara lenta. Y, al mismo tiempo, es un retrato de un eterno optimista que aún alberga esperanza para la humanidad. “¿Alguna vez has tenido la sensación de que las personas son incapaces de no preocuparse?” pregunta Charlie (un notable Brendan Fraser), donde interpreta a un profesor de literatura con obesidad mórbida que se la pasa sentado en su sofá y que rara vez sale él, y mucho menos de su apartamento, sus experiencias reales de primera mano con “personas” son limitadas.
El mayor logro de la última película un tanto irregular de Darren Aronofsky, y de la interpretación de Fraser, es el hecho de que la personalidad compleja de Charlie, con sus defectos y arrepentimientos, ingenio y entusiasmo salvaje, se registra en la pantalla de manera tan decisiva como su imponente peso físico. No todo funciona de eso estamos claros. Esta es una cinta que ni siquiera intenta escapar de sus orígenes teatrales (fue adaptada por Samuel D Hunter de su propia obra de teatro de 2012), detalle importante a la hora de construir el lenguaje cinematográfico especialmente cuando se detiene en el melodrama caldoso del tercer acto. Pero Fraser es valiente y está totalmente comprometido con su primer papel protagónico importante en una década.
Fraser, un actor que trae consigo una considerable buena voluntad de la audiencia y que podría decirse que ofrece la mejor actuación de su carrera, dado que no es muy difícil debido a los trabajos de su pasado y será un punto de venta importante para esta película.
Brendan Fraser es Charlie, un profesor a cargo de un curso de estudio en línea, a través de Zoom. Le dice al grupo que la cámara de su computadora portátil no funciona, razón por la cual el cuadrado en la pantalla donde debería estar su rostro está en blanco. Pero en realidad no quiere que vean cómo luce: Charlie tiene obesidad mórbida y apenas puede levantarse del sofá con un andador para llegar al baño, atiborrarse de pizzas y pollo frito, con un alijo de barras de chocolate en el cajón del escritorio. Nuestra primera vista de Charlie es de él masturbándose con porno gay, culminando en un ataque al corazón que casi lo mata.
Luego, descubrimos que la muerte de su pareja Allan fue lo que desencadenó el comer así, ya que Charlie utilizó la comida como su mecanismo de afrontamiento ante el dolor. La comida, para Charlie, es una adicción tanto como el alcohol para un borracho o la heroína para un yonqui. Pero hay un elemento adicional de vergüenza y tabú asociado a comer compulsivamente; algo que Aronofsky confronta al espectador de la forma más directa, que es con el cuerpo (prótesis muy mal usadas) del personaje. Embarrado con los restos de comidas pasadas, resbaladizo con una capa aceitosas de sudor, es la forma en como Aronofsky enfatiza la cualidad grotesca y la vida miserable de Charlie. Pero luego también nos muestra la belleza del hombre, en su profunda voz de chocolate derretido, su capacidad de amar, su amistad con Liz (Hong Chau).
Liz es enfermera, pero también es la salvavidas para Charlie y una conexión con el período más feliz de su vida. Ella es sus ventiscas, y le dice crudamente, que a menos que no vaya a un hospital, morirá. Pero Charlie tiene otras prioridades, y esas es buscar a su hija Ellie (Sadie Sink de Stranger Things ), que sabiendo que va morir trata de enmendar su pasado, pero guarda mucho rencor ya que el la abandonó cuando tenía ocho años.
Luego está Thomas (Ty Simpkins), un misionero que acaba de salir de la adolescencia, cuyas visitas a la casa de Charlie tienen tanto que ver con su propia crisis personal como con la de Charlie, una trama un poco forzada en ocasiones, donde el tema de la religión no termina de aportar los cuestionamientos que el guion está intentando hacerte pensar.
Junto a todo, está el amor de Charlie por la literatura, especialmente Moby-Dick de Melville (Toda una metáfora para entender al personaje, que Aronofsky nos la pasa diciendo cada cinco minutos), y Charlie es tristemente consciente de que él es la ballena, la enorme entidad hinchada que nadie quiere cazar, obsesionarse o siquiera pensar en absoluto. O tal vez es que Charlie está buscando el elusivo significado de su propia vida arruinada, en lo profundo del océano de la soledad.
Hay más temas y planteamientos que la historia busca explorar, pero, nunca se toma el tiempo para hacerlos como es el de la salud, los estándares de belleza, la depresión entre otros, ya que Aronofsky simplemente busca retratar el dolor de una persona y la necesidad de comer y comer, sin hacer ninguna reflexión.
Fraser aporta una dulzura y una franqueza al papel de Charlie; su interpretación es buena, aunque, por supuesto, queda eclipsada por el llamativo látex y los efectos especiales, que están ahí para provocar una mezcla de horror, simpatía y amor en la temporada de premios, y es muy evidente en su campaña de premios.