Su cine no era biográfico, pero tenía mucha confección de una infancia algo distorsionada. Un gusto por el circo, las bajezas, la iglesia, las mujeres y la ciudad de Roma. Una obra llena de excesos y críticas.
Como sabemos uno de los más grandes cineastas de la historia fue el director Federico Fellini, y bien podemos decir que fue o es uno de los pocos cineastas que su nombre es un adjetivo propio: “Cine Felliniano”. En otras palabras, nadie puede hacer o ha hecho cine como Fellini, ya que el director fue todo un personaje casi único al crear sus propios universos que iban desde lo más personal al intentar recrear sus propios recuerdos incluso hasta los que él mismo inventaba.
Se dice que su cine está compuesto por dos etapas, una primeramente mayor, que es ese cine más realista, que bebe directamente del cine Italiano que nace después de la Segunda Guerra Mundial, y la segunda parte que inicia a partir de La Dolce Vita, que es aparentemente más simbolista y metafórico, pero que en realidad se parece mucho a esa primera parte, esto debido a que sigue explorando su amor por la infancia, sigue construyendo personajes extraños, incluidos esas prostitutas, o esos circos con payasos tristes y no tan tristes. Sus universos son siempre barrocos llenos de música, donde incluso se atreve a crear esos famosos alter egos, como los que creo al lado de Marcello Mastroianni, o con su mujer Giulietta Masina, que dentro del universo de su marido casi siempre representó a ese Chaplin que tanto admiró el cineasta italiano, como se puede ver en La Strada o en Noches de Cabiria.
El cine de Fellini siempre se caracterizó por tener a sus personajes como el pilar central de cada una de sus obras, esto porque se sabe que el maestro buscaba a sus actores de acuerdo a la raíz con las que él los dibujaba, debido a que efectivamente el primero hacía los dibujos de los personajes que imaginaba (era un gran dibujante, en su pasado trabajó como publicista). Fellini era muy peculiar a la hora de crear universos muy propios, incluso al día de hoy no hay ningún cineasta capaz de crear esos viajes o esos tipos de personajes en el cine. Incluso cuando tomaba algún personaje que ya existía lo lleva a su territorio, como si siempre le hubiera pertenecido, como el caso del famoso personaje del Casanova.
El Casanova de Fellini, se aleja del personaje que tenemos grabado en nuestra cultura pop, el director entregó un Casanova deconstruido, un hombre triste y solitario, para Fellini el rey del amor no dejaba de ser un hombre, y en cierto modo era un hombre patético.
El mito y la creación de Fellini
Fellini fue un hombre lleno de encanto y misterio, incluso utilizaba sus memorias para construir esas grandes obras que nos regaló, pero como se dice esos recuerdos que utilizaba no siempre fueron reales, eran inventados, pero nadie sabe a ciencia cierta cuáles eran verdaderos, o inventados.
Fellini tenía una manera de trabajar muy única, que se nota en la mayoría de sus obras. Él utilizaba ese aparente caos que reinaba en sus películas, ese barroquismo visual lleno de personajes extraños, lleno de situaciones raras muy teatralizadas, el cine dentro del cine. Todo un caos muy bien armado, siempre estaba ordenado, cosa que no es fácil de manejar; donde se puede apreciar mejor es en su película Roma de 1972, en ella es donde se representa mejor ese caos, ya que viajamos al pasado para al final descubrir que es una película. Todo ese caos está muy trabajado, no hay nada al azar.
Otro aspecto a la hora de crear sus cintas, es que a Fellini le gustaba mucho ensayar con sus actores, para luego darles mucha libertad creativa con el fin de siempre crear un clima de confianza con todo el equipo, todo para que pareciera que había mucho esfuerzo sin haberlo tanto.
Como dijimos, en el cine de Fellini hay muchos viajes oníricos, detalle que viene del cine que se creó en la época del Neorrealismo Italiano, como esa mítica obra de Roberto Rossellini llamada Roma Citta Aperta, considerada como la primera película de ese neorrealismo, dicho tipo de realismo se ve reflejado en La Strada de Fellini.
La Dolce Vita: La obra cumbre del cineasta
La Dolce Vita es considerada como una obra ferozmente realista, ya que se produce como una mezcla de esos dos mundos; un mundo enloquecido en las noches, pero por otro es un retrato estilizado de esa realidad que hoy en día 60 años después de su estreno sigue siendo tremendamente moderna, y es por eso que esa mirada certera y lúcida sobre esa realidad no deja de ser real, pero Fellini hace que sea como un sueño.
Para muchos La Dolce Vita es la gran obra del cineasta italiano tanto por lo que significa la obra, por su impacto cultural, y por la forma en que Fellini construyó la película tanto por su planteamiento visual, sus encuadres, composiciones, fotografía, por sus reveladoras elipsis, su detallismo sin caer en manierismo ni hiperrealismo, sus travellings y juegos de cámara, apretando el paso en las crisis, aminorando en los excesos, deteniéndose en los sin sentidos, con un blanco y negro que te atrapa por la forma en que plasma sus escenarios. Al aspecto visual hay que añadir la excelente y genial música de Nino Rota, el fiel compañero del maestro.
Como dijimos, el filme nace durante el nuevo crecimiento económico de la Italia que había sido devastada por la guerra, y en miras de mejorar, surge una nueva sociedad italiana, una nueva burbuja económica que llevó consigo una nueva perspectiva más notoria, y al mismo tiempo una baja desvalorización al favor religioso. Todos esos nuevos cambios y esa nueva búsqueda de valorización como sociedad es lo que estaba viviendo el país en los años cincuenta, que es lo que busca reflejar la cinta de Fellini.
Marcello, es el absoluto protagonista, un hombre que trabaja como periodista y siempre está en la búsqueda de una noticia y aspira a convertirse en un escritor serio. Sin embargo, se encuentra en el centro de la escena social de la élite de Roma, con su encanto y picardía siempre pasa atrayendo la atención de varias mujeres. Marcello se nos muestra como un hombre vanidoso, pero en ciertas ocasiones se le aprecia un destello de sinceridad cuando, con tristeza y nostalgia, rememora las recurrentes y largas ausencias de su padre; esas frases sobre la carencia de la figura paternal en su infancia muestran una herida que todavía no sana, un drama interior no superado. Tal herida explicaría el hecho de que, a pesar de que parece dominar todas las situaciones, incluso si le dan una paliza, y tener la vida que desea, a lo largo de la película se evidencia que no puede dominarse ni a sí mismo (¿por qué no se atreve -ni se le ocurre siquiera- a cruzar el estrecho margen que le separa, apenas el cauce exiguo de un arroyo o entrante del mar en la playa, del “ángel” que efusivamente le saluda y le llama?) e indolentemente deja que su vida descienda sin freno por la pendiente del tedio.
Casi todos los personajes relevantes huyen de algo, de alguien… será que verdaderamente no dirigen su propia vida, su destino. Sylvia, la bomba escultural, voluptuosa, pero distante, en su primera noche en Roma huye de su hotel, de su novio, para surcar con un desconocido las calles de Roma en busca de momentos (eso incluye bañarse en la Fontana de Trevi). Maddalena, la bella aristócrata, ebria en la noche romana, que deambula en la búsqueda de otras sensaciones, de otros labios, de otros escenarios, huyendo del hastío, ¿anhela amor o muerte? ¿Qué le falta a su acomodada vida?; el padre de Marcello, en su sórdida simplicidad, huye de su esposa, de la monotonía, de la paz de su pueblo, de la brevedad de la vida, y anhela una imposible noche eterna como las que vive su hijo. Steiner, es el paradigma del hombre moderno, el triunfador y culto, que huye de su propia vida, que en nada estima porque solo ve vacíos y falsas amistades, es por eso que vive atormentado, incluso no quiere eso para sus hijos, a quienes también priva prematuramente de su infelicidad futura.
La Dolce Vita es retrato impresionista de la decadente alta sociedad italiana y de los “periodistas” que anhelan cada día pescar una foto o una noticia sabrosa en el acuario de los famosos, es un viaje sin rumbo por la Roma que buscaba ser una ciudad moderna, un lugar para idealizar esa vida dulce, pero conforme va avanzando la cinta esa figura del hombre bohemio se va desapareciendo para ir reflejando que es un hombre sin un destino claro como la propia estructura del filme que se dedica en tiempo y alma a su banalidad, un hombre con falta de compromiso que lo va volviendo cruel, y aquella vida de lujos y emociones de la “Dolce Vita” se va convirtiendo en un mundo vacío por parte de un cúmulo de personas idealizadas por parte de nosotros los mortales, y a quienes las situaciones del mundo real nos les importa y como se dice les vale un cacahuate.
Fellini aporta con cinismo a criticar las arcas de poder, y a los espacios que se adueñaron de la crisis humana de Italia del pasado, y para ello pone a sus protagonistas a mirar ese entorno con fatalidad porque son Sísifos modernos que entablan las mismas atenciones y emociones que no le encuentran un sentido a su viaje, son seres frescos y hermosos que envidiamos, pero son frescos sin alma.
La Dolce Vita es un reflejo de la banalidad de la sociedad fiestera, de la era del playboy original. Un análisis del poder de los medios, la explotación de la imagen para construir una realidad. Una desmitificación de la figura religiosa. El cinismo urbano al romper los esquemas de la familia convencional; el libertinaje como una sátira de las clases sociales, y los remolinos de la vida.