‘Mulholland Drive’ la realidad del Hollywood oculto

David Lynch, con Mulholland Drive, nos presentó una profunda reflexión sobre los sueños rotos, la identidad y la oscuridad que hay en Hollywood. A través de elementos de pesadilla y personajes atormentados, la película critica la ciudad y sus oscuros secretos, destacando la falsedad de la industria cinematográfica.

El pasado 15 de enero de 2025, una noticia sacudió el mundo del cine y del arte, a los 78 años, David Keith Lynch falleció. El famoso director norteamericano, que con su arte surrealista logró revolucionar el cine de su época y abrir las mentes de varias generaciones de cinéfilos fascinados por el misterio, lo oscuro y lo absurdo de la realidad, nos ha dejado, como tantos otros maestros clásicos. El trabajo de Lynch trascendió los límites de la realidad y el tiempo, dejando una marca imborrable en los cineastas más experimentales y cambiando, prácticamente, el mundo de la televisión con su serie de culto Twin Peaks

Por eso, hoy vengo a hablar de uno de sus trabajos, en una carrera que nos dejó muchas joyas misteriosas, aún presentes en la memoria de quienes las disfrutaron. Desde la pesadilla parental de Eraserhead, la humanidad de The Elephant Man, una aventura espacial en Dune, la oscuridad latente en la aparente tranquilidad de un pueblo rural en Blue Velvet —que daría paso más tarde a Twin Peaks—, hasta obras más desquiciadas como Wild at Heart o Lost Highway. Sin embargo, hay una película de hace 20 años que todavía conserva su misterio cifrado para todos los amantes del buen cine y que podría considerarse la mejor obra del siglo XXI.

Todo es real, todo es espejismo

En este críptico relato seguimos a dos mujeres como eje principal. Betty (Naomi Watts) es una joven aspirante a actriz que llega al apartamento de su tía, donde se encontrará con una mujer amnésica que se hace llamar Rita (Laura Harring). Juntas tratarán de desvelar el misterio de su identidad, mientras nosotros observamos cómo Lynch nos guía por una ciudad llena de enigmas.

El ejercicio de esta película radica en averiguar de qué trata realmente la historia. Sin embargo, en el espíritu característico de Lynch, explicar el final no resulta tan fascinante como experimentar lo que la película busca transmitir. En esencia, habla de la ilusión de éxito y fama que Los Ángeles promete, junto con todos sus oscuros secretos.

La película está repleta de momentos de fuga en los que simplemente vagamos entre presentaciones de personajes cuyas historias parecen quedar en el olvido. Pero esto no significa que no tengan relevancia, ya que su verdadero propósito se revela en el impactante giro final relacionado con la misteriosa caja azul.

En cada escena, exploramos diferentes momentos de la ciudad, donde se entrelazan las actividades de la mafia y los asesinos a sueldo que deambulan entre la gente común. Estos elementos sirven como telón de fondo para una de las mayores críticas de la película: el sistema de estudios de Hollywood. Lynch nos muestra a los ejecutivos que rigen con mano dura el destino de numerosas producciones cinematográficas, afectando no solo las películas, sino también las vidas de quienes están involucrados en ellas.

Es bien sabido que en Hollywood ciertos papeles se asignan más por amistades o contactos poderosos que por talento, llevando a algunos al éxito mientras otros caen en el olvido. Este tema se expone a través de la subtrama del director Adam (Justin Theroux), que sirve como paralelo a la volátil y conflictiva relación que Lynch mantuvo con los productores en sus propias películas. Esta tensión se lleva al extremo con la figura del ejecutivo diabólico en la sala cerrada, un personaje que solo se comunica a través del espejo. Este ente, fuera de la realidad, opera exclusivamente para su beneficio, desacreditando las vidas de las personas y desestimando las consecuencias de sus acciones. Así, somos testigos de la caída de Adam, tanto en el ámbito laboral como en el personal.

Un ejemplo de esto es la hilarante escena de comedia absurda en la que Adam descubre a su esposa con el limpiapiscinas, interpretado en una breve pero memorable aparición por Billy Ray Cyrus. Esta escena demuestra la extraordinaria habilidad de Lynch para crear comedia dentro de situaciones ridículas.

Lynch no se ancla en un solo género, lo que convierte a la película en una amalgama de estilos: un neo-noir cargado de misterio e identidad, con sicarios y mafia; un drama juvenil sobre una aspirante a actriz; momentos de comedia absurda; y, por supuesto, posiblemente la secuencia más terrorífica de su carrera. Esa escena en el restaurante, utilizada incluso en estudios psicológicos para explicar el miedo a lo desconocido, es un claro ejemplo del genio de Lynch para manejar la tensión. Con un eco que recuerda a la cafetería de Twin Peaks como centro de reunión de personajes, Lynch construye un ambiente de misterio con actuaciones perfectas, una dirección impecable y un clímax culminante en la aparición de una criatura espantosa. Esta secuencia encapsula cómo Lynch presenta una ciudad repleta de historias en cada esquina.

La película, en esencia, es un relato sobre el proceso de hacer películas, o más específicamente, sobre la idea misma de hacerlas. Las escenas de audiciones, grabaciones y los procesos de desarrollo afectan de manera directa la narrativa principal, especialmente en el giro final.

Lynch, como el autor que fue, exploró varias temáticas recurrentes: la identidad, la oscuridad inherente al ser humano, la frustración romántica o sexual, la duplicidad, las personalidades múltiples, los estratos de poder que operan en las sombras y la memoria, que funciona como un rompecabezas en su narrativa.

Mulholland Drive, en sus dos primeros tercios, es en realidad una película bastante lineal, aunque salpicada por momentos inconexos que, en conjunto, pintan un cuadro completo que se revela al final. Sin embargo, una vez que entramos en el último tercio, la narrativa se quiebra por completo. Las secuencias se entrelazan entre distintos tiempos narrativos, los personajes se reimaginan y los límites entre sueños y realidad desaparecen. A pesar de ello, sorprendentemente, la película mantiene una lógica interna que cohesiona todo lo visto, culminando de manera magistral en esa media hora final.

Es aquí donde debemos hablar de lo que la película fue originalmente: un piloto para una serie de televisión que terminó siendo cancelada. Con una duración inicial de 90 minutos, Lynch vislumbró una idea con un enorme potencial. Esto lo llevó a comprar los derechos y buscar financiamiento para añadir 50 minutos adicionales que resolvieran las subtramas abiertas y dieran un cierre satisfactorio al amplio reparto presentado. Este proceso permitió transformar lo que pudo ser una serie en una de las obras cinematográficas más interpretadas y comentadas de la historia del cine.

En el proceso, Lynch jugó con la narrativa cinematográfica convencional y su característico estilo sensorial. La película está llena de planos detalle de manos, bocas y ojos, los cuales se complementan con un diseño sonoro envolvente y, en ocasiones, abrumador. La cámara parece flotar sobre los personajes en varias escenas, utilizando movimientos lentos, planos generales y primeros planos que envuelven a los protagonistas. Estos, a menudo, son iluminados por una luz tan intensa que parece cegarlos o incluso quemarlos. Además, Lynch emplea técnicas fotográficas como el desenfoque y la yuxtaposición de planos, logrando transiciones que se difuminan, enfatizando la naturaleza onírica del filme.

Cabe destacar que el filme es quizá la película de Lynch en la que sus influencias son más evidentes. A pesar de ser un director que rara vez menciona influencias directas, aquí se pueden reconocer claras referencias a Sunset Boulevard de Billy Wilder y Persona de Ingmar Bergman. Persona resulta evidente por la temática psicológica de la identidad y la fusión de las protagonistas, representada incluso en un plano simbólico. Por otro lado, Sunset Boulevard influye en su representación de las vidas y calles de Hollywood. Incluso, en un plano específico, aparece el mismo automóvil que conducía el personaje de William Holden en la entrada de un estudio, como un guiño directo a la obra de Wilder.

La caja azul y el silencio 

Con todo esto en mente, no podemos olvidar que todos los sueños terminan, y el de esta película llega a su fin de una forma elegante y al mismo tiempo impactante. Esto se logra mediante la introducción del baile, que es una referencia directa a la competencia en la que Diane estuvo involucrada, seguida por la revelación del plano subjetivo de la almohada. A partir de ahí, vemos toda la historia presentada hasta que se interrumpe con el Club Silencio.

El Club Silencio es la clave que revela la mayor verdad sobre el quehacer cinematográfico: nada es real. La frase “No hay Banda”, junto con el manejo del sonido y la impactante interpretación de Crying de Roy Orbison en español, nos desvela la tristeza del relato entre estas dos mujeres.

En el centro de este viaje onírico, con elementos de pesadilla y momentos brillantes, se encuentra una tragedia contada desde la mirada de nuestra protagonista, atormentada por sus terribles acciones. Un romance lésbico tóxico que lleva a nuestra verdadera protagonista a la más profunda locura, mientras se da cuenta de que ha perdido todo lo que más amaba.

Esa es la verdadera cara de Mulholland Drive: un relato sobre cómo los sueños son destruidos en una ciudad con facetas oscuras que devoran a los inocentes que buscan la gloria bajo el reflector, solo para terminar relegados tras las cámaras, en las sombras, convertidos en “una persona más”.

En ese final desgarrador que Lynch nos regala, solo nos deja una frase que encapsula el sentimiento final de la historia: “Silencio”. Sin embargo, al final, esta obra nos da todo menos silencio. A más de 20 años de su estreno, sigue siendo una película discutida y debatida para tratar de entender su verdadero significado. Este es mi pequeño grano de arena en esa conversación.

Es intrigante cómo esta historia refleja paralelismos con las experiencias de Lynch, y cómo, después, solo realizó una película más que abordaba temas similares, Inland Empire. No obstante, lo último grande que dirigió fue el regreso de Twin Peaks para Netflix, que cerró de manera magistral la vida de nuestro detective favorito, Dale Cooper.

Lo que si es claro, es que no habrá nunca otro como el maestro Lynch, pero, al igual que Jeffrey Beaumont en Blue Velvet, tomemos nuestro buen café al sonido de los petirrojos, porque en el cielo todo está bien. Porque David Lynch vive allí ahora.

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