Orwell: 2+2=5 es un documental-ensayo donde Raoul Peck entrelaza la vida de George Orwell con una lectura descarnada del presente global. A través de montaje frenético y material de archivo, expone cómo las advertencias de 1984 dejaron de ser ficción para convertirse en realidad cotidiana.
Orwell: 2+2=5 (2025)
Puntuación:★★★★½
Dirección: Raoul Peck
Documental
Disponible en VOD
Hay documentales que funcionan como espejos: uno se mira y reconoce el presente. Otros, como Orwell: 2+2=5, son más crueles: no solo reflejan lo que somos, sino lo que hemos permitido ser. Raoul Peck construye aquí un ensayo fílmico que fusiona la vida del escritor con una radiografía despiadada del mundo contemporáneo, y en esa mezcla encuentra un lenguaje cinematográfico que presiona, incomoda y exige respuestas. No sorprende que la película haya sido recibida como una de las experiencias más urgentes del año; lo sorprendente es lo poco preparados que estamos para enfrentarla.
Peck retoma las palabras de Orwell —encarnadas con sobriedad inquietante por Damian Lewis— no como piezas de museo, sino como un cuerpo vivo que late dentro del caos informativo actual. El director condensa la biografía del autor con un ritmo feroz: su infancia ambigua entre privilegio y culpa, la epifanía colonial en Birmania, la conciencia política que brota del contacto directo con la maquinaria del poder. Pero más que un repaso cronológico, Peck utiliza esos fragmentos como piedras angulares para sostener un edificio más vasto: la manera en que las ideas de Orwell han dejado de ser advertencias literarias para convertirse, casi sin metáfora, en diagnósticos contemporáneos.
La operación ensayística del documental es feroz. Peck combina material de archivo, extractos de adaptaciones de 1984 y Rebelión en la granja, imágenes de noticieros, secuencias de películas tan dispares como La pasión de Juana de Arco o M3GAN, y, sobre todo, un montaje que no concede respiro. Esa acumulación —que a ratos roza lo abrumador— no es un defecto casual sino parte de la tesis: vivimos en una realidad donde la saturación es un instrumento político. Si el espectador se siente sobrecargado, es porque así se siente cualquier ciudadano tratando de distinguir verdad de manipulación en un mundo donde 2+2 ya puede equivaler a 5 según quién controle el relato.

El documental articula una idea estremecedora: la historia no se aprende, se fabrica. Las imágenes del asalto al Capitolio, la censura de libros, la guerra en Ucrania, los campos de detención, el auge de líderes autoritarios, las distorsiones informativas que reescriben lo evidente… todo esto es presentado no como un eco de 1984, sino como la prueba de que llevamos décadas desandando un camino que ya estaba advertido. Peck deja claro que las distopías del siglo XX dejaron de funcionar como ficciones preventivas y pasaron a ser manuales de operación para quienes buscan poder sin límites.
Uno de los momentos más contundentes del filme es su diagnóstico del bipartidismo. Peck desmonta la comodidad con la que muchas sociedades convierten sus posturas políticas en una excusa para ignorar tragedias reales: genocidios, persecuciones, guerras. La película insiste en que la indiferencia es hoy un arma de control tan efectiva como la censura. Y aunque la crítica es incisiva, también es dolorosamente familiar: el mundo está tan radicalizado que la dignidad humana se ha vuelto una ficha negociable.
Es cierto que Orwell: 2+2=5 tiene algo de criatura excesiva. La densidad de ideas, la amplitud temática y la estructura casi episódica hacen que, en algunos momentos, el documental parezca abarcar demasiado. Peck tiene tanto que decir —sobre inteligencia artificial, desigualdad económica obscena, manipulación mediática, hiperconsumo, autoritarismos renovados— que la obra coquetea con el desbordamiento. No obstante, incluso en su saturación, mantiene un hilo emocional sólido: la convicción de que aún es posible resistir.

Quizás el gesto más admirable del documental es que, pese a la oscuridad que exhibe, nunca renuncia por completo a la esperanza. Peck permite que, entre las ruinas simbólicas de nuestra época, se filtre una pregunta ética: ¿qué hacemos ahora que ya sabemos? Ese pequeño resquicio de luz —mínimo, pero presente— convierte a la película no solo en una advertencia, sino en un llamado a la responsabilidad histórica. Si un futuro orwelliano parece inevitable, no es por falta de advertencias, sino por falta de acción.
Orwell: 2+2=5 se instala así como una obra urgente, incómoda y profundamente necesaria. Peck no filmó un simple homenaje al autor ni una biografía convencional: construyó un dispositivo cinematográfico que nos enfrenta a nuestra propia complicidad con un mundo que se desliza hacia el totalitarismo mientras fingimos sorpresa. Y, al igual que el libro de Orwell, su película es menos una profecía que un recordatorio: no hay distopía más peligrosa que aquella que aceptamos sin resistencia.