Raphaël Quenard entrega una actuación emocional como Miralès un joven que no sabe como lidiar con su vida, sus amistades y sus fantasmas en el debut del cineasta Jean-Baptiste Durand.
Perro Feroz (2023)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Jean-Baptiste Durand
Reparto: Anthony Bajon, Raphaël Quenard y Galatea Bellugi
Disponible: MUBI
El debut de Jean-Baptiste Durand es toda una obra llena de intenciones donde busca explorar los delicados códigos de la amistad, de las insinuaciones y el límite de lo que es personal; todo retratado desde la mirada de una amistad tóxica pero incluso leal.
Baptiste construye su historia desde la mirada de dos amigos de la infancia que mantienen una amistad algo tóxica, pero esa rutina de amor/odio se ve perturbada por la irrupción de una chica que socava al dúo, en una edad que ya es adulta, pero donde persisten las incertidumbres de la adolescencia, la obra no brilla por su originalidad. Sin embargo, es sobre este lienzo donde el cineasta busca explorar esa delgada línea del concepto de la amistad.
Por un lado, el director coloca su historia en una Francia rural, en un pueblo ubicado al sur del país. Aquí, el antiguo pueblo del sur con sus piedras claras conecta con una temporalidad que vemos muy poco, especialmente cuando se trata de una juventud que también se entrega al pequeño tráfico y a la ociosidad contemporánea. Durand construye a los dos personajes con base a la idea de como se tuvieron que criar en dicho pueblo, y es por eso que vemos a los dos amigos casi siempre interactuando con otros habitantes de la zona, que el cineasta busca darle voz a esos habitantes, además hace que el pueblo con sus calles y personas sean un personaje más en la historia de esta amistad.
Algo curioso del guion es que pese a que nos muestra la forma de vida de las personas de ese pueblo y comprendemos ciertos anhelos, nunca se detiene a reflexionar ese aspecto, simplemente lo usa para darnos una idea del deseo de una nueva vida, pero al mismo tiempo es una crítica a como los gobiernos se olvidan de esas zonas rurales sea el país que sea, es por eso que la apertura de un nuevo restaurante se convierte en sinónimo de felicidad o esperanza.
La historia de los amigos es realmente muy simple e incluso la hemos visto en otras obras, pero la naturalidad de la relación entre los dos pasa por una espontaneidad desarmante, donde el personaje de Mirales lo aplasta todo: entre humor y dominación, citas y aforismos vagamente relevantes, el personaje se asegura constantemente de ser el centro de atención, y la docilidad con la que Dog lo sigue, aquel que por su apodo incluso sostiene a su perro que lo sigue a todas partes, obedeciéndole con el dedo y con el ojo. Toda una metáfora con muy claras intenciones.
Un aspecto interesante son los diálogos, unos que salen con tanta naturalidad por parte de los dos actores, mismo que ofrecen constantemente varios niveles de lectura, con el objetivo tanto de seducir como de interrogar a un espectador que pasa del encanto a la preocupación y la empatía ante un protagonista modesto.
La base del filme es mostrarnos una naturalidad íntima entre los dos hombres, que es donde destaca la obra, sobre todo porque no se trata de construir arquetipos fijos: Elsa, que no se revela hasta muy tarde (muy buena idea posponer la mención de su estatus como estudiante), tendrá sus propias carencias, del mismo modo que el personaje de Mirales podrá revelar sus fragilidades, en la relación con su madre, la falta de escucha real hacia Dog, o esa latente homosexualidad que, con mucho tacto, nunca será abordada frontalmente.