Andrés Baiz explora el brutal comercio de petróleo entre Venezuela y Colombia en 2012, desde la mirada de tres hermanos que habitan en el negocio de los “pimpineros’ interpretados por Alejandro Speitzer, Alberto Guerra y Juanes.
La película de Andrés Baiz, Pimpinero: Sangre y gasolina, se adentra en una problemática poco explorada en el cine colombiano: el contrabando de combustible en la frontera colombo-venezolana. Dichas personas son conocidas como “pimpineros”. Con un elenco encabezado por Alejandro Speitzer, Laura Osma y Alberto Guerra, además de un inesperado Juanes en un rol dramático, la cinta combina el drama familiar con un thriller lleno de tensión en un contexto desolador.
El año es 2012, cuando, con seis peniques, se podía comprar un galón de gasolina en Venezuela, un país rico en petróleo. Esto llevó a un auge del contrabando transfronterizo hacia Colombia. Un trío de hermanos, los Estrada, han sido expulsados del negocio del contrabando por el despiadado Don Carmelo (David Noreña), un villano sin nada especial que luce una sonrisa de lobo y usa camisetas al estilo del “Chapo” Guzmán. Moisés, el mayor del clan Estrada (interpretado por la estrella de rock colombiana Juanes), se retira para abrir un restaurante. Ulises (Alberto Guerra) se une a la mafia de Don Carmelo. El hermano menor, Juan (Alejandro Speitzer), decide seguir solo en el negocio del contrabando junto con su novia Diana (Laura Osma).
Andrés Baiz, conocido por su trabajo en Narcos, aplica aquí su habilidad para narrar historias de tensión social y violencia, creando un tono sombrío, casi claustrofóbico, aunque la acción se desarrolla en los amplios paisajes del desierto. Baiz explota el contraste entre la inmensidad de los escenarios y el microcosmos emocional de los personajes, acentuando la opresión que sienten al vivir bajo un sistema criminal que los controla.
El filme juega con una narrativa que combina el drama familiar, dilemas morales y thriller de supervivencia. Si bien algunos giros son predecibles y falta cierta profundidad en los personajes, la cinta logra plantear de forma correcta la relación entre los hermanos, cargada de resentimientos y lealtades forzadas, aspecto que es el núcleo emocional de la historia. Por su parte, la investigación de Diana agrega un elemento de suspense.
El principal punto débil del guion es la falta de exploración de los contextos políticos y económicos que dan forma al mundo de los “pimpineros”. Aunque la película insinúa ciertas críticas al sistema que perpetúa el contrabando, estas reflexiones son superficiales y quedan relegadas a un segundo plano frente a la acción y el drama personal. Lo que comienza con un momento divertido —viejos coches destartalados corriendo por el desierto bañado por el sol— se difumina cuando la cinta cae en el pozo de un melodrama sentimental.
Sin dudas, un aspecto interesante del filme es que realmente no hay un personaje protagonista. La trama se enfoca en cada personaje conforme la historia se desarrolla. Al inicio, se presenta la relación de los tres hermanos, pero, a los diez minutos, el personaje de Alejandro Speitzer toma el protagonismo. Este, como el menor de los hermanos, Juan, es un joven atrapado entre la lealtad a su familia y su deseo de escapar de la vida que le toca.
Luego, la cinta se enfoca en el personaje de Laura Osma en el papel de Diana, la novia de Juan, determinada a descubrir una verdad. Diana comparte el foco con el personaje de Alberto Guerra, el hermano del medio, quien encarna un pragmatismo frío que refleja el sacrificio y la crudeza que demanda el oficio. Por último, está Juanes, el hermano mayor. Su trabajo actoral es correcto, incluso se siente natural, pero el personaje casi no aparece en pantalla, y su desarrollo es nulo.
Pimpinero: Sangre y gasolina es una película que intenta explorar cómo el contexto de marginalidad empuja a las personas a decisiones extremas. A través de la historia de Juan, Diana y los hermanos, Baiz examina cómo la familia puede ser tanto un refugio como una prisión. Asimismo, el filme plantea el mundo machista de la región al presentar a Diana como heroína: una mujer entre hombres. Sin embargo, el guion no puede resistirse a tratarla como una “señorita”, con una trama tan convencional como puede serlo, en la que ella es objeto de trata para el trabajo sexual.