Sé lo que hicieron el verano pasado (2025) es un fallido intento de resucitar una franquicia menor, atrapada en la nostalgia y carente de ideas frescas. Con un guion torpe, personajes planos y un suspenso inexistente.
Sé lo que hicieron el verano pasado (2025)
Puntuación: ★½
Dirección: Jennifer Kaytin Robinson
Reparto: Madelyn Cline, Chase Sui Wonders, Jonah Hauer-King, Tyriq Withers, Sarah Pidgeon, Billy Campbell, Sarah Michelle Gellar, Freddie Prinze Jr. y Jennifer Love Hewitt.
Estreno en cines
El regreso de Sé lo que hicieron el verano pasado en su versión 2025 representa una maniobra comercial que, lejos de revitalizar una franquicia desgastada, evidencia hasta qué punto Hollywood puede aferrarse ciegamente a la nostalgia como única estrategia creativa. Esta nueva entrega, dirigida por Jennifer Kaytin Robinson, intenta recuperar una saga que nunca aspiró a más que replicar fórmulas, pero fracasa estrepitosamente al tomar demasiado en serio un legado que ya de por sí era endeble. El resultado es una película desconectada del presente, vacía de tensión narrativa y plagada de lugares comunes, que pretende encontrar legitimidad a través del reciclaje estético y el fan service desenfrenado.
A diferencia de Scream (1996), con la que inevitablemente será comparada por compartir guionista (Kevin Williamson) y época de origen, Sé lo que hicieron el verano pasado jamás buscó reinventar el género slasher. Su ambición fue siempre más modesta: sostener la rueda sin cuestionar su eje. Y ahí radica precisamente su principal debilidad. Donde Scream ofrecía una mirada metacinematográfica sobre el terror, Sé lo que hicieron… se conformaba con ser una cinta de consumo rápido, apostando por rostros bellos, persecuciones previsibles y un asesino con estética prêt-à-porter. En 2025, el panorama no ha cambiado en lo más mínimo. De hecho, ha empeorado.
El retorno de Jennifer Love Hewitt y Freddie Prinze Jr. no genera el efecto nostálgico deseado sino una vergüenza ajena palpable. Sus personajes, ya de por sí bidimensionales en los noventa, no evolucionan, sino que son arrojados nuevamente al centro de una trama sin brújula, tan artificial como olvidable. La justificación narrativa para su regreso es forzada, y sus actuaciones, aunque cumplidoras, no logran insuflar humanidad o peso dramático a un guion que se desmorona desde su planteamiento. Su escena conjunta —aunque mejor estructurada que cualquiera ofrecida en las últimas Scream— resulta insuficiente para compensar la anemia emocional y narrativa del filme.

Robinson, reconocida por la aguda comedia adolescente Do Revenge, aquí se ve atrapada entre la reverencia y el reformateo. Su dirección es pulcra, incluso vistosa, pero carente de una voz propia. La película “luce bien”, sí, con una fotografía brillante que intenta emular el acabado visual de las producciones de estudio noventeras, pero sin el menor atisbo de atmósfera o tensión sostenida. Cuando se intenta introducir humor, éste se diluye en referencias banales a astrología y mindfulness, sin compromiso ni ingenio. Las escenas sangrientas, incrementadas para compensar la falta de suspenso, se sienten desconectadas del relato, como si provinieran de otra película menos interesada en el misterio y más afín al gore gratuito.
Uno de los aspectos más desconcertantes del filme es su contradicción con la lógica interna del mundo que construye. Ambientada en 2025, sus personajes actúan como si estuvieran aún en 1997: no usan celulares para pedir ayuda, olvidan sus dispositivos en momentos clave, y dependen de sus impulsos individuales como si la infraestructura tecnológica no existiera. Esa disonancia genera una constante sensación de artificialidad, como si todo sucediera en una cápsula temporal suspendida, empeñada en ignorar la evolución cultural y tecnológica del mundo real. Incluso el argumento de un personaje que aparece de la nada —una podcastera que viaja a Southport a investigar las muertes del ’97— resulta risible por su desconexión con la realidad de una generación hiperconectada.
La película fracasa también en su intento de ofrecer personajes nuevos con peso dramático. Pese a contar con un elenco joven prometedor —Chase Sui Wonders, Madelyn Cline y Jonah Hauer-King—, los roles que se les asignan son tan acartonados como los de sus predecesores. La dinámica grupal no logra trascender el estereotipo, y la supuesta tragedia que los une carece de impacto emocional. La reconfiguración del accidente inicial, pilar de la narrativa, es torpe y arbitraria, dejando en evidencia una escritura incapaz de justificar motivaciones o generar ambigüedad moral.

Incluso en sus aspiraciones finales —el giro de guion, la secuencia postcréditos, el cameo sorpresa— la película cae en el delirio autorreferencial sin sustancia. El clímax, carente de tensión y ambientado a plena luz del día, destruye cualquier posibilidad de inquietud. La identidad del asesino, revelada tras varias vueltas de tuerca sin sentido, es tan inverosímil como ineficaz. Y el uso compulsivo del jump scare, único recurso para generar sobresalto, revela una profunda falta de imaginación visual.
Lo más triste de esta entrega es su imposibilidad de funcionar ni como homenaje ni como parodia. Su seriedad impostada, su solemnidad vacía, la condenan a la irrelevancia. En contraste con Scream, cuya evolución ha sabido encontrar nuevas capas de autorreflexión e ironía, esta saga parece atrapada en el reflejo sin alma de Dawson’s Creek con un gancho de pescar. La frase que se escucha al final —“la nostalgia está sobrevalorada”— pretende ser crítica, pero en realidad delata la paradoja del film: no hay nada más nostálgico, estático y anacrónico que Sé lo que hicieron el verano pasado (2025).
A casi treinta años del original, este intento de resurrección solo demuestra la vacuidad de una saga que nunca debió regresar. Su lectura generacional es simplista, su dirección indecisa y su guion una colección de lugares comunes. Que se sugiera una nueva secuela en su escena postcréditos es el clavo final en un ataúd que, a esta altura, no resucita ni con fan service. La nostalgia, en este caso, no solo está sobrevalorada: es el verdadero asesino.