Springsteen: Deliver Me From Nowhere | Review

Jeremy Allen White ofrece una interpretación sensible y poderosa que eleva el material. Sin embargo, Scott Cooper cae en clichés biográficos y subrayados emocionales.
Springsteen: Deliver Me From Nowhere (2025)
Puntuación: ★★★
Dirección: Scott Cooper
Reparto: Jeremy Allen White, Jeremy Strong, Paul Walter Hauser, Stephen Graham, Odessa Young, David Krumholtz y Gaby Hoffmann
Disponible en VOD

Retratar a Bruce Springsteen en el cine implica, de entrada, caminar sobre un campo minado. No solo por tratarse de un artista vivo, activo y profundamente mitificado, sino porque su figura está cargada de una densidad simbólica que excede largamente lo musical. Springsteen: Deliver Me From Nowhere decide esquivar la tentación del recorrido totalizante y concentrarse, con inteligencia inicial, en uno de los momentos más silenciosos y decisivos de su carrera: la gestación de Nebraska (1982), ese disco grabado en soledad, en cassette, en una habitación de Nueva Jersey, que se convirtió —paradójicamente— en una de las obras más influyentes y honestas del rock estadounidense.

Basada en el libro de Warren Zanes, la película de Scott Cooper se plantea como un retrato de repliegue antes que de expansión. Springsteen, interpretado por un muy sólido Jeremy Allen White, se encuentra en una encrucijada vital: acaba de saborear el éxito de The River, está en plena gira masiva y la industria espera un nuevo paso hacia el estrellato definitivo. Sin embargo, algo se quiebra. El ruido exterior ya no dialoga con su mundo interior. La fama no calma, no ordena, no sana. Por el contrario, profundiza una grieta que lo empuja hacia el aislamiento creativo y emocional.

En ese sentido, la película funciona mejor cuando observa al artista en proceso, cuando se detiene en los gestos mínimos: Springsteen solo con su guitarra acústica, enfrentado a una grabadora de cuatro pistas, ensayando canciones que parecen más confesiones que composiciones. Cooper entiende —al menos en la superficie— que Nebraska no es solo un disco sino una forma de exorcismo. Un álbum poblado de personajes perdidos, criminales de baja monta, hogares rotos y silencios que pesan más que las palabras. Allí, White captura con notable sensibilidad esa masculinidad vulnerable, esa mezcla de dureza y ternura que define al músico, interpretando sus melodías susurradas con una autoridad sorprendente, nunca caricaturesca.

El problema aparece cuando el film intenta explicar demasiado. Cooper, fiel a una tradición de biopics convencionales, siente la necesidad de subrayar los traumas que “explican” la obra. Los flashbacks de la infancia de Bruce, marcados por la figura de un padre alcohólico y abusivo (un intenso pero algo previsible Stephen Graham) y una madre amorosa (Gaby Hoffman), terminan reduciendo una compleja herida emocional a un conjunto de lugares comunes biográficos. El blanco y negro dramático, los silencios cargados, los estallidos de violencia contenida: todo funciona en lo formal, pero se vuelve esquemático en lo narrativo.

La película oscila constantemente entre ese pasado traumático y el presente de un Springsteen de 32 años que lo tiene todo para convertirse en una superestrella global. Esa pendulación, lejos de enriquecer el relato, a menudo lo aplana. Deliver Me From Nowhere parece más interesada en señalar causas que en explorar contradicciones. Donde Nebraska sugiere, el film explica; donde el disco deja espacios en blanco, la película los rellena con subrayados innecesarios.

Algo similar ocurre con la subtrama romántica entre Springsteen y Faye Romano (Odessa Young), una madre soltera creada como personaje compuesto para la ficción. Aunque la química entre ambos actores es palpable y White logra transmitir con sutileza la imposibilidad emocional de su personaje, la relación termina funcionando como un recurso débil para ilustrar su incapacidad de comprometerse con algo que no sea su arte. Lejos de sumar capas, esta historia de amor imposible le resta potencia al núcleo creativo del film.

En cambio, cuando la película se concentra en los vínculos profesionales y afectivos que rodean a Springsteen, encuentra su mejor versión. La relación con Jon Landau, su mánager, amigo y confidente, interpretado con notable aplomo por Jeremy Strong, es el verdadero corazón emocional del relato. Allí sí aparece una complejidad genuina: Landau no es solo el estratega que protege la carrera del artista, sino el sostén emocional que lo rescata del abismo o lo empuja a asumir riesgos. Es, quizás, la historia de amor más profunda de la película, entendida en términos creativos y humanos.

También funcionan muy bien las escenas ligadas a la música en acción. Los pasajes en los que Springsteen toca en pequeños clubes, versiona a Little Richard o John Lee Hooker, o ya llena estadios, están filmados con energía y precisión. Lo mismo ocurre con las secuencias de grabación: la intimidad del dormitorio convertido en estudio improvisado, la precariedad técnica elevada a estética, y ese momento luminoso en el que se insinúa el nacimiento de Born in the U.S.A. como contraste irónico frente a la oscuridad de Nebraska.

No es casual que Cooper se sienta atraído por este universo. Al igual que en Crazy Heart o Out of the Furnace, el director demuestra afinidad por relatos de gente común, por personajes atravesados por la melancolía, la culpa y la búsqueda de redención. Sin embargo, también vuelve a evidenciar sus limitaciones: una puesta en escena correcta pero sin riesgo, una solemnidad que confunde respeto con falta de audacia, y una ausencia casi total de impronta autoral.

En la comparación inevitable con otras biopics musicales recientes, Deliver Me From Nowhere sale perdiendo. Así como James Mangold logró un equilibrio notable en Un completo desconocido sobre Bob Dylan, incluso dialogando con la radicalidad previa de I’m Not There de Todd Haynes, Cooper opta por un camino demasiado seguro. El resultado es una película que honra a su protagonista, pero rara vez lo desafía.

El párrafo final, inevitablemente, pertenece a Jeremy Allen White. A esta altura, un experto en personajes angustiados, traumatizados y emocionalmente desconectados, su Springsteen dialoga de manera casi fantasmática con el Carmy Berzatto de El Oso. Incluso la relación con Faye recuerda, en más de un punto, la dinámica entre Carmy y Claire. Como Jeff Bridges en Crazy Heart, White está claramente por encima del material que le toca, elevándolo, maquillando sus falencias y aportando una densidad emocional que la película no siempre sabe sostener.

En definitiva, Springsteen: Deliver Me From Nowhere reafirma la importancia histórica y artística de Nebraska sin terminar de revelar al hombre que lo creó. Es un retrato respetuoso, sensible por momentos, pero demasiado solemne y esquemático para estar a la altura del riesgo que ese álbum representó. Donde Springsteen supo encontrar humanidad silenciosa y verdad incómoda, la película opta, con demasiada frecuencia, por la reverencia.

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