Tardes de soledad | Review

Tardes de soledad es un documental visualmente impresionante pero conceptualmente vacío. Albert Serra estetiza la tauromaquia sin profundizar en su brutalidad ni ofrecer una postura crítica. 
Tardes de soledad (2025)
Puntuación:★
Dirección: Albert Serra
Documental
Disponible en Mubi

Hay obras que buscan incomodar para revelar algo; Tardes de soledad incomoda, sí, pero sin revelar nada. Albert Serra filma la tauromaquia con una elegancia que raya en la fascinación, como si la brutalidad que captura fuese apenas una textura más dentro de su imaginario estético. El documental, que se presenta como observacional y neutro, termina siendo un ejercicio vacío: un recital de superficie visual que evita confrontar la esencia ética del tema que lo sostiene, o peor, que la diluye bajo la ilusión de un arte que justifique lo injustificable.

La cámara sigue a Andrés Roca Rey como si estuviera retratando a una figura mística; lo envuelve en silencios, rituales, gestos de concentración y momentos íntimos que intentan atribuirle un aura casi trágica. Pero Serra confunde la densidad con el hermetismo, la observación con la distancia moral, y la elegancia con un tipo de complicidad incómoda. El resultado es un documental que estetiza la violencia y se enamora del acto que debería problematizar.

Para rematar, el filme camina con una estructura repetitiva hasta el agotamiento: preparativos, desplazamientos, susurros entre el equipo, entrada al ruedo, muerte del toro. Una, dos, cinco, diez veces. Esa circularidad no genera reflexión, solo anestesia. Serra parece convencido de que la repetición es una forma de meditación cuando, en realidad, funciona como un dispositivo evasivo: mientras más muestra, menos dice. Y ese es el gran problema. Filmar el horror en bucle no equivale a criticarlo.

Serra rehúye cualquier forma de fricción intelectual. No hay entrevistas, ni preguntas, ni contextualización ética. La tauromaquia queda suspendida en un limbo estético donde la violencia se transforma en una coreografía casi sublime, y el toro, condenado desde el primer fotograma, es tratado como un elemento ornamental: un cuerpo que se desploma con “belleza”, un objeto de contemplación cinematográfica.

Es ahí donde el documental se vuelve insoportable. No por la sangre (aunque la hay, y mucha), sino por la banalidad que la envuelve. Serra parece confiar en que sus imágenes “hablan por sí solas”, pero su lenguaje visual —tan estudiado, tan calculado— termina siendo una coartada para no posicionarse. La indiferencia es un gesto político, y en Tardes de soledad, ese gesto se siente no solo cómodo: se siente irresponsable.

El discurso implícito del film, si es que lo tiene, se sostiene en una premisa peligrosa: la idea de que el toreo es un “desafío estético”, una unión efímera entre el hombre racional y la “brutalidad” del animal. Pero cuando un documental convierte la agonía de un ser vivo en un espectáculo estilizado, el supuesto análisis se convierte en complicidad. Es como cubrir un incendio con filtros dorados: el fuego sigue quemando, pero Serra prefiere la forma de las llamas antes que el impacto del calor.

La fotografía es impecable. El montaje, preciso. La dirección, sofisticada. Y sin embargo, todo eso se vuelve ornamental porque la película carece de pensamiento. Serra ha demostrado antes ser un cineasta capaz de tensar el lenguaje cinematográfico, pero aquí su talento se malgasta en un proyecto que confunde la ambigüedad con profundidad y la pasividad con valentía artística. En su afán de elevar la tauromaquia a la categoría de arte trascendental, el documental pierde la oportunidad de examinar su violencia, su sordidez, su dimensión social.

Lo más inquietante es que Tardes de soledad intenta ser neutra, pero esa neutralidad se derrumba ante la evidencia: no se puede filmar la tortura de un animal como si fuese un ballet trágico y esperar que la neutralidad sobreviva. El acto se comenta solo, sí, pero Serra lo comenta de la peor manera posible: estetizándolo, romanticizándolo, convirtiéndolo en una coreografía que roza el éxtasis visual a costa del sufrimiento.

Esto no es arte. Es una evasión elegante. Una obra técnicamente admirable y moralmente fallida. Un documental que quiere ser meditativo pero termina siendo indulgente. Que quiere reflexionar pero solo observa. Que quiere incomodar pero, en su afán de estilo, se vuelve anestésico. Es un trabajo fascinante como ejercicio visual, pero profundamente pobre como acercamiento a un tema que exige rigor, profundidad y una mirada que vaya más allá del impacto visceral.

Spoiler: el toro muere. La pregunta es qué muere con él: la posibilidad de un cine más honesto o la convicción de que algunas tradiciones ya no deberían sostenerse en la penumbra de la estética, sino a plena luz del debate ético.

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