Top de películas latinoamericanas imprescindibles del 2025

En los últimos años, la industria cinematográfica de América Latina ha mostrado un crecimiento notable. Países como México, Argentina, Chile y Colombia han apostado por fortalecer sus industrias audiovisuales con la intención de dialogar de tú a tú con el cine internacional. Ese esfuerzo se ha traducido en películas que no solo consolidan sus cinematografías, sino que también se acercan a nuestras raíces, a la identidad y a la cultura latina, sin dejar de mirar de frente la realidad que atraviesa al continente.

A partir de ese impulso, muchos cineastas latinoamericanos han tomado la cámara para observar y cuestionar quiénes somos como región, explorando desde miradas personales y diversas nuestro pasado, nuestro presente y aquello que aún está por venir.

13. ‘Punku’ de Juan Daniel F. Molero (Perú)

Punku, de Juan Daniel F. Molero, se instala como una de las experiencias cinematográficas latinoamericanas más singulares e imprevisibles de 2025. A partir del regreso de Iván —un adolescente hallado en la selva amazónica tras haber sido dado por muerto— la película construye un viaje sensorial y emocional que cruza el realismo, lo fantástico y lo espiritual. Molero apuesta por una forma mutante y arriesgada, mezclando formatos, texturas y tiempos narrativos para explorar la identidad, la memoria y los umbrales entre distintos estados de conciencia. Irregular pero hipnótica, Punku no busca comodidad ni respuestas claras: propone una experiencia que se siente más que se explica, profundamente ligada al territorio, la mitología y una mirada autoral que confirma a su director como una de las voces más inquietas del cine peruano contemporáneo.

12. ‘La ola’ de Sebastián Lelio (Chile)

La ola, de Sebastián Lelio, es una de las películas más audaces y necesarias de 2025 por su forma de abordar el feminismo contemporáneo desde el riesgo y la incomodidad. Ambientada en las movilizaciones estudiantiles chilenas de 2018, la película transforma la protesta en un musical político que no busca simplificar el debate, sino exponer sus contradicciones, tensiones y zonas grises. A través de Julia, una joven atrapada entre un trauma íntimo y la presión de un movimiento colectivo, Lelio construye un relato potente sobre consentimiento, memoria y responsabilidad social. Excesiva, imperfecta y profundamente provocadora, La ola no ofrece respuestas fáciles: propone una experiencia que sacude al espectador y confirma al cine como un espacio vivo de discusión, cuerpo y conflicto.

11. ‘Hiedra’ de Ana Cristina Barragán (Ecuador)

Hiedra, de Ana Cristina Barragán, dialoga con una vertiente del cine latinoamericano contemporáneo que se aleja del retrato social directo para apostar por un cine de sensaciones, cuerpos y emociones contenidas. Más que explicar a sus personajes, la película los acompaña: Azucena, una mujer marcada por la maternidad perdida, y Julio, un adolescente que creció sin ella, se encuentran en un cruce inesperado donde ambos buscan, quizá sin saberlo, ocupar ese lugar que les fue negado. Barragán construye esta relación desde una puesta en escena cercana y móvil, hecha de primeros planos, juegos, desplazamientos y estímulos táctiles, donde el vínculo se expresa más en los gestos que en las palabras. Moviéndose en un espacio liminal entre lo real y lo fantástico, Hiedra propone un relato poético e inquietante sobre la necesidad de cuidado, el deseo de pertenencia y los lazos que intentan recomponerse aun cuando no está claro si alguna vez existieron.

10. ‘Soy Frankelda’ de Arturo y Roy Ambriz (México)

Soy Frankelda, ópera prima en largometraje de Arturo y Roy Ambriz, marca un punto de inflexión en el cine latinoamericano al convertirse en la primera película stop motion realizada en México. Ambientada en el siglo XIX y expandiendo el universo de El libro de los sustos de Frankelda, la película combina fantasía, horror gótico y musical para contar la historia de una joven escritora obligada a ocultar su identidad en un mundo que silencia a las mujeres creadoras. Más allá de su logro técnico —visible en cada escenario artesanal y en la expresividad de sus marionetas—, la cinta destaca por su dimensión simbólica: una alegoría sobre la imaginación reprimida, la autoría femenina y la creación como acto de resistencia. Irregular en lo narrativo pero poderosa en su propuesta visual y temática, Soy Frankelda no solo inaugura una nueva etapa para la animación mexicana, sino que confirma que el género también puede ser un espacio de identidad, memoria y reivindicación.

Soy Frankelda

09. ‘Las locuras’ de Rodrigo García (México)

Las locuras, de Rodrigo García, se construye desde los cuerpos y las actuaciones. Con un reparto en estado de gracia —donde destacan nombres como Cassandra Ciangherotti, Alfredo Castro, Raúl Briones, Ilse Salas y Adriana Barraza—, la película sigue a seis personajes a lo largo de un solo día en la Ciudad de México, conectados por la figura de Renata, una mujer bajo arresto domiciliario que atraviesa un episodio psicótico. A partir de esta estructura coral, García apuesta por un cine contenido y observacional que se adentra en la vida interior femenina, el agotamiento emocional y esas grietas invisibles donde la cordura empieza a resquebrajarse. Sin golpes de efecto ni dramatismos excesivos, Las locuras encuentra su fuerza en la acumulación de gestos mínimos y confirma a su director en una de sus obras más maduras y sensibles.

08. ‘Querido trópico’ de Ana Endara Mislov (Panamá)

Querido Trópico, de Ana Endara Mislov, camina por las línea del cine latinoamericano reciente que apuesta por la intimidad y los afectos silenciosos como forma de narrativa. En su debut en la ficción, Endara construye el vínculo entre Ana María, una inmigrante colombiana que cuida sin hacer ruido, y Mercedes, una mujer de clase alta que comienza a perderse en la fragilidad del Alzheimer. La película avanza con un tempo sereno, atenta a los gestos mínimos, a los silencios compartidos y a los espacios —como el jardín— donde la dignidad y la vulnerabilidad conviven. Sostenida por dos interpretaciones en estado de gracia de Paulina García y Jenny Navarrete, Querido Trópico evita el melodrama y encuentra su fuerza en lo cotidiano, recordándonos que la familia, a veces, no es un lazo de sangre, sino una elección que nace cuando alguien decide quedarse.

07. ‘El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja)’ de Ernesto Martínez Bucio (México)

El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja), ópera prima de Ernesto Martínez Bucio, es una de las propuestas más inquietantes del cine mexicano reciente y una muestra clara de cómo el horror latino se construye desde lo doméstico, lo religioso y lo heredado. Ambientada en la Ciudad de México de los años noventa, la película sigue a cinco hermanos que, tras la desaparición de sus padres, quedan atrapados en una casa gobernada por la paranoia de una abuela convencida de que el diablo acecha afuera. Bucio difumina los límites entre realidad y fantasía infantil para crear un terror que no depende del sobresalto, sino del encierro, la sugestión y la fe convertida en miedo. Con una puesta en escena claustrofóbica y una mirada profundamente empática hacia la niñez, la película dialoga con una tradición del horror latinoamericano donde lo siniestro nace de la familia, la superstición y la imposibilidad de escapar del pasado.

El diablo fuma

06. ‘La misteriosa mirada del flamenco’ de Diego Céspedes (Chile)

La misteriosa mirada del flamenco, de Diego Céspedes, se ha convertido en una de las películas latinoamericanas más comentadas del año por la forma en que cruza cine de género, memoria histórica y una mirada profundamente queer. Ambientada en el desierto chileno de los años ochenta, la película sigue a Lidia, una niña criada por una familia queer que es señalada como responsable de una supuesta enfermedad transmitida por el deseo entre hombres. A partir de ese punto de partida, Céspedes construye un relato que combina western, melodrama y fábula para hablar del miedo, la violencia y el amor como acto de resistencia. Con una puesta en escena intensa y un imaginario que convierte lo marginal en centro, la película destaca por su capacidad de abordar el trauma colectivo sin solemnidad, confirmando a su director como una de las voces más interesantes del cine latinoamericano actual.

La misteriosa mirada del flamenco

05. ‘No nos moverán’ de Pierre Saint-Martin (México)

No nos moverán se consolida como una de las propuestas más sólidas y necesarias del cine latinoamericano del año porque entiende que la memoria no opera como un acto ceremonial, sino como una fuerza que se enquista en la vida cotidiana. En su ópera prima, Pierre Saint-Martin se aleja del recuento histórico y del discurso pedagógico para construir un relato íntimo, incómodo y ferozmente humano sobre las secuelas del 2 de octubre de 1968. La película no pregunta qué ocurrió, sino qué queda cuando la justicia nunca llegó y el duelo se transforma en obsesión. En el centro de esa herida está Luisa Huertas, cuya interpretación sostiene y define el film. Su Socorro Castellanos no busca simpatía ni redención: es una mujer áspera, agotada y lúcida, atravesada por décadas de rabia contenida. Huertas convierte cada gesto, cada silencio y cada estallido verbal en una extensión del trauma histórico que la película explora. No hay exceso ni impostación; su actuación funciona como un cuerpo que carga la memoria del país y la traduce en presencia física.

04. ‘El agente secreto’ de Kleber Mendonça Filho (Brasil)

El agente secreto es una de las películas latinoamericanas más sólidas del año porque entiende que mirar al pasado no implica repetir fórmulas. Kleber Mendonça Filho regresa a Recife para situar su historia en el Brasil de 1977, en pleno ocaso de la dictadura militar, pero evita el drama político convencional y opta por un thriller cargado de paranoia, extrañeza y humor negro. La ciudad, lejos de ser un refugio, se convierte en un espacio vigilado, ruidoso y hostil, donde el miedo se filtra en la rutina y la violencia adopta formas absurdas y cotidianas. Con Wagner Moura en una de sus interpretaciones más contenidas y melancólicas, la película construye un relato sobre la persecución, la doble vida y el desgaste emocional de vivir bajo un régimen autoritario. Mendonça Filho combina memoria histórica con riesgo formal, juega con distintos géneros sin perder coherencia y reafirma una voz autoral que sigue empujando los límites del cine brasileño.

O Agente Secreto

03. ‘Un poeta’ de Simón Mesa Soto (Colombia)

Un poeta se siente como una de las películas latinoamericanas más lúcidas del año porque se atreve a mirar el fracaso sin maquillarlo. Simón Mesa Soto no filma al artista como figura admirable ni como víctima romántica, sino como un residuo incómodo de un sistema cultural que ya no sabe qué hacer con él. Desde ahí, la película construye una comedia amarga sobre el desgaste del ideal artístico, sobre la precariedad emocional y material de quienes insisten en crear cuando ya no hay espacio —ni simbólico ni económico— para hacerlo. Lejos de cualquier épica de superación o del relato inspirador, Mesa Soto apuesta por un tono seco, incómodo y profundamente honesto, que conecta de lleno con el presente del cine latinoamericano: un cine atravesado por la desigualdad, la ironía y la sospecha permanente sobre el valor real del arte. Un poeta no busca redimir a su protagonista ni ofrecer consuelo; lo expone, lo acompaña y lo deja fallar. 

02. ‘Belén’ de Dolores Fonzi (Argentina)

Belén, la segunda película dirigida por Dolores Fonzi, se instala como una de las propuestas más contundentes año por la manera en que reconstruye un caso real sin convertirlo en alegato ni consigna. Ambientada en Tucumán en 2014, la película sigue a una joven que llega a un hospital con fuertes dolores abdominales sin saber que está embarazada y despierta esposada a una camilla, acusada de haberse provocado un aborto. A partir de ese momento, el relato expone cómo una emergencia médica deriva en una pesadilla judicial marcada por el prejuicio, la desinformación y la violencia institucional. Fonzi elige narrar esta historia desde la observación y la contención, evitando el golpe bajo y confiando en la acumulación de gestos, silencios y decisiones burocráticas que terminan por destruir una vida. La película avanza entre el drama judicial y el retrato social, siguiendo la lucha de una abogada tucumana que, junto a organizaciones de mujeres, intenta desmontar una condena construida sobre sospechas morales más que sobre pruebas.

01. ‘El sendero azul’ (O Último Azul) de Gabriel Mascaro (Brasil)

El sendero azul (O Último Azul), de Gabriel Mascaro, se perfila como una de las películas latinoamericanas más relevantes del año por la manera en que transforma una premisa aparentemente sencilla en una crítica política de enorme resonancia. La historia sigue a Tereza, una mujer de 77 años que recibe una notificación oficial del gobierno brasileño para ser trasladada a una colonia destinada a “reubicar” a los jubilados y liberar espacio productivo para las generaciones jóvenes. En lugar de aceptar ese destino disfrazado de política social, Tereza decide huir y emprender un viaje por el Amazonas para cumplir un último deseo antes de que el sistema le arrebate su autonomía.

Mascaro construye así una fábula futurista inquietantemente cercana, donde la vejez se convierte en un problema administrativo y la exclusión se presenta como progreso. Sin recurrir a grandes artificios tecnológicos, la película imagina un Brasil donde el control se ejerce a través de gestos cotidianos, discursos amables y ceremonias vacías, revelando con precisión cómo el poder decide quién merece seguir siendo visible. Desde ese punto de partida, El sendero azul se despliega como una road movie fluvial, una sátira social y un relato de resistencia íntima que dialoga de forma directa con los debates contemporáneos sobre productividad, envejecimiento y libertad.

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