Magazine Dreams | Review

Magazine Dreams es un intenso retrato de un fisicoculturista solitario atrapado entre la opresión social, la obsesión corporal y la masculinidad tóxica. Aunque sigue una fórmula conocida, la actuación visceral de Jonathan Majors es el motor aquí. 
Magazine Dreams (2024)
Puntuación:★★★
Dirección: Elijah Bynum
Reparto: Jonathan Majors, Haley Bennett, Taylour Paige y Michael O’Hearn 
Disponible: VOD Google Play

No resulta difícil comprender por qué Killian Maddox, interpretado con perturbadora intensidad por Jonathan Majors, es un hombre al borde del colapso. Su entorno está construido con los ladrillos del abandono sistémico: un trabajo mal pagado, un abuelo enfermo al que cuida con dedicación silenciosa, y un entorno social que le inflige una constante batería de micro y macroagresiones por el simple hecho de ser un hombre negro en Estados Unidos. Desde la primera escena, cuando le explica a un terapeuta asignado por el tribunal que está atrapado en uno de los tantos desiertos alimentarios del país, queda claro que Killian no es simplemente una figura trágica, sino el producto de un sistema estructuralmente podrido. Su furia no es gratuita: es la respuesta visceral a una maquinaria que obliga a la clase trabajadora a consumir basura hasta morir.

Su válvula de escape, sin embargo, no es menos destructiva. Killian es un fisicoculturista amateur obsesionado con dejar una huella, con ser recordado, con ganarse un respeto que le ha sido negado por su entorno. En esa búsqueda, lleva su cuerpo al límite, encarnando un ideal extremo de masculinidad donde el dolor físico se transforma en una especie de redención. Come 6.000 calorías al día, se inyecta esteroides, levanta pesas hasta que sus músculos amenazan con desgarrarse. Este rigor no es simplemente disciplina: es autodestrucción ritualizada, impulsada por la necesidad de escapar de la sombra violenta de su padre y, al mismo tiempo, por un deseo desesperado de alcanzar una perfección inalcanzable.

Magazine Dreams, el sombrío estudio de personaje escrito y dirigido por Elijah Bynum, se inscribe dentro de una genealogía cinematográfica reconocible: la del hombre alienado que, empujado al límite, explota. Este camino nos remite inevitablemente a arquetipos como Travis Bickle en Taxi Driver o Arthur Fleck en Joker: figuras solitarias, obsesivas, atrapadas en una espiral de ira y desconexión social. Bynum utiliza este molde con eficacia, pero también corre el riesgo de caer en la reiteración. Las señales de alarma son conocidas: la cita incómoda, el colapso público, la compra de un arma en el tercer acto. Estos momentos, aunque ejecutados con pericia, nos dejan preguntándonos si este terreno no ha sido ya excesivamente transitado.

Sin embargo, hay algo en la figura de Killian que impide que la película se convierta en un mero ejercicio de estilo. A diferencia de otros retratos de hombres al borde de la implosión, aquí hay una exploración más específica y dolorosa: la del cuerpo como cárcel, como campo de batalla, como proyecto fallido de redención. La cinta aborda sin concesiones temas como la dismorfia corporal, los trastornos alimenticios y la dependencia a sustancias —problemas comúnmente silenciados en narrativas masculinas—, lo cual le otorga una dimensión más humana, más urgente. Killian no solo está atrapado en su mente; también está atrapado en su carne, que moldea, deforma y castiga con la esperanza de convertirse en alguien digno de admiración.

Jonathan Majors encarna esta tragedia con una entrega total. Su Killian es una figura inquietante y, al mismo tiempo, conmovedora. Logra equilibrar la brutalidad con una fragilidad que asoma en los momentos menos esperados —una mirada, un titubeo, un intento torpe de establecer una conexión con otra persona—, lo que vuelve sus estallidos de violencia aún más difíciles de procesar. Majors no busca que lo comprendamos plenamente, pero nos obliga a mirarlo, a no apartar la vista, incluso cuando se vuelve insoportable hacerlo.

El trabajo de Bynum como director ha madurado desde su debut en Hot Summer Nights. Aquí demuestra un control formal notable, con una puesta en escena que evita la estilización vacía y opta por una estética cruda, casi documental por momentos. La cámara, íntima y sin concesiones, permanece cerca de Killian, como si nos empujara a habitar su cuerpo y su psique. La narrativa se siente propulsiva, y por instantes, casi se podría confundir con el tipo de película que un joven cineasta enviaría como carta de presentación para dirigir una gran franquicia. Pero hay más aquí: hay un deseo palpable de incomodar, de sacudir, de abrir una conversación sobre los cuerpos que la sociedad fabrica y destruye.

No obstante, el mayor conflicto de Magazine Dreams es el mismo que atormenta a su protagonista: la falta de una identidad verdaderamente propia. A pesar de sus méritos formales y de una actuación central sobresaliente, la película parece debatirse entre ser una crítica profunda al culto al cuerpo masculino y una repetición, aunque más matizada, del “hombre al límite” que el cine independiente estadounidense ya ha explorado con exhaustividad. En última instancia, el filme impresiona más por su intensidad que por su capacidad de innovación. Como Killian, es pura fuerza: poderosa, sí, pero también atrapada en una forma que ya conocemos.

Quizás, como espectadores, no necesitamos más retratos de hombres rotos. O tal vez necesitamos que esos retratos sean más que una reiteración estilizada del colapso. Bynum insinúa caminos nuevos, pero no siempre se atreve a recorrerlos. Aun así, Magazine Dreams merece ser vista, no solo por la impactante interpretación de Majors —que sin duda debería posicionarlo en la contienda por premios—, sino por la incomodidad que genera. Porque en esa incomodidad hay una verdad que incomoda al sistema tanto como a nosotros: que a veces, el sueño americano es una pesadilla encubierta por músculos bien definidos.

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