Tierras Perdidas intenta construir una épica de fantasía postapocalíptica, pero se ve lastrada por una narrativa insulsa, personajes sin profundidad y efectos visuales poco inspirados. A pesar del potencial de la historia original de George R. R. Martin.
Tierras Perdidas (2025)
Puntuación: ★½
Dirección: Paul W.S. Anderson
Reparto: Dave Bautista, Milla Jovovich, Arly Jover, Amara Okerke, Fraser James y Simon Loof
Estreno en cines
Tierras Perdidas, dirigida por Paul W. S. Anderson y basada en una historia corta de George R. R. Martin, intenta erigirse como una épica de fantasía oscura, pero sucumbe bajo el peso de sus propias ambiciones. A pesar de contar con ingredientes atractivos —una narrativa de magia y decadencia, una figura femenina poderosa, un mundo en ruinas— la cinta se revela como una producción de “Europudding” con todas las connotaciones peyorativas del término: una amalgama desganada de capital europeo, talento disperso y una visión artística difusa que se traduce en una experiencia cinematográfica estéril.
La adaptación a cargo del guionista Constantine Werner transforma la prosa de Martin en un guion acartonado, plagado de diálogos que caen pesadamente, como sacos de arena arrojados sobre una losa de concreto. Cada línea parece más una declamación que una expresión viva del personaje, acentuando la desconexión entre lo que se dice y lo que se siente. Paul W. S. Anderson, conocido por sus incursiones en el cine de acción de medio presupuesto, aborda el material con una rigidez casi mecánica, sin espacio para el asombro o la introspección. La dirección no logra trascender los lugares comunes del género ni explotar el potencial alegórico de la historia.
Ambientada en un futuro postapocalíptico, la película nos traslada a un mundo dividido entre un infierno urbano de supervivientes y las caóticas “Tierras Perdidas”, espacio mítico en el que se despliega la odisea de la bruja Gray Alys. Interpretada por Milla Jovovich —compañera de Anderson dentro y fuera de la pantalla— Alys es una figura que debería proyectar ambigüedad moral y poder arcano, pero que en cambio se desliza por la trama con una inexpresividad obstinada, desprovista de carisma o misterio. Su antagonista, la cazadora de brujas Ash (Arly Jover), aporta una presencia más afilada y visualmente potente, aunque igualmente atrapada por una escritura que no le permite desarrollarse más allá de los típicos clichés de un villano de turno.

La motivación principal de la trama gira en torno a la petición de una joven princesa, Melange (Amara Okereke), quien desea el poder de cambiar de forma. Alys, fiel a su dogma de no rechazar ninguna petición cuando hay pago de por medio, acepta ayudarla. Paralelamente, el amante de Melange, Jerais (Simon Lööf), suplica a Alys que impida que la princesa obtenga dicho poder. Esta dicotomía de objetivos, que podría haber generado un interesante conflicto ético o una tensión narrativa sostenida, se resuelve con una apatía estructural que caracteriza gran parte de la película. No hay un desarrollo psicológico que sustente las decisiones de los personajes ni una construcción dramática que haga crecer el dilema. La historia simplemente avanza, como el tren oxidado que vemos cada cinco minutos en la película, que es movido por la inercia, sin un rumbo.
Dave Bautista, en el papel del guerrero Boyce, logra destacar con una actuación que, sin ser sobresaliente, aporta una chispa de humanidad y humor cínico al relato. Su química con Jovovich es tenue pero funcional, y su personaje, aunque predecible, se beneficia de la presencia escénica del actor. La relación entre Alys y Boyce se convierte en el eje emocional del film, aunque nunca alcanza la profundidad ni la complejidad necesarias para que el espectador invierta emocionalmente en su destino.
Visualmente, Tierras Perdidas ofrece un paisaje digital genérico, saturado de tonos grises y efectos visuales de nivel televisivo. La dirección de arte no alcanza a dotar de identidad al mundo postapocalíptico; las criaturas, ruinas y escenarios carecen de personalidad visual y se sienten reciclados de otras franquicias de bajo presupuesto. El clímax, una escena en la que un tren se despeña por un acantilado, pretende ser grandilocuente, pero su ejecución digital no inspira otra cosa que indiferencia. Es difícil asombrarse ante una secuencia que, como muchas otras en la película, parece diseñada para verse en una pantalla de portátil sin generar impacto real.
En definitiva, Tierras Perdidas es un ejercicio fallido de fantasía oscura. Es una película que desperdicia su potencial mitológico, naufraga en su estética y fracasa en establecer una conexión significativa con su audiencia. Más que una odisea épica, se asemeja a una caminata sin rumbo por un desierto narrativo, donde cada paso lleva a la misma nada. Lejos de evocar la grandeza trágica o el dilema existencial que caracteriza lo mejor del género, lo que ofrece es un desfile de imágenes sin alma y palabras sin eco.