Thunderbolts* | Review

Thunderbolts es una apuesta arriesgada de Marvel que explora la fragilidad emocional de un grupo de antihéroes rotos, más preocupados por sus traumas que por salvar el mundo. Aunque su narrativa es irregular y su tratamiento es superficial, destaca por el trabajo de Florence Pugh y Lewis Pullman.
Thunderbolts (2025)
Puntuación: ★★★
Dirección: Jake Schreier
Reparto: Florence Pugh, Sebastian Stan, Wyatt Russell, Lewis Pullman, David Harbour y Julia Louis-Dreyfus.
Estreno en cines

Thunderbolts es una película atravesada por el desorden. No solo en su estructura narrativa —marcada por transiciones abruptas y un ritmo desigual—, sino en la esencia misma de sus protagonistas: figuras emocionalmente fragmentadas, atormentadas por su pasado, que se quitan las máscaras heroicas para mostrarse, por fin, como seres humanos profundamente dañados. No es una historia de salvación épica, sino un recorrido errático por los escombros emocionales que deja el heroísmo cuando se cae el telón.

En lugar de ofrecer un desfile triunfal de poderes y explosiones, la cinta se mueve —no sin tropiezos— entre la melancolía, el humor negro y una sensación persistente de vacío. Este equipo improvisado, encabezado por una feroz Florence Pugh como Yelena Belova, no busca salvar al mundo, sino recomponerse a sí mismo. La amenaza real no es tanto el villano de turno como el colapso interno que cada uno arrastra. Así, Thunderbolts se transforma en una historia de redención compartida, pero también en una alegoría sobre la fatiga de un universo cinematográfico que parece haber perdido el rumbo.

Porque si algo necesitaba Marvel era precisamente un salvavidas. Tras los fracasos creativos de The Marvels o Capitán América: Un Mundo Feliz, la franquicia que dominó el entretenimiento global se tambaleaba, a la espera de la próxima ola de los Vengadores. Thunderbolts, contra todo pronóstico, resulta ser lo más refrescante que ha salido del estudio desde WandaVision, ese oasis televisivo que sigue siendo su cima artística.

El título, estilizado con un asterisco, parece reírse de sí mismo: Thunderbolts, sí, pero con una nota al pie implícita, una advertencia, un pie de página irónico. ¿Quiénes son? En los cómics, fueron villanos disfrazados de héroes. En esta versión, son más bien una suerte de Escuadrón Suicida a la Marvel: antihéroes y figuras marginales recicladas de películas menores del MCU.

David Harbour regresa como el bonachón Alexei Shostakov, alias Guardián Rojo, que ahora maneja una limusina mientras espera su próxima misión. Wyatt Russell vuelve como John Walker, el Capitán América deshonrado que carga con el peso de un asesinato televisado. También están Ghost (Hannah John-Kamen), la fugaz antagonista de Ant-Man y la Avispa, y el más famoso del grupo, Bucky Barnes (Sebastian Stan), el Soldado del Invierno, otro experto en redención. Todos ellos, más que formar un equipo, conforman un grupo de terapia improvisado, donde el pasado pesa más que los golpes.

No sería justo olvidar que Marvel ha sabido construir imperios narrativos con “equipos B”. El MCU, en sus inicios, prosperó sin Spider-Man ni los X-Men, apostando por Iron Man, Thor y Capitán América cuando nadie los quería. Más adelante, Guardianes de la Galaxia —con un mapache parlante y un árbol de vocabulario limitado— se transformaron en íconos pop. El margen de lo mainstream es, curiosamente, donde Marvel ha sido más libre y más original. Y en Thunderbolts, esa libertad se nota, aunque se limita por sus propias restricciones, ofreciendo una relectura de la fórmula Marvel con pinceladas prestadas de otros productos. 

Desde sus primeros fotogramas, la película se desmarca visualmente del MCU promedio. La cámara contempla a Yelena, al borde del coloso Merdeka 18, una de las torres más altas del mundo. “Hay algo mal conmigo”, dice, antes de lanzarse al vacío. No es un intento de suicidio, sino una caída controlada hacia el combate, coreografiada con elegancia acrobática. Las tomas abiertas, distanciadas, permiten observarla como un ser incorpóreo, mientras su monólogo interno —irónico, seco, casi nihilista— revela la fractura emocional que la habita.

La misión: encubrir las huellas de Valentina Allegra de Fontaine (una Julia Louis-Dreyfus deliciosamente manipuladora), cuyo pasado turbio la tiene en la mira el Congreso. Pero todo se complica cuando Yelena, Ghost y Walker son enviados para eliminarse entre sí. Tras una pelea bien escrita como coreografiada, optan por colaborar. Es entonces cuando aparece Bob (Lewis Pullman), una figura patética y entrañable a la vez, con habilidades catastróficas producto de experimentación genética: un eco del Chronicle de Josh Trank, donde el poder no salva, sino que intensifica el trauma.

El clímax enfrenta a los Thunderbolts con el Vacío, un supervillano que encarna literalmente la depresión: consume a sus víctimas en sombras. El combate se da en espacios surrealistas que Yelena define con ironía como “salas de la vergüenza interconectadas”. Aquí la película intenta, no sin torpeza, representar los procesos internos de sus personajes con imágenes exteriores: metáforas visuales del duelo, el perdón y la sanación. Aunque el intento es valiente, su eficacia dramática es desigual.

A pesar de sus defectos, Thunderbolts logra sostenerse en el delicado equilibrio entre el colapso emocional de sus personajes y la necesidad del espectáculo. La película no siempre profundiza en los temas que plantea —la salud mental, la culpa, la redención—, y en más de una ocasión se queda en la superficie, reduciendo el trauma a un gesto o una línea de diálogo ingeniosa. Sin embargo, es en sus intérpretes donde encuentra un ancla.

Florence Pugh sobresale no solo por su carisma, sino por la autenticidad emocional que le imprime a Yelena. Hay una madurez interpretativa en sus silencios que trasciende el guion. Frente a ella, Sebastian Stan ofrece un contrapunto interesante: su Bucky Barnes parece operar desde una emocionalidad plana, casi entumecida, como si estuviera exhausto tras tantas reencarnaciones del mismo dolor. Stan está en un modo contenido que en sí puede que no sea una falla, sino una manifestación de lo que la película representa: un universo de héroes desgastados.

Thunderbolts no revoluciona el género ni reinventa la fórmula Marvel, pero encuentra en su desorden emocional un reflejo sincero del momento en que llega. Es imperfecta, y está marcada por contradicciones, pero que al menos se atreve hacer algo diferente dentro de su universo. 

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