Plainclothes | Review

Plainclothes, es un intenso thriller que explora la represión y el deseo a través de la historia de un policía gay encargado de arrestar a hombres homosexuales, todo sostenido por una poderosa actuación de Tom Blyth.
Plainclothes(2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Carmen Emmi
Reparto: Tom Blyth, Russell Tovey, Maria Dizzia y Christian Cooke
**Vista en screening de prensa** 

Plainclothes es una propuesta cinematográfica inquietante y compleja, una adición valiosa —aunque desigual— al corpus del cine queer contemporáneo. En su debut como guionista y directora, Carmen Emmi ofrece un thriller psicológico que se despliega también como romance prohibido, una tensión narrativa en la que la represión, el deseo y la identidad colisionan con una fuerza devastadora. Ambientada en el año 1997, la película explora los mecanismos de vigilancia institucionalizada sobre la homosexualidad masculina, pero lo hace a través de un prisma profundamente personal y emocional. El resultado es un filme de múltiples capas, tan embriagador como imperfecto.

La historia se centra en Lucas (interpretado por un impresionante Tom Blyth), un joven policía encubierto cuya labor consiste en atraer y delatar a hombres homosexuales en los baños de un centro comercial. La ironía —y el conflicto esencial de la película— radica en que Lucas también es gay, aunque atrapado en un proceso de autoaceptación que oscila entre el pánico y la represión. Blyth interpreta a Lucas con una intensidad inquietante: su cuerpo está siempre al borde del colapso, sus ojos escanean la habitación como si siempre hubiese una amenaza acechando. Es un hombre que se observa a sí mismo desde fuera, una figura desgarrada entre su rol como agente del orden y sus deseos más íntimos.

A través del vínculo con Andrew (Russell Tovey), uno de los “objetivos” que Lucas inicialmente debía arrestar, se abre un espacio de ternura inusitada en medio de un entorno asfixiante. Es en los gestos mínimos —una mirada sostenida, un roce contenido— donde Emmi encuentra la poesía emocional del filme. La transformación de Lucas se insinúa con lentitud: la rigidez inicial da paso a momentos de vulnerabilidad genuina, especialmente en presencia de Andrew. Este contraste entre la rigidez del deber y la suavidad del deseo es lo que da al film su tensión emocional más lograda.

Formalmente, Plainclothes apuesta por una estética que bebe tanto del realismo como de la nostalgia. El uso de primeros planos opresivos, combinados con material en VHS que actúa como huellas de la memoria o fragmentos subjetivos del recuerdo, refuerzan la inestabilidad emocional del protagonista. Esta técnica se ve potenciada por un diseño de sonido tenso y una edición que, lejos de buscar la claridad, opta por la fragmentación y el crescendo ansioso. A medida que Lucas se desintegra emocionalmente, el montaje lo acompaña en su espiral descendente, creando una atmósfera de paranoia, culpa y deseo reprimido.

Sin embargo, no todo en la película alcanza la misma altura. El primer acto, con su cámara temblorosa y paleta visual deliberadamente opaca, amenaza con ahogar la narrativa en una estética que a veces roza lo manierista. La ambición emocional del filme se percibe, por momentos, como una sobrecarga estilística que podría alienar al espectador más que involucrarlo. Asimismo, algunos elementos del guion caen en fórmulas narrativas predecibles, especialmente en los saltos temporales que buscan generar suspenso pero terminan por diluir el impacto de ciertas revelaciones.

Las actuaciones, aunque eficaces, también fluctúan en su profundidad. Tom Blyth lleva sobre sus hombros el peso emocional del filme con una interpretación que oscila entre la contención feroz y el colapso interior. Sin embargo, el resto del reparto, incluidos personajes como la madre (Maria Dizzia) o la exnovia (Amy Forsyth), son tratados con una cierta superficialidad dramática, limitándose a funcionar como piezas en el tablero del conflicto de Lucas más que como sujetos con agencia propia. Andrew, por su parte, funciona más como catalizador emocional que como personaje autónomo, aunque Tovey logra transmitir dignidad y dolor en sus breves momentos de introspección.

Plainclothes encuentra su mayor fortaleza en la manera en que plasma el conflicto entre deseo y deber, y en cómo convierte lo íntimo en político. La elección de centrar la trama en un agente del sistema represor que forma parte de la comunidad que persigue no es solo irónica: es profundamente trágica. La película invita a reflexionar sobre las estructuras de violencia que obligan a vivir en el secreto, y sobre las identidades que se construyen a partir del miedo al rechazo y la imposición de la norma.

A pesar de sus tropiezos —una estructura narrativa desigual, algunas decisiones formales discutibles y una puesta en escena que en ocasiones privilegia la estética sobre la claridad—, Plainclothes logra dejar una impresión duradera. No tanto por la historia que cuenta, que podría resumirse en clichés conocidos del cine queer, sino por el modo en que habita el conflicto emocional de su protagonista con una honestidad descarnada.

En última instancia, Plainclothes no pretende revolucionar el cine LGBTQ+, pero sí recordar que las heridas del pasado —y los sistemas que las infligieron— aún resuenan en el presente. La película nos confronta con un pasado reciente que sigue latiendo bajo la superficie de nuestras sociedades modernas, y nos interpela no solo a mirar hacia atrás, sino a seguir cuestionando las formas de violencia que aún persisten, disfrazadas de orden, seguridad o tradición.

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