‘Beating Hearts’ es un melodrama romántico de tintes operísticos en el que Gilles Lellouche explora un amor juvenil marcado por la separación y la redención. Aunque logra momentos de intensidad emocional, su ambición narrativa a veces sobrepasa la credibilidad de sus personajes.
Beating Hearts (2025)
Puntuación:★★★½
Dirección: Gilles Lellouche
Reparto: Adele Exarchopoulos, Francois Civil, Mallory Wanecque, Malik Frikah, Alain Chabat, Vincent Lacoste, Raphael Quenard y Jean-Pascal Zadi
Disponible: VOD Google Play
En Beating Hearts, Gilles Lellouche construye una sinfonía audiovisual donde la música —estruendosa, omnipresente— actúa como catalizador emocional de una historia de amor marcada por la tragedia, la separación y la obstinada esperanza del reencuentro. Desde los primeros compases, la película anuncia su voluntad de inscribirse en el registro del melodrama épico, con una puesta en escena grandilocuente que busca elevar un romance juvenil a la categoría de mito moderno. Sin embargo, a medida que el relato avanza, emerge una tensión entre la escala operística del dispositivo formal y la humanidad frágil de sus protagonistas, quienes parecen desbordados por el marco estético y emocional que los contiene.
La cinta, protagonizada por Adèle Exarchopoulos y François Civil en su etapa adulta, se apoya en la vitalidad de sus contrapartes adolescentes —Mallory Wanecque y Malik Frikah— para capturar la efervescencia del primer amor. De hecho, es en su primera mitad donde el filme alcanza su mayor poder de evocación, desplegando una sensibilidad genuina hacia el deseo, la rebeldía y la intensidad emocional propia de la adolescencia.
Ambientada en un pueblo industrial del norte de Francia a mediados de los años ochenta, la película nos introduce a Jackie, una adolescente con temple y determinación, y a Clotaire, un joven delincuente en ciernes. Su vínculo sentimental, retratado con ternura por Wanecque y Frikah, se ve interrumpido por la irrupción del crimen organizado en la vida de él. Seducido por la figura de La Brosse (Benoît Poelvoorde), Clotaire se convierte en el chivo expiatorio de un fallido atraco a mano armada que termina con la muerte de un guardia. Condenado a diez años de prisión, desaparece de la vida de Jackie.
La segunda mitad se sitúa tras la liberación de Clotaire. Ahora interpretado por Civil, busca reavivar el vínculo con Jackie, quien ha rehecho su vida y está casada con un hombre estable pero anodino (Vincent Lacoste). La narrativa intenta reconstruir la conexión entre ambos, pero la energía narrativa se diluye: la madurez de los personajes no alcanza la intensidad romántica que la puesta en escena exige, y la química entre Exarchopoulos y Civil, aunque sólida, no logra replicar el fulgor adolescente de sus predecesores.

Lellouche articula la película bajo códigos cercanos al musical —aunque no lo sea en sentido estricto—, utilizando la música diegética y extradiegética como vehículo emocional. La banda sonora, que incluye a The Cure, Prince y The Alan Parsons Project en los pasajes juveniles, y Everything But The Girl o beats de hip-hop en la adultez, confiere al relato un dinamismo rítmico que acentúa los estados afectivos. Las secuencias coreografiadas —a medio camino entre el videoclip ochentero y el clasicismo hollywoodense— realzan esta estilización musical. La partitura de Jon Brion, con su mezcla de cuerdas y piano, añade una capa de lirismo nostálgico que contribuye al aura de ensoñación romántica.
Desde lo visual, el director de fotografía Laurent Tangy imprime un lenguaje expresivo que recurre a focos, contraluces y puestas de sol para bañar la imagen de una luminosidad casi mítica, en consonancia con el espíritu de tragedia romántica que embebe a la historia. La cámara de Lellouche, en constante movimiento, traduce en términos cinéticos la agitación emocional de los personajes, contribuyendo a la sensación de vértigo sentimental.
Wanecque y Frikah destacan por su frescura y veracidad: ambos encarnan el amor adolescente como una experiencia radical y transformadora. Frikah construye a Clotaire como un arquetipo del “chico malo” de buen corazón, rozando el cliché pero sin caer en el artificio. Wanecque, por su parte, ofrece una interpretación matizada, que anticipa en su juventud los rasgos de carácter que Exarchopoulos encarnará en la adultez. Esta continuidad interpretativa resulta uno de los aciertos más logrados del filme.
Sin embargo, cuando la trama se desplaza a la adultez, la carga emocional se vuelve más forzada. Aunque Civil y Exarchopoulos aportan crudeza y vulnerabilidad, la conexión entre ambos ya no brilla con la misma intensidad. El guion, en su tramo final, recurre a una acumulación de conflictos criminales y decisiones morales cuestionables, diluyendo el impacto emocional del reencuentro amoroso. La escena en la que Jackie amenaza a su jefe con la violencia potencial de su pareja exconvicta deja un poso inquietante, y pone en duda la ética subyacente del relato: ¿se espera del espectador una complicidad incondicional con los protagonistas, más allá de sus acciones?
Con todo, la película se sostiene en sus momentos más sinceros, cuando retrata el vértigo del amor juvenil y la imposibilidad de volver a habitarlo en la edad adulta. A pesar de su grandilocuencia y sus tropiezos narrativos, Beating Hearts se erige como una apuesta estética arriesgada que, si bien no alcanza plenamente sus ambiciones, logra momentos de notable intensidad visual y emocional.