El debut de Noémie Merlant, es una comedia negra que intenta abordar temas feministas con una una estética provocadora y caótica. Aunque propone ideas interesantes sobre el deseo, la culpa y la sororidad, su mezcla de géneros y tonos debilitan el impacto emocional y político.
Las chicas del balcón (2024)
Puntuación:★★★
Dirección: Noémie Merlant
Reparto: Noemie Merlant, Souheila Yacoub, Sanda Codreanu y Lucas Bravo
Disponible: Filmin
Las chicas del balcón es la película que marca el debut como directora de la actriz francesa Noémie Merlant, quien también protagoniza dicho filme. Ambientada en un caluroso verano en Marsella, la historia sigue a tres amigas —Ruby, Nicole y Élise— quienes comparten un apartamento y pasan sus días observando desde su balcón a un atractivo vecino. Lo que comienza como una comedia ligera se transforma en un relato oscuro que aborda temas como la violencia sexual, la culpa y la sororidad.
La trama se centra en las tres amigas, una es Ruby, una trabajadora sexual en línea; Nicole, una aspirante a novelista; y Élise, una actriz que aún mantiene su personaje de Marilyn Monroe tras finalizar un rodaje. Las tres se sienten atraídas por su vecino, un fotógrafo de moda, quien las invita a su apartamento. La noche culmina en tragedia cuando Ruby regresa cubierta de sangre, revelando que ha matado al hombre en defensa propia tras un intento de agresión sexual. A partir de este punto, la película se adentra en una espiral de eventos que combinan elementos de thriller, comedia y horror, incluyendo apariciones fantasmales y escenas surrealistas.
El mayor riesgo —y quizás también el mayor tropiezo— de Las chicas del balcón radica en su intención de amalgamar discursos feministas contemporáneos con un tono lúdico y excesivo, cercano al absurdo. Desde la perspectiva de Noémie Merlant, este enfoque parece responder a un deseo de romper con las representaciones tradicionales de la “mujer víctima” para construir personajes que se reapropian de su deseo, su violencia y su ambigüedad. Sin embargo, la ejecución oscila entre la provocación y la caricatura, lo que impide que la propuesta alcance una contundencia emocional o discursiva.
La película propone una idea interesante: ¿qué ocurre cuando las mujeres que han sido formadas bajo los discursos de empoderamiento se enfrentan a la violencia estructural sin un marco moral claro? Ruby no es una heroína clásica, y su acto de defensa —el asesinato del fotógrafo— no se presenta como una reivindicación clara, sino como el disparador de una cadena de situaciones cada vez más erráticas. Aquí es donde el filme apunta con precisión hacer algo “autoindulgente”, en el sentido de que se regodea en su estética kitsch y su humor absurdo sin profundizar en las consecuencias emocionales del evento inicial.

Otro punto relevante es el uso del género como vehículo para el mensaje. En lugar de construir un thriller sólido con subtexto feminista, Merlant opta por un collage de tonos: comedia negra, sátira de cultura pop, horror ligero, realismo mágico. La presencia de un “fantasma masculino” que amenaza desde el más allá refuerza la dimensión alegórica, pero también debilita la gravedad del conflicto real. Como resultado, el espectador puede sentirse más estimulado por el artificio visual o los gags que por el proceso psicológico de las protagonistas.
Esto se ve particularmente en el personaje de Élise, quien parece habitar una película distinta. Su persistente personificación de Marilyn Monroe —incluso tras la muerte del fotógrafo— sugiere una crítica a la forma en que las mujeres internalizan y perpetúan los mitos de lo femenino. No obstante, esta crítica queda diluida en un conjunto de escenas que privilegian la extravagancia por encima de la introspección. El riesgo estético de Merlant es loable, pero su falta de contención narrativa impide que el discurso adquiera verdadera potencia.
Además, el filme se sostiene sobre una sororidad forzada. Las relaciones entre las tres mujeres son afectuosas, pero en ningún momento se explora con profundidad el conflicto entre ellas, ni cómo lidian internamente con el hecho de haber encubierto un asesinato. La culpa, la ambigüedad moral y el trauma se presentan de forma superficial, incluso anecdótica, lo que impide que el film dialogue con otras obras más contundentes sobre justicia y deseo femenino.
Finalmente, cabe señalar que la película no fracasa por falta de ideas, sino por una especie de exceso de ellas. Merlant tiene una voz creativa particular, una sensibilidad estética pop, queer y provocadora que puede resonar con una generación saturada de discursos políticos. Sin embargo, esa misma saturación puede tornarse contraproducente si no se traduce en una estructura narrativa sólida y emocionalmente resonante.