Los Tipos Malos 2 es una secuela animada que logra ser más ágil, divertida y estilizada que su antecesora, combinando el cine de atracos con humor absurdo y guiños cinéfilos. DreamWorks afianza su universo con una historia de redención, persecuciones y caos.
Los tipos malos 2 (2025)
Puntuación:★★★½
Dirección: Pierre Perifel y JP Sans
Voces: Sam Rockwell, Marc Maron, Craig Robinson, Danielle Brooks, Maria Bakalova y Awkwafina
Estreno en cines
En el vasto océano de secuelas animadas que arriban año con año, pocas logran surfear la ola con tanta destreza como Los Tipos Malos 2. Esta continuación de la divertida y estilizada aventura de DreamWorks no solo mantiene a flote el barco, sino que le inyecta velocidad, descaro y un guiño constante a un público que, aunque infantil en apariencia, también incluye a los adultos que crecieron viendo películas de atracos y bandas criminales con códigos de honor dudosos. Lejos de ser una simple repetición de su antecesora, esta segunda parte afina sus armas: es más liviana, más ágil y definitivamente más cómica, sin renunciar a la elegancia de su espíritu paródico.
Desde el inicio, la película no esconde sus ambiciones: una frenética persecución automovilística por las caóticas calles de El Cairo, que nos recuerda tanto a Bourne como a Bond, estableciendo desde temprano que aquí se juega con las reglas del heist film, pero bajo una lógica de caricatura consciente de su absurdo. El Sr. Lobo, con voz y actitud calcadas de George Clooney, lidera esta manada de forajidos reformados con el carisma de un antihéroe de película negra reconvertido en héroe de matiné. Esa secuencia, revelada como un flashback, da paso al verdadero núcleo del relato: la tensión entre el deseo de redención y el tirón irresistible del crimen organizado, esta vez representado por un sindicato delictivo liderado por una felina de armas tomar.
La fórmula no es nueva: un equipo carismático, una amenaza mayor, una misión imposible. Pero lo que distingue a Los Tipos Malos 2 es su habilidad para subvertir clichés sin burlarse de ellos, jugando en el terreno de Tarantino y Guy Ritchie, pero con plastilina moral y paletas de colores chillones. No por nada los protagonistas parecen versiones zoológicas de los matones de Snatch o los ladrones de Reservoir Dogs con menos sangre, pero con igual dosis de estilo. La película bebe del cine clásico de robos —desde The Sting hasta The Italian Job—, y lo reinterpreta desde una comedia que no teme abrazar el ridículo ni usar flatulencias como parte de su estrategia cómica. Lo escatológico no es herejía aquí, sino un guiño de complicidad al niño que aún vive en el espectador adulto.

Visualmente, el filme mantiene la línea estética del primero: animación fluida, vibrante, y con un diseño que parece salido de una novela gráfica en movimiento. El color, el ritmo y la música juegan roles tan importantes como los personajes; y hablando de personajes, hay que destacar el regreso del Profesor Mermelada, cuya transformación física y actitudina lo vuelven una mezcla entre Hannibal Lecter y un tatuador de barrio, con una voz nasal que añade una capa de delirio a su ya excéntrica personalidad.
Lo cierto es que Los Tipos Malos 2 no reinventa el género, pero sí lo mantiene vivo con una honestidad poco habitual en secuelas destinadas al mercado familiar. Su humor, aunque desigual por momentos, logra equilibrar el delirio con una calidez sincera que celebra la amistad, la segunda oportunidad y el eterno retorno al caos. Hay inteligencia detrás de cada chiste bobo y una clara voluntad de estilo en cada escena de acción. Si bien algunos diálogos pueden sentirse demasiado autoconscientes o forzados, el ritmo general compensa esos tropiezos con una narrativa que nunca se toma demasiado en serio a sí misma.
En definitiva, esta secuela no se desmarca radicalmente de la primera entrega, pero sí la pule y la agiliza, encontrando una voz más segura, más juguetona. Cumple su misión: divertir sin condescender, parodiar sin ridiculizar, y mantener a sus personajes en el delicado equilibrio entre el crimen y la bondad. No es perfecta, pero sí lo suficientemente buena como para merecer el precio de la entrada —y quizás un par de risas más que la original.