El muro negro de Philip Koch parte de una premisa intrigante —una pareja atrapada en su apartamento por un misterioso muro tecnológico— pero no logra sostener su potencial.
El muro negro (2025)
Puntuación: ★★½
Dirección: Philip Koch
Reparto: Matthias Schweighöfer, Ruby O. Fee, Frederick Lau y Murathan Muslu
Disponible en Netflix
A primera vista, El muro negro (2025), dirigida por Philip Koch, parece una nueva apuesta de Netflix por los thrillers de alto concepto que mezclan tensión psicológica, confinamiento espacial y reflexión social, siguiendo la estela de El Hoyo. Pero a medida que la historia se desarrolla —o más bien, se atasca en sus propias paredes—, queda claro que El muro negro está más interesada en su envoltorio que en lo que hay dentro. Lo que pudo haber sido un angustioso drama de cámara con toques existenciales, se convierte rápidamente en una carrera hacia lo predecible, atrapada en su propia carcasa estética y narrativa.
La premisa, sin duda, es intrigante: una pareja en crisis, Liv (Ruby O. Fee) y Tim (Matthias Schweighöfer), despiertan para descubrir que su apartamento ha sido sellado con un misterioso muro de ladrillos negros. No hay salida, ni comunicación, solo un encierro cada vez más opresivo que los obliga a derribar muros —literal y figuradamente— para sobrevivir y entender qué ocurre. Desde el punto de vista simbólico, la idea funciona: el muro como metáfora de una relación fracturada, de traumas no resueltos y de la desconexión entre las personas. Pero esa capa simbólica nunca termina de aflorar con potencia. En cambio, lo que encontramos es una película que no confía en la fuerza de su drama humano y busca constantemente desviar la atención hacia subtramas conspirativas, personajes secundarios caricaturescos y una arquitectura narrativa que se desploma por su propia ambición.
Koch demuestra un manejo visual competente, sobre todo en el aprovechamiento de los espacios cerrados. Su cámara se desliza entre agujeros, pasadizos y derrumbes con fluidez, y logra generar una estética claustrofóbica que recuerda por momentos al estilo de thrillers como Cube o Panic Room. Sin embargo, la atmósfera se ve socavada por un guion que quiere decir demasiado y termina diciendo muy poco. El aislamiento inicial, que podría haber sido una poderosa metáfora del duelo y la desconexión emocional, se disuelve al dar paso a un tono más absurdo y disperso. La inclusión de otros personajes —el anciano armado, el teórico de la conspiración, la adolescente sagaz, el casero mutilado— convierte a El muro negro en una especie de tragicomedia de supervivencia que no logra decidir si quiere ser una crítica social, un relato psicológico o simplemente un slasher encubierto.
Uno de los mayores problemas del filme es su construcción dramática. La relación entre Liv y Tim, que debería ser el núcleo emocional del relato, se aborda con torpeza. Se insinúa una tragedia previa —la pérdida de un hijo nonato— que nunca se profundiza del todo, y cuando la película intenta reconectar con ese conflicto interno, ya es demasiado tarde: el espectador está más atento a la lógica del encierro que al dolor emocional de los protagonistas. Los flashbacks parecen insertados por compromiso más que por necesidad, y cualquier catarsis emocional se siente impostada. Como resultado, nunca logra emocionar, solo entretener de forma pasajera.
El desenlace, lejos de ofrecer respuestas o un cierre catártico, opta por diluir las motivaciones detrás del misterioso encierro, restándole impacto al concepto original. Lo que pudo haber sido una exploración existencial sobre el encierro emocional y la desintegración de los vínculos humanos, se queda en una fábula distópica sin un verdadero alcance. Ya que, al final, el muro, que es un artilugio visual y conceptual tan prometedor, termina siendo un obstáculo más para la narrativa que un vehículo de sentido.
En resumen, El muro negro es un ejercicio de estilo atrapado en una idea no del todo desarrollada. Su atmósfera inicial y su premisa despiertan el interés, pero el guion errático, la falta de desarrollo emocional y los cambios de tono frustran cualquier intento de convertirla en una obra memorable. Como su propio muro, la película encierra a sus personajes —y al espectador— en una prisión de expectativas no cumplidas.