Otro viernes de locos reúne a Lindsay Lohan y Jamie Lee Curtis en una secuela que multiplica el caos al intercambiar los cuerpos de cuatro mujeres de tres generaciones, cuyo resultado es un guion enrevesado y más nostalgia que frescura.
Otro viernes de locos (2025)
Puntuación:★★½
Dirección: Nisha Ganatra
Reparto: Jamie Lee Curtis, Lindsay Lohan, Julia Butters, Sophia Hammons, Manny Jacinto y Mark Harmon
Estreno en cines
Han pasado más de dos décadas desde que Un viernes de locos (2003) consolidó a Lindsay Lohan como una de las promesas juveniles de Hollywood y le dio a Jamie Lee Curtis uno de sus papeles cómicos más recordados. Ahora, con Otro viernes de locos, Disney intenta reavivar esa chispa, reuniendo a ambas actrices en una secuela que dobla la apuesta: en vez de un simple intercambio de cuerpos entre madre e hija, cuatro mujeres de tres generaciones distintas se ven atrapadas en un enredo identitario. La idea promete el doble de caos y el doble de comedia… pero también el doble de complicaciones narrativas.
La dirección de Nisha Ganatra, conocida por su toque cálido en Late Night y The High Note, mantiene un pulso ágil y un tono amable. Sin embargo, la ligereza que caracteriza su estilo no siempre logra equilibrar un guion sobrecargado de cambios, conspiraciones y malentendidos. Jordan Weiss, responsable del libreto, multiplica los frentes narrativos hasta el punto de que la trama se asemeja a un malabarista con demasiadas pelotas en el aire: divertido al principio, pero agotador con el tiempo.
En esta ocasión, Anna (Lohan) es una ejecutiva musical en Los Ángeles, madre soltera de la adolescente Harper (Julia Butters) y pareja del chef británico Eric (Manny Jacinto), cuya hija Lily (Sophia Hammons) choca frontalmente con Harper. Un encuentro con una médium excéntrica (Vanessa Bayer) provoca que Anna y Harper intercambien cuerpos, al igual que Tess (Curtis) —la madre de Anna— y Lily. El resultado es una cadena de equívocos donde cada una intenta sobrevivir a un día en la piel (y la vida) de otra, mientras los planes de boda penden de un hilo.
La película abraza sin pudor el realismo mágico, al estilo de su predecesora, y pide al público que no cuestione la lógica interna del hechizo. El problema no es la premisa fantástica, sino que esta vez las reglas del juego parecen más arbitrarias que ingeniosas. El detalle de que los acentos británicos permanezcan intactos tras el cambio de cuerpos, por ejemplo, no solo rompe la coherencia interna sino que desaprovecha oportunidades para explotar el humor físico y vocal.

A nivel interpretativo, Lohan es la que más brilla, ofreciendo una versión chispeante de su yo adolescente dentro de un cuerpo adulto. Hay un guiño meta inevitable: la actriz que en 2003 interpretó a la hija atrapada en el cuerpo de su madre ahora invierte los roles, y lo hace con soltura. Julia Butters sorprende al imitar con precisión los tics y manerismos de Lohan, aportando la mimetización más lograda del elenco. Curtis, en cambio, recurre a una caricatura algo genérica de la juventud, mientras que Hammons queda desdibujada en un papel que exige más de lo que ofrece el guion, siendo esta el punto más débil de la película.
El problema central de Otro viernes de locos es que su motor narrativo —el intercambio de cuerpos— termina siendo más un truco de guion que un catalizador emocional. La película intenta reproducir las lecciones de empatía y comprensión intergeneracional que hicieron entrañable a la versión de 2003, pero las dispersa entre subtramas, guiños nostálgicos y chistes sobre rodillas crujientes o “opciones sin gluten”. Los momentos verdaderamente emotivos son escasos y, cuando llegan, parecen programados más que orgánicos.
La nostalgia es el principal combustible del filme. Disney confía en que el reencuentro de Curtis y Lohan seduzca a los espectadores que crecieron con la original, mientras que para el público joven se añaden canciones de Chappell Roan y referencias culturales de la era TikTok. Sin embargo, esta mezcla generacional rara vez logra integrarse de forma natural: los guiños al pasado no tienen la frescura necesaria para cautivar a nuevos espectadores, y el humor contemporáneo se siente algo forzado.
En definitiva, Otro viernes de locos es un producto amable y ligero, con chispazos de ingenio y un par de interpretaciones que justifican la visita al cine. Pero su estructura enredada y su dependencia excesiva de la nostalgia le impiden alcanzar el equilibrio entre comedia y emoción que hizo memorable a su antecesora. Es, en cierto modo, como una receta rehecha 22 años después: los ingredientes son familiares, el aroma evoca recuerdos, pero el sabor final no logra ser tan intenso como el que guardábamos en la memoria.