Lecciones de un pingüino | Review

Lecciones de un pingüino de Peter Cattaneo narra la historia de un profesor británico en la Argentina de los años 70 que rescata a un pingüino, usando esta relación para conectar con sus estudiantes en medio de una dictadura militar.
Lecciones de un pingüino (2024)
Puntuación:★★★
Dirección: Peter Cattaneo
Reparto: Steve Coogan, Jonathan Pryce, Vivian El Jaber, Bjorn Gustafsson, Alfonsina Carrocio y David Herrero
Estreno en cines

Peter Cattaneo retoma la senda que mejor conoce: la del cine reconfortante, de espíritu ligero, con protagonistas que, de forma inesperada, encuentran sentido en lo que creían un callejón sin salida emocional. Sin embargo, esta vez la fórmula se desarrolla en un terreno complejo: la Argentina de 1976, en plena convulsión política y social. A partir de las memorias reales de Tom Michell, el director —junto al guionista Jeff Pope— construye un relato que mezcla la calidez de la amistad improbable entre un profesor británico y un pingüino rescatado, con la fría sombra de una dictadura militar incipiente. El resultado es una película visualmente luminosa, pero narrativamente cautelosa, que bordea las aristas del contexto histórico sin nunca sumergirse del todo en él.

La trama se despliega a través de la interpretación siempre carismática de Steve Coogan, quien encarna a Michell con una mezcla de apatía irónica y vulnerabilidad contenida. Desde su llegada al exclusivo St. George’s College, a las afueras de Buenos Aires, la cámara de Xavi Giménez dibuja un oasis inglés de jardines impecables, pistas de tenis y terrazas soleadas. Un entorno que contrasta con el ruido distante —pero innegable— de un país que se asoma al abismo. Las advertencias del director del colegio (Jonathan Pryce) de mantenerse “neutral” en lo político funcionan como un recordatorio constante de que este idilio académico está suspendido sobre una realidad frágil.

El punto de inflexión llega en una excursión a Uruguay, donde Michell se topa con la imagen brutal de un derrame de petróleo y varios pingüinos muertos. Uno sobrevive, y su rescate se convierte en el eje emocional de la película. Bautizado como Juan Salvador, el animal es tanto alivio cómico como catalizador de pequeños cambios en el protagonista: le devuelve la capacidad de conectar con sus alumnos, le obliga a romper la rutina y, sobre todo, le recuerda que la empatía puede florecer incluso en tiempos de miedo. Cattaneo evita explotar al pingüino como simple truco de ternura: su presencia es constante pero sobria, y su relación con Michell crece de forma orgánica, sin sobrecargar la historia de artificios.

Donde la película se tambalea es en su ambición de entrelazar el relato íntimo con la violencia política del momento. Pope introduce personajes y eventos inexistentes en las memorias, como la figura de Sofía (Alfonsina Carrocio) y su secuestro, para forzar una confrontación directa entre Michell y la represión militar. Estas licencias dramáticas, aunque bienintencionadas, se sienten desconectadas del tono general, inclinándose hacia un melodrama precipitado que desentona con la ligereza con la que el filme había navegado hasta entonces. El verdadero Michell observó la represión desde cierta distancia; en cambio, esta versión lo sitúa como un hombre de mediana edad atormentado por su pasado, que debe “tomar partido” de forma explícita.

Visualmente, Lecciones de un pingüino es un deleite. Giménez baña cada plano en una luz que suaviza incluso los momentos más tensos, y la banda sonora de Federico Jusid, con su acento hispano, refuerza el tono cálido y esperanzador. Sin embargo, esta luminosidad constante juega en contra de la verosimilitud: la dictadura se presenta más como telón de fondo pintoresco que como amenaza tangible. La decisión de mantener un tono optimista “de principio a fin”, incluso frente a una tragedia que costó la vida y libertad a miles, puede leerse como un gesto de autocensura narrativa.

Pese a sus concesiones, la película encuentra su mayor verdad en los espacios pequeños: las conversaciones entre Michell y las empleadas argentinas de la escuela, el vínculo silencioso con Juan Salvador, la complicidad con su colega sueco. Son esos instantes —más humanos que heroicos— los que dan autenticidad a la historia y salvan al filme de caer en un sentimentalismo prefabricado.

En última instancia, Lecciones de un pingüino es una obra que juega a dos aguas: quiere conmover al espectador con una fábula sobre la amistad y la empatía, pero también aspira a dejar constancia de un contexto histórico doloroso. Al no comprometerse del todo con ninguno de los dos registros, termina siendo más segura que arriesgada, más amable que incómoda. Es, como su protagonista, un relato que se siente cómodo en su refugio, aunque desde la ventana se escuche el eco de un mundo en llamas.

Y sí, hay un pingüino. Pero, por debajo de su plumaje brillante, la historia que lo acompaña deja entrever una lección que la película apenas se atreve a pronunciar: a veces, la verdadera enseñanza no está en lo que mostramos, sino en lo que decidimos callar.

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