Dag Johan Haugerud, cierra la trilogía Sex/Dreams/Love con Dreams una historia de madurez femenina que mezcla el deseo adolescente, la literatura y la memoria. La relación ambigua entre una estudiante y su profesora se convierte en un relato confesional que interpela a su madre y a su abuela, revelando tensiones generacionales
Dreams (Sex Love) 2025
Puntuación:★★★★½
Dirección: Dag Johan Haugerud
Reparto: Ella Øverbye, Selome Emnetu, Ane Dhal Torp y Anne Marit Jacobsen
Disponible: Festival de cine europeo
Con Dreams, Dag Johan Haugerud concluye su trilogía Sex/Dreams/Love con una pieza que, fiel a su estilo, juega con los límites de lo íntimo, lo narrativo y lo cinematográfico. Si en Sex y Love el director exploraba vínculos humanos con ironía, distancia y sensibilidad, aquí se adentra en el turbulento tránsito de la adolescencia hacia la adultez, retratando un proceso de maduración intelectual, sexual y emocional atravesado por la fuerza de la palabra escrita.
La protagonista, Johanne (Ella Øverbye), es una joven de 17 años que vive con su madre (Ane Dahl Torp) y mantiene una relación cercana con su abuela Karin (Anne Marit Jacobsen). Su mundo, sin mayores sobresaltos, se sacude cuando entra en escena una nueva profesora, Johanna (Selome Emnetu), mujer magnética y carismática que despierta en la adolescente una pasión absorbente. Lo que podría haberse contado como un melodrama de iniciación amorosa, Haugerud lo transforma en un ejercicio de ambigüedad: lo importante no es tanto si ocurrió o no una relación real entre alumna y profesora, sino cómo la joven construye un relato sobre esa experiencia. El corazón del filme está en el manuscrito que Johanne comparte con su abuela, un testimonio literario que oscila entre confesión y fabulación, obligando a los adultos a preguntarse si están frente a un recuerdo, un invento o un sueño.
El director noruego rompe con la rigidez de las normas narrativas tradicionales, particularmente aquellas que desaconsejan el uso excesivo de la voz en off. Aquí la voz de Johanne domina largos tramos del metraje, pero en lugar de resultar redundante, se convierte en un recurso expresivo que nos introduce en su flujo de conciencia. Esa subjetividad en primera persona impregna el filme con un aire de ensoñación y ligereza, cercano al coming of age melancólico de Lukas Moodysson en Show Me Love, aunque con un tono más cerebral y juguetón.
La película, además, introduce momentos de ruptura con el realismo, como la secuencia onírica en la que Karin imagina un espectáculo de danza en medio del bosque. Estos desvíos refuerzan la idea de que la narración de Dreams no busca tanto documentar hechos como capturar estados emocionales, zonas borrosas de la percepción donde lo real y lo imaginado se entrelazan.

Uno de los mayores logros del filme es su retrato intergeneracional. El manuscrito de Johanne no solo desata preguntas éticas —¿hay abuso en la relación? ¿qué significa publicar un texto tan íntimo?—, sino que actúa como espejo para las mujeres mayores. Karin, escritora en decadencia, descubre en la osadía de su nieta un contraste doloroso con su propia timidez vital y creativa. Kristin, la madre, se debate entre la indignación y la admiración, revelando también sus propias frustraciones sentimentales. Así, la película no reduce la historia a un escándalo moral, sino que la expande hacia una reflexión sobre la literatura, la herencia emocional y los modos en que distintas generaciones entienden la experiencia femenina.
La puesta en escena de Haugerud, apoyada en la fotografía de Cecilie Semec, deslumbra por su manejo de la luz y el color, otorgando al relato un aura de calidez incluso en sus momentos más incómodos. Sin embargo, esa misma elegancia puede convertirse en un arma de doble filo: Dreams corre el riesgo de encerrarse en un microcosmos demasiado pulcro, propio de un entorno de clase media ilustrada que puede parecer autorreferencial y hermético. No obstante, al mirar con atención, lo que emerge es un retrato de notable inteligencia emocional, capaz de captar la fragilidad de un deseo adolescente y la incertidumbre de la madurez.
Como cierre de la trilogía, la película funciona menos como conclusión cerrada que como expansión de un universo temático. Dag Johan Haugerud reafirma aquí su interés por la complejidad de los vínculos humanos, por las tensiones entre realidad y representación, y por la ironía que atraviesa incluso las situaciones más serias. Aunque algunos espectadores podrían reprocharle un exceso de discursividad y un sesgo hacia un mundo demasiado intelectualizado, la película consigue equilibrar humor seco, melancolía y un ejercicio de estilo refinado.
En definitiva, Dreams es una película que se mueve en la frontera entre la confesión adolescente y el ensayo literario, entre la memoria íntima y la ficción, proponiendo que quizá lo más importante no sea si los hechos ocurrieron o no, sino el modo en que son narrados. Una reflexión, en última instancia, sobre cómo los sueños —ya sean sexuales, artísticos o vitales— tienen la capacidad de desestabilizar y transformar no solo a quien los vive, sino también a quienes los reciben como relato.