Paul Greengrass combina el realismo documental con el espectáculo hollywoodense, pero su intensidad termina volviéndose caótica. Aunque Matthew McConaughey y America Ferrera aportan humanidad, el guion se dispersa entre demasiados frentes.
A través del fuego (2025)
Puntuación: ★★½
Dirección: Paul Greengrass
Reparto: Matthew McConaughey, America Ferrera, Yul Vazquez, Ashlie Atkinson y Spencer Watson
Disponible en Apple TV
Paul Greengrass vuelve a su territorio predilecto: el de la catástrofe filmada con urgencia documental. Como en United 93 o Captain Phillips, el director buscaba capturar la tensión entre el heroísmo cotidiano y el colapso institucional, esta vez lo busca hacer a partir de una tragedia real ocurrida durante los incendios forestales de Paradise, California, en 2018. Sin embargo, lo que en sus mejores obras se traducía en una intensidad visceral y una mirada ética hacia el horror, aquí se diluye en una puesta en escena desbordada, donde la emoción parece fabricada a la fuerza y la estructura narrativa se consume bajo su propio fuego.
El cine de Greengrass siempre ha oscilado entre el rigor periodístico y el entretenimiento hollywoodense, pero A través del fuego marca el punto en el que esa dualidad se vuelve disonancia. Su cámara temblorosa, sus zooms repentinos y su montaje frenético buscan generar una sensación de urgencia, pero terminan distanciando al espectador de la tragedia. En lugar de acompañar el caos, la película lo imita. El resultado es una experiencia inmersiva, sí, pero vacía: una hiperrealidad que no permite respirar ni sentir.
Para eso, Greengrass se apoya en el naturalismo físico de Matthew McConaughey —que compone un héroe desgastado, pero creíble— y en la empatía sincera de America Ferrera, cuyo personaje ofrece el único anclaje emocional sólido de la película. Sin embargo, la película se extravía entre las líneas de su propio fuego narrativo. En su afán por abarcar múltiples frentes —el desastre ambiental, la responsabilidad corporativa, la supervivencia de los niños, el conflicto familiar del protagonista—, A través del fuego termina siendo una colisión de historias apenas conectadas.
Greengrass, fiel a su estilo de “reportero cinematográfico”, mezcla imágenes de archivo con recreaciones digitales del incendio. Pero ese intento de realismo visual se ve saboteado por efectos visuales poco logrados y una paleta cromática artificial que resta impacto a lo que debería ser el núcleo del film: el miedo tangible de estar atrapado en un infierno real. La textura del fuego digital no quema, y esa falta de peligro físico se traduce en un relato emocionalmente aséptico.

Paradójicamente, en una historia sobre salvar vidas, A través del fuego pierde de vista a las personas. Los niños, que deberían encarnar la inocencia en peligro, son reducidos a figuras intercambiables. Solo uno o dos adquieren nombre y rostro, y su función dramática se limita a reflejar la culpa o el trauma del protagonista. La cámara, siempre inquieta, parece más interesada en registrar el movimiento que en detenerse a mirar.
McConaughey ofrece un trabajo sólido, de mirada cansada y gestos contenidos, pero el guion no le da espacio para construir una verdadera transformación. Su heroísmo surge más por necesidad que por decisión, y la película nunca logra convertir esa circunstancia en una reflexión sobre la vulnerabilidad humana o la ética del sacrificio.
Incluso la partitura de James Newton Howard, grandilocuente y omnipresente, termina siendo contraproducente. En lugar de acompañar el drama humano, lo subraya hasta el exceso, forzando al espectador a sentir lo que la narración no consigue transmitir por sí sola. Greengrass no confía en la mirada ni en el silencio: cada emoción es empujada, cada gesto se amplifica hasta vaciarse de sentido.
A través del fuego es, sin duda, una película ambiciosa y técnicamente impresionante, pero también el ejemplo de cómo el virtuosismo puede devorar la humanidad. Greengrass filma el caos con una precisión admirable, pero su necesidad de controlar la emoción termina sofocando su autenticidad. En su intento de conmover al público, el director olvida que el verdadero horror del fuego no está en su tamaño, sino en su silencio: en la lentitud con la que arrasa, en las pequeñas historias que consume sin testigos.