Vida privada | Review

Rebecca Zlotowski firma un thriller psicológico de elegancia hipnótica, sostenido por una Jodie Foster magnética. La directora entrelaza el misterio y la introspección con ecos de Hitchcock y Bergman.
FICM 2025 | Vida Privada (2025)
Puntuación: ★★★½
Dirección: Rebecca Zlotowski
Reparto: Jodie Foster, Daniel Auteuil, Virginie Efira, Mathieu Amalric y Vincent Lacoste

Rebecca Zlotowski construye en Vida Privada un thriller psicológico que se balancea entre la elegancia del clasicismo francés y los delirios de una mente en crisis. No es casual que Jodie Foster —figura del control y la introspección en el imaginario cinematográfico— encarne aquí a una psicoanalista cuyo orden mental se derrumba ante la sospecha de un crimen. Lilian Steiner es la doctora que de pronto se convierte en paciente de su propia psique, atrapada en un laberinto de culpa, deseo y obsesión. Zlotowski, fiel a su mirada sobre el poder, la intimidad y el deseo femenino (Une fille facile, Les enfants des autres), disecciona el alma con precisión quirúrgica, pero también con una ironía que roza lo absurdo.

El film inicia con el aire solemne del drama psicológico y, poco a poco, se transforma en una especie de sueño freudiano filmado con el pulso de un thriller hitchcockiano. La trama se desliza entre la investigación racional y la alucinación simbólica: grabaciones robadas, hipnosis, vidas pasadas, violines nazis, espejos y dobles. Zlotowski no busca la lógica sino la textura emocional de la paranoia. Cada imagen —desde los pasillos iluminados por el reflejo del Sena hasta las habitaciones donde el deseo y la culpa se confunden— construye un retrato de una mente fracturada que proyecta sus propios fantasmas.

Jodie Foster, en uno de sus trabajos más fascinantes en años, aporta a Lilian una mezcla de elegancia y vulnerabilidad. Su francés, algo rígido, contribuye al extrañamiento del personaje: una extranjera en su propio discurso. Frente a ella, Daniel Auteuil y Mathieu Amalric aportan un contrapunto que equilibra la tensión entre lo racional y lo neurótico, entre la empatía y el juicio. Virginie Efira, en un papel breve pero fundamental, da el tono de la tragedia que marca todo el relato: una ausencia que devora.

Zlotowski juega con las convenciones del thriller, pero no busca el impacto del giro final; su mirada se detiene en los matices del deterioro emocional. La película dialoga con Hitchcock —Spellbound, Marnie, Vertigo—, pero también con el cine más reciente de François Ozon o el Persona de Bergman, donde la identidad femenina se desdobla entre la verdad y la proyección. Si los flashbacks de una vida anterior parecen excesivos, funcionan sin embargo como extensión del inconsciente: la fantasía como lenguaje del trauma.

Vida Privada no es una película de certezas, sino de desbordes. Su ritmo pausado y su resolución anticlimática no apuntan al misterio policial, sino a una revelación íntima: que la verdad más aterradora no está en el crimen, sino en lo que Lilian descubre de sí misma. En esa fragilidad que Foster encarna con una precisión gélida, Zlotowski encuentra la belleza de la pérdida y la ironía del conocimiento. El resultado es un film imperfecto pero apasionante, que combina el placer del género con una autopsia emocional digna del mejor cine francés contemporáneo.

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