Sueños de trenes | Review

Sueños de trenes es un retrato elegíaco de un hombre atrapado entre el progreso y su propia soledad. Clint Bentley crea una meditación sobre la culpa, el duelo y el paso del tiempo, apoyándose en la interpretación silenciosa y devastadora de Joel Edgerton.
Sueños de trenes (2025)
Puntuación: ★★★★½
Dirección: Clint Bentley
Reparto: Joel Edgerton, Felicity Jones, Nathaniel Arcand, Clifton Collins Jr., Paul Schneider, Kerry Condon y William H. Macy
Disponible en Netflix

Hay películas que parecen hechas para escucharse más que para verse, historias que avanzan como un susurro entre árboles o como una memoria que se resiste a desaparecer. Sueños de trenes es una de ellas. Su protagonista, Robert Grainier, vive casi de puntillas dentro de su propio tiempo, un hombre común arrastrado por la violencia, el progreso y las pérdidas que marcaron al Oeste americano del siglo XX. Clint Bentley no lo filma como un héroe ni como una figura mítica, sino como alguien que intenta darle sentido a un mundo que cambia demasiado rápido. Desde esa mirada íntima, la película encuentra un tono elegíaco y profundamente humano, sostenido por la interpretación silenciosa de Joel Edgerton y por un paisaje que respira tanto como él.

La película se apropia de la tradición del cine sobre el fin de la frontera estadounidense, dialogando abiertamente con Malick, Cimino y, en ocasiones, incluso con la imaginería mítica de Ford, pero sin replicar sus gestos grandilocuentes. Aquí el oeste no es un territorio de conquista sino un espacio de duelo: frondoso, amenazante, infinitamente bello y, sobre todo, indiferente. La cámara de Adolpho Veloso captura esta ambivalencia con precisión pictórica; cada árbol parece palpitar, cada ráfaga de luz revela una herida. El noroeste americano, convertido en selva y santuario, refleja el estado interno del protagonista: un hombre que ha aprendido a existir más a través de la observación que de la acción, suspendido entre lo que fue y lo que ya no puede ser.

Desde el inicio, Bentley instala el tono moral y espiritual del filme con una escena que marca a Robert para siempre: el linchamiento de un trabajador chino, borrado de la historia oficial pero inolvidable para él. Este acto de violencia gratuita, casi casual, se integra a los fantasmas que lo acompañan. Sueños de trenes se vuelve así una película sobre la culpa y la responsabilidad, no en un sentido religioso o jurídico, sino humano: la carga invisible de existir entre vidas rotas.

Felicity Jones aporta un respiro luminoso como Gladys, la mujer que introduce en la vida de Robert una noción posible de afecto y de hogar. Sin embargo, Bentley evita idealizar del todo esa felicidad bucólica: la misma pureza de esas estampas de vida familiar—casi demasiado perfectas, casi irreales—anticipa su fragilidad. William H. Macy, por su parte, encarna al leñador excéntrico que sirve como contrapunto: humorístico, desolador y sabio en igual medida, carga consigo la ansiedad de una naturaleza que no sobrevivirá a los hombres que la talan. Kerry Condon aparece más tarde como Claire, una presencia independiente y llena de matices que permite a Robert, por primera vez, articular aquello que lleva aprisionado en el pecho.

El film avanza a un ritmo contemplativo, casi hipnótico, dejando que los silencios modelen el carácter de su protagonista. Edgerton, un actor habituado a la dureza externa, se entrega aquí a la extrema vulnerabilidad de un hombre que no sabe cómo nombrar su dolor. Su trabajo es microscópico: un leve temblor en la mirada, una respiración contenida, la manera en que un gesto se detiene antes de completarse. En esos detalles se teje la emoción profunda de la película.

La voz de Will Patton —cálida, rasposa, sabia— funciona como un puente entre la interioridad literaria de Johnson y el mundo sensorial de Bentley. La narración jamás sobreexplica; acompaña, sugiere, respira. Y en ese equilibrio entre lo dicho y lo callado, entre imagen y palabra, Train Dreams encuentra su tono: un lamento suave por un tipo de vida y de hombre que la modernidad devoró sin reparos.

Aunque por momentos la película roza un sentimentalismo que idealiza demasiado a Robert, el compromiso interpretativo de Edgerton evita que la figura del “hombre santo rural” se congele en moralina. Bentley parece comprender que la grandeza de este personaje radica precisamente en su pequeñez: en su modesta humanidad, en su incapacidad de gritar su tristeza.

Sueños de trenes es, en última instancia, una meditación sobre la desaparición: de los bosques, de los vínculos, de las certezas, de la propia identidad. Una película que observa cómo un hombre intenta reconstruirse a partir de los restos de su vida, guiado por pequeños gestos de ternura —un perro fiel, la compañía de un comerciante, la resiliencia silenciosa del bosque— que terminan siendo más poderosos que cualquier tragedia.

Bentley firma aquí su film más maduro: un poema cinematográfico sobre la pérdida, la memoria y la condición humana, donde el mundo natural no es un simple escenario sino un interlocutor esencial. Sueños de trenes respira como los árboles que filma, con un dolor persistente pero lleno de vida.

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