La chica zurda es una tragicomedia frenética donde Shih-Ching Tsou convierte el caos del mercado nocturno de Taipei en un retrato íntimo de tres mujeres que luchan por sostenerse emocional y económicamente.
La chica zurda (2025)
Puntuación: ★★★★
Dirección: Shih-Ching Tsou
Reparto: Janel Tsai, Shih-Yuan Ma, Nina Ye, Brando Huang, Akio Chen y Xin-Yan Chao
Disponible en Netflix
La vitalidad de La chica zurda nace del caos. Ese caos humano, doméstico y urbano que Shih-Ching Tsou convierte en método narrativo y en poética visual. Su mirada —filmada con un iPhone sobreexpuesto que transforma Taipei en una avalancha de colores, sudor y movimiento— captura un mundo que no se ordena para la cámara, sino que se despliega con la misma energía impredecible con la que viven sus protagonistas. La película es una tragicomedia vibrante y fragmentada, una obra donde el desorden no es un error: es la textura misma de la vida.
Shu-fen y sus dos hijas regresan a Taipei cargando consigo deudas, culpas y sueños pequeños, pero suficientes para sostener una narrativa donde cada personaje avanza a trompicones entre precariedades económicas y la presión cultural de un entorno todavía marcado por tradiciones confucianas. Tsou articula esta dinámica desde la ternura y la furia: un retrato de mujeres lidiando con cargas heredadas —literales y simbólicas— que se filtran en sus cuerpos, sus elecciones y sus silencios.
La colaboración con Sean Baker se siente tanto en el ritmo como en la sensibilidad por la vida callejera. Pero La chica zurda no repite Tangerine ni The Florida Project: Tsou regresa a su Taiwán natal para situar lo femenino en primer plano de una forma singularmente local. La película aborda la desigualdad dentro de la propia familia, la herencia patriarcal que privilegia a los hijos, la humillación cotidiana en trabajos precarios, la fragilidad emocional de una maternidad que intenta sostenerlo todo sin tener casi nada. La cámara nunca juzga a estas mujeres: las acompaña, las escucha, las deja equivocarse.

En medio de esa densidad dramática, la película encuentra un respiro luminoso en la figura de I-Jing, la niña zurda a la que su abuelo llama “poseída por el diablo”. Su terquedad ingenua —esa decisión maravillosa de desentenderse de todo lo que haga su mano izquierda— introduce una comedia casi física que equilibra la dureza de la trama. La película transita del drama familiar al slapstick más cotidiano sin perder cohesión, como si Tsou entendiera que el humor no contradice el dolor, sino que lo vuelve soportable.
Lo más notable, sin embargo, es cómo el montaje fragmentado de Baker convierte la película en una especie de caleidoscopio emocional. Cada corte, cada aceleración, cada estallido visual reproduce la sensación de vivir en un mercado nocturno: la presión constante, el ruido, las fugas de energía. A pesar de ese ritmo frenético, el film se permite una secuencia final que sorprende por su sobriedad y tensión: una escena larga, casi teatral, donde los secretos familiares explotan en una celebración de cumpleaños que recuerda al cine de Mike Leigh o los hermanos Dardenne. Es un cierre magistral que revela la profundidad emocional escondida bajo la superficie de caos.
La chica zurda es imperfecta, sin duda, pero esa imperfección es su encanto. Tsou juega con géneros, emociones y tonos sin temor a perder la brújula, confiando en la espontaneidad de sus actrices y en la vida que brota de cada rincón del mercado. Hay melodrama, hay comedia, hay furia feminista y un sentido del humor tierno y absurdo. El resultado es una película llena de humanidad, que entiende que la supervivencia cotidiana es también una coreografía de afectos, contradicciones y pequeñas rebeliones.
En tiempos en los que muchas historias de precariedad buscan la solemnidad, La chica zurda opta por el desborde. Y en ese desborde encuentra una verdad profundamente cinematográfica: la alegría como resistencia.