Antes de ‘Civil War’, Alex Garland y A24 ya habían tomado por sorpresa al mundo del cine con su ópera prima, una que dio forma a su estilo atractivo y transgresor dentro de la ciencia ficción contemporánea.
La evolución que ha tenido A24 como estudio es digna de estudiarse, no solo porque en menos de una década han copado el mercado del cine independiente norteamericano, sino también porque ese éxito se ha acompañado de un respaldo crítico y en la taquilla que le has ha obligado a comenzar a dar el siguiente paso como una de las casas productoras de mayor renombre/producción de la actualidad. La cantidad de artistas y directores que han recibido respaldo y apoyo en sus inicios dentro de la compañía es enorme al ubicar nombres de gran peso como Ari Aster, Robert Eggers, Greta Gerwig o Alex Garland, quien, en el 2015 debutó detrás de la cámara con Ex Machina, un bombazo que a día de hoy sigue siendo relevante.
Garland atraviesa su mejor momento como realizador tras el suceso de Civil War, cinta de gran escala (la más cara hecha por A24) que ha convocado a miles de personas al cine, aunque, para ser sinceros, desde sus inicios el sello característico que le imprime a cada relato es fácilmente identificable por su limpieza en la ejecución y sus apuestas transgresoras, que siempre se nutren del fantástico y la ciencia ficción sin olvidarse de la parte humana y la conexión con su audiencia.
Su elenco, compuesto por los excelentes Domhnall Gleeson, Alicia Vikander y Oscar Isaac, quienes tienen la tarea de con sacar adelante un filme basado en diálogos y en la exposición de elementos trecnológicos abstractos, los cuales funcionan de extraordinaria manera, ganando el Premio Óscar a Mejores Efectos Visuales pese a no contar con un presupuesto elevado, enfocándose en los gestos y movimientos del ginoide Ava, al cual Vikander eleva gracias su actuación física y magnética.
En Ex Machina, la cinta toma la típica apariencia de las obras que abordan temáticas sobre las inteligencias artificiales y la implementación de androides dentro de nuestro que hacer diario como especie, tomando prestadas ideas de Minority Report (2002) , Ghost in the Shell (1995) o incluso Psycho-Pass (2012), aunque desde un principio existe una tensión palpable, como si se tratará de una olla a presión que puede explotar en cualquier momento, rompiendo la fragilidad que se respira tras cada interacción.
Sin entrar en detalles o relevar el desenlace de la película, Garland juega con las expectativas del público (al igual que en Men, Annihilation o la misma Civil War), al modificar su relato hacia el tercer acto y representar con crudeza la fuerza de la revolución de un ser que escapa del desconocimiento y utiliza su curiosidad para reclamar su libertad; explorando las ideas de la consciencia humana, la tecnología, la naturaleza del ser, o la manipulación, confrontando al ser humano, mientras lo lleva al limite, que es ver hasta donde llega nuestra maldad, o hasta donde llega la transparencia robótica.
Garland lo que hace en su obra es un debate donde nos dice, que probablemente la maldad sea parte inherente de nosotros los humanos, y que la pureza sea algo innato de lo tecnológico, pero al mismo tiempo podría interpretarse como un posicionamiento en el que los humanos utilizamos la tecnología en pos de manipular masas, y en que esa inteligencia artificial como concepción de pureza empieza a florecer cada vez más al no estar contaminada por el entorno social al que están expuestas las propias personas, considerando en este caso, lo inquietante que resulta, que un robot pueda poseer tanta consciencia al punto de llegar a atesorar más naturaleza inmaculada que nosotros mismos.
Más allá la famosa escena de baile y la bella cinematografía, Garland siempre ha demostrado un control admirable en su obra, al manejar diversos registros y siempre colocar por encima de todo el mensaje y la profundidad narrativa de sus historias, algunas mejores que otras, pero que en el fondo merecen ser vistas y disfrutadas de la manera adecuada.