Banger | Review

Banger, ópera prima de So-Me, es una sátira irregular sobre la cultura de la música electrónica, con toques de comedia policial, todo sostenido por un Vincent Cassel que destaca como un DJ decadente atrapado entre el ridículo y la redención.
Banger (2025)
Puntuación: ★★
Dirección: So-Me
Reparto: Vincent Cassel, Laura Felpin, Alexis Manenti y Yvick Letexier
Disponible en Prime Video

En Banger, disponible en Netflix, Vincent Cassel interpreta a Scorpex, un DJ venido a menos que representa un cambio notable en su trayectoria habitual, marcada por personajes intensos y sombríos en las películas de David Cronenberg, así como en franquicias como Ocean’s y Bourne. Este giro hacia la comedia ligera y autorreferencial puede sorprender al espectador que asocia al actor con roles más serios, aunque su carisma permanece intacto en esta nueva faceta.

Además, el filme marca también el debut como director de largometrajes de So-Me, conocido previamente por su trabajo visual en la escena musical —con artistas como Kanye West, MGMT o con la banda Justice— y por su paso por la televisión, especialmente en la serie 6 x Confiné.e.s, donde nació originalmente el personaje de Scorpex.

La premisa de Banger combina una sátira del mundo de la música electrónica con elementos de thriller policial. Scorpex, ahora olvidado por el zeitgeist cultural, es reclutado por una agente de narcóticos (Laura Felpin) para infiltrarse en la red que rodea a Vestax, el DJ más popular del momento, cuya fama está cimentada en el fraude, el plagio musical y el financiamiento criminal. La policía, de manera cuestionable, confía esta misión a un personaje torpe y errático, cuya mayor cualidad parece ser su acceso a ciertos círculos de la escena dance. Mientras la trama avanza entre intentos de espionaje encubierto y producciones musicales para un desfile de moda, Scorpex vislumbra la posibilidad de resurgir artísticamente, eliminar a su rival y proteger, en la medida de lo posible, a su hija Toni (Nina Zem) del caos que lo rodea.

So-Me plantea una crítica sutil —y a ratos efectiva— al culto a la celebridad en la música electrónica, a la superficialidad del estrellato contemporáneo y a la fragilidad del ego creativo. En ese sentido, Banger recuerda por momentos a Popstar: Never Stop Never Stopping, aunque sin adoptar el formato de falso documental que tan bien potenció la sátira en aquella cinta. Aquí, el humor es más disperso y menos mordaz, dependiendo en gran medida del conocimiento previo del espectador sobre los subgéneros de la música electrónica. Algunas secuencias cómicas —como la que distingue entre gabber, electro y otras corrientes— pueden resultar didácticas para el público no iniciado, mientras que otras apuntan a una jerga interna que se pierde en la traducción cultural.

Pese a su duración concisa de 91 minutos, la película tiende a sentirse floja y episódica, como si estuviera mejor diseñada para un formato de serie. Los personajes están apenas esbozados y las escenas se desarrollan con una energía irregular, sostenidas más por la improvisación que por un guion sólido. Las bromas, si bien presentes, rara vez provocan algo más que una sonrisa condescendiente, y muchas veces se perciben como intentos fallidos de capturar la irreverencia de la cultura dance.

No obstante, Cassel aporta una presencia magnética que logra elevar al personaje de Scorpex por encima del guion. Su interpretación, entre lo patético y lo entrañable, remite a una figura tragicómica atrapada entre el deseo de redención y la incapacidad de adaptarse al presente. Es un retrato caricaturesco, pero no exento de humanidad, que funciona como núcleo emocional de una película que, por lo demás, oscila entre el disparate narrativo y la sátira ligera.

Banger es un experimento interesante, aunque irregular, que se sostiene principalmente por el carisma de Vincent Cassel y por ciertos destellos de inteligencia en su crítica al mundo de la música electrónica. La película no alcanza a consolidar ni su humor ni su tensión narrativa, y su aproximación a la sátira se queda corta frente a referentes más contundentes. Aun así, ofrece un vistazo curioso —aunque limitado— al choque entre el arte, el ego y el crimen organizado, visto desde la consola de un DJ cuya gloria pasada tal vez aún no ha dicho su última palabra.

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