Denzel Washington regresa como el justiciero Robert McCall en una secuela violenta y rutinaria, esta vez salvando una idílica ciudad costera italiana de los malos malotes.
El justiciero: Capítulo final (2023)
Puntuación: ★★
Dirección: Antoine Fuqua
Reparto: Denzel Washington, Dakota Fanning, David Denman, Gaia Scodellaro, Eugenio Mastrandrea y Andrea Scarduzio
Disponible: En cines
Denzel Washington regresa al cine en modo a lo Liam Neeson con su nueva entrega de la trilogía Equalizer, conocida por estos lares como El Justiciero, cuya nueva entrega carga el título de Capítulo final. Washington interpreta a Robert McCall, un antiguo marino y fantasma de la agencia de inteligencia que limpia las calles de criminales en su retiro, sujeto al peso del arrepentimiento de su vida pasada, pero ahora es capaz de conquistarlo y triunfar en la vida, haciendo el acto de matar por su propia voluntad y así convertido en un “héroe” en lugar de una figura trágica.
Con una aptitud física sobrehumana que le permite dominar a matones de un tercio de su edad, una perspicacia táctica que crea la ilusión de que lo sabe todo en todo momento y una pequeña y provocativa relación con la camarera décadas más joven, es la idea con la que juega el filme sobre la figura de su protagonista, haciendo que la edad no sea un número importante, pero si es un número importante la cantidad de cadáveres que deja a su paso. Pese a que el tema de la vejez si es importante en el contexto de la narrativa, ya que vemos a nuestro protagonista cojeando con un bastón después de una herida de bala en la espalda cuyo tiempo de curación es más rápido que la luz.
Antoine Fuqua carga al personaje de Washington con una seriedad casi shakesperiana, que se debate entre hacer cosas malas por razones buenas, castigando solo a aquellos que lo merecen y sintiéndose debidamente culpable por su trabajo sucio después, pero todo eso queda muy superficial, ya que la exploración del guion en ese conflicto es casi nula, no hay un momento genuino por parte del personaje que de verdad tenga ese conflicto, ya que McCall tiene una relación conflictiva con la violencia, pero su película no.
El gran factor distintivo en la pieza final de una trilogía rentable (sus márgenes se reafirmaron con una generosa colocación de productos para marcas de automóviles de lujo estadounidenses inexplicablemente impulsadas por italianos) es que el concepto de la violencia, que en el filme es hacerla divertida, grotesca y darnos tomas de sangre sin sentido, como por ejemplo, en un momento, sugiriendo un corte superior dispuesto a hacer todo lo posible por la mutilación, McCall le arranca el globo ocular a un enemigo, mete el cañón de una pistola en el agujero y dispara a otro agresor a través del cráneo. Con que fin tiene este acto, ninguno, simplemente buscar el morbo gratuito.
Digamos que ese aspecto se puede pasar, ya que está construido para generar “emoción” en el espectador, pero lo peor del filme es su guion, incluso llegando a sentir que estás viendo dos películas en una, ya que la cinta construye prácticamente dos tramas tan desiguales que cuando las piezas se unen los giros se sienten tan forzados que si bien quitas una la otra funciona igual o mejor. Por un lado, tenemos a McCall protegiendo a un pueblo de unos mafiosos abusivos, y por el otro lado, tenemos a McCall ayudando a una joven agente de la CIA para investigar a un grupo de terroristas. No te preocupes, ambas historias se conectan porque, en ambas son los mismos mafiosos.
McCall aterriza en una ciudad costera en la costa de Sicilia después de que una tarea fracasara, y se encarga de purgar el área de los criminales organizados, obligando a todos a salir para dejar espacio a los desarrolladores, ya que considera que vale la pena luchar por esta encantadora aldea, con sus residentes sencillos y de corazón puro, aparentemente sacados casi de Cinema Paradiso, dándonos una visión inconfundiblemente de lo que creen los estadounidenses que es la vida rural italiana, vendedores de sombreros, pescaderos amigables y desfiles religiosos, con una pintoresca iglesia milenaria situada en lo alto de una colina, cuya subida se convierte en una pesada metáfora de la perseverancia y del paso del tiempo.
Dakota Fanning (con un look a lo Jessica Chastain en Zero Dark Thirty) interpreta a la joven novata de la CIA, que se pone al juego de tú a tú con McCall para resolver un caso que se pierde en su propia narrativa. El guion contiene mucha obstinación en ese sentido, solo algo divertido; uno no puede evitar jalarse el cabello cuando explican los sin sentidos de ‘La Cosa Nostra’ y como estos están involucrados con grupos terroristas anónimos de Medio Oriente que venden una anfetamina.
A pesar de toda la brutalidad de McCall, sus anticuados valores de pulcritud y cortesía siempre triunfan sobre las irregularidades de una película que busca dejar a los más jóvenes como tontos novatos.
Lo mejor del filme como siempre es Washington, que se nota que se divierte con este tipo de películas, como debería ser. Al igual que McCall, conoce sus herramientas, en este caso sus miradas fulminantes y sonrisas intrigantes. Además de sacar unas merecidas vacaciones europeas subsidiadas por Sony.